La bandera
Muy a menudo espero el autob¨²s en la plaza de Col¨®n, mejor dicho, al comienzo de la calle de Goya que flanquea lo que se denominan jardines del Descubrimiento. A veces me entra nostalgia del bello edificio que fue la Casa de la Moneda, sin entender la raz¨®n de que fuera derribado, ni siquiera recordar cu¨¢ndo, quiz¨¢s hace 30 o m¨¢s a?os. Trasladaron la estatua de don Crist¨®bal, que estaba en el centro y ahora levanta un dedo en el extremo meridional. Jard¨ªn poco, varios ¨¢rboles y mucha losa de piedra sobre las que evolucionan los virtuosos del monopat¨ªn. Tengo la impresi¨®n de que alguna noche se llevaron una de las moles que encargaron al escultor Vaquero-Turcios. En el espacio reina una arm¨®nica desigualdad, no hay equidistancias y, probablemente, ni falta que hacen.
All¨ª se entrecorta el grueso trazo verde que subraya el eje de la Castellana, Recoletos y el paseo del Prado. Donde hubo palacetes se alzan casas de pisos, con el noble rect¨¢ngulo del Museo Arqueol¨®gico, adosado con la Biblioteca Nacional, o viceversa. Corre paralela y bien arbolecida la calle de Serrano, en la monta?a rusa que es nuestro Madrid. En un lateral la veo, enroscada al m¨¢stil cuando el aire est¨¢ en calma, ondulando la enorme superficie al enfilar la brisa por las anchas avenidas. Se mueve bajo el imp¨¢vido azul de los d¨ªas claros y alegra el cielo plomizo en las jornadas primaverales. Los que conmigo esperan el transporte apenas la ven o lo hacen de soslayo.
Creo que es la bandera m¨¢s grande, de tama?o, que jam¨¢s ha ondeado en Madrid. Nuestra alegre bandera, tan polvorienta, desva¨ªda y olvidada en muchos centros oficiales. Desapareci¨® de los estancos y la encontramos, como un grito, casi un chillido, en alg¨²n cuadro de los Solana, embadurnando la talanquera de las placitas de toros provincianas, escarolando las banderillas de lujo, alegrando la vitola de los cigarros puros, los organillos, las casetas de la verbena, las cil¨ªndricas barquilleras y la popa de los nav¨ªos de guerra. Ah¨ª se yergue, despu¨¦s del ¨²ltimo desfile militar.
A veces s¨®lo flamea, y otras despliega el trapo y se escucha el palmeo del tafet¨¢n como si se aplaudiera a s¨ª misma, roja y amarilla, capitana en el mar y en la batalla. Es la madre de todas las gr¨ªmpolas, gallardetes, estandartes, banderines y banderolas. El robusto palo se aguza hasta la guinda; supongo que un mecanismo iza el pabell¨®n y lo recoge cuando sea menester. Por ahora luce limpia y pulida, como si hasta ella no llegara la poluci¨®n ambiental, pero ya recibi¨® la injuria del viento que desgarra la orla superior. Desde lejos, la plaza de Col¨®n, por encima de los tejados y de los ¨¢rboles, simula una goleta que quisiera embestir al Guadarrama, de gala empavesada la arboladura. Desde la acera donde aguardo, es una descomunal percha que retiene, a la fuerza, las tres franjas de brillante y llamativo grana y oro.
En tiempos remotos cada quisque ten¨ªa su insignia, pend¨®n o distintivo, hasta que hubo que poner orden para distinguir a un pa¨ªs de otros. La historia, la leyenda, la literatura -?son distintas cosas?- de otras ¨¦pocas sublimaron ese jir¨®n de tela y bajo el s¨ªmbolo mor¨ªa y mataba la gente que era un primor. Entre las primeras cosas que hace una comunidad que cree haber alcanzado la independencia, un partido pol¨ªtico, un sindicato o un equipo de f¨²tbol es procurarse la bandera, que se enarbola con furia o alegr¨ªa seg¨²n vaya el marcador. Mi amigo, el gran periodista ingl¨¦s John Organ, me se?alaba, con orgullo, el pabell¨®n de su regimiento, colgante exvoto en una nave de la catedral de Canterbury. Los brit¨¢nicos son muy sentimentales.
Tengo un fugaz y preciso recuerdo de haberme adornado el jersey con la escarapela tricolor republicana, en 1931. No respond¨ªa a juveniles convicciones revolucionarias, era la protesta personal e impune contra el profesor de lat¨ªn en mi colegio, un t¨ªo borde. La nuestra, la espa?ola, es una de las raras que alterna dos ¨²nicos tonos, como la portuguesa o la suiza; experimento cierto rechazo a que sea convertida en patrimonio partidista. Mucho mayor cuando algunos energ¨²menos se encarnizan con esos jirones de tela y les prenden fuego. Ah¨ª solo sacan ganancia el ramo textil y los expendedores de gasolina. ?Qu¨¦ quieren! Me gusta mirarla cuando espero el autob¨²s.
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