Artium (y II)
Es encomiable la din¨¢mica labor emprendida por los responsables del Artium ofreciendo a las dos semanas de haberse inaugurado como museo de arte contempor¨¢neo dos nuevos alicientes pl¨¢sticos. Uno, con la actuaci¨®n de la bailarina La Ribot, con ocho piezas en torno al cuerpo desnudo y la soledad; y otro, sobre un texto del poeta italiano Petrarca (1304-1373) relacionado con el paisaje de su tiempo, para lo que se ha buscado -y mostrado- el apoyo de obras paisaj¨ªsticas de artistas contempor¨¢neos, tales como Lazkano, Markote, Gerardo Rueda, Txaro Arrazola, Mar¨ªa Moreno, Clara Gangutia, Francesc Abad (fotograf¨ªa), I?igo Royo, adem¨¢s de Tudela y Javier Elorriaga, como escultores.
Otro aspecto digno de elogio ha sido la idea de repartir medio centenar de obras de artistas contempor¨¢neos -la mitad de ellos vascos- y ubicarlas en preeminentes lugares de emblem¨¢tica tradici¨®n en la ciudad de Vitoria. Sin embargo, todo lo que de positivo cabe asignar en el haber del Artium se resquebraja al contemplar determinadas obras expuestas en el espacio titulado Melodrama. En una segunda visita se acent¨²an los juicios negativos relacionados con algunas obras all¨ª mostradas. Obras que valen muy poco, por su pobreza est¨¦tica; obras que son pura nader¨ªa y paradigma de endeblez supina.
Es rid¨ªculo llamar instalaci¨®n de dibujos a un racimo de vulgares trazos con pretensiones de figurines de moda, de la que es autora Azucena Vieites, como no valen nada los dibujos pedestres de Raymond Pettibon. Del mismo modo, sobran en esa exposici¨®n las paredes pintadas a la manera de los genuinos Keith Haring y Sol Lewitt (con acompa?amiento de risas), por L.V. Der Stokker (extrema cursiler¨ªa sin valor) y Victoria Civera (menos que nada). Dejemos en el olvido los dos lienzos pintados con acr¨ªlico negro simulando como si fueran dibujos de tema ruralista infantiloide de los que es autor Paul Morrison. Es tan poca cosa lo que brindan esos autores como para que sea necesario cambiar el t¨ªtulo de la exposici¨®n, motej¨¢ndolo de manera m¨¢s exacta como Malodrama.
De nada ayudan otras obras que, siendo algo mejores, no son dignas de figurar en una exposici¨®n inaugural de un museo como el de Vitoria. S¨®lo se salvan con buena nota, y muy en especial, la videoinstalaci¨®n de Julian Rossefelft o las aportaciones fotogr¨¢ficas de Stuart Klipper, Tracey Moffatt y Fontcuberta, junto a obras de Glenn Brown y Bryan Crockett, como m¨¢s destacados.
Los responsables del museo deben mostrarse firmes en los criterios de selecci¨®n. Es verdad lo que aduc¨ªa Lezama Lima respecto a que cada ¨¦poca da sus cl¨¢sicos. Lo que es inadmisible es tratar de considerar como cl¨¢sico a cualquier pelamangos.
No le demos m¨¢s vueltas. Para garantizar la buena salud del propio arte es preciso empezar a oponerse a quienes est¨¢n a favor del todo vale; es decir, hay que enfrentarse a la dictadura de lo mediocre y empobrecedor. Ser artista no es f¨¢cil. O para decirlo con un verso rotundo del poeta Vladimir Holan (y va de poetas): 'Ser no es f¨¢cil. F¨¢cil s¨®lo es la mierda'.
Mucha labor les queda por hacer a los del Artium, a quienes, por otra parte, va a pesar como una losa la falta de calidad de la escultura de Miquel Navarro instalada en la plaza del propio museo, obra malograda desde el boceto. Es un estorbo prescindente, por su desmesura desproporcionada. Parece impropio e incre¨ªble que se convierta, de hecho, en la marca representativa del propio museo. Menos mal que esa mala visi¨®n queda paliada por los incontables globos de cristal que conforman la estupenda escultura-l¨¢mpara de Javier P¨¦rez, instalada en constante y sutil tintineo en el vest¨ªbulo de entrada al museo.
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