Desconfianza
El caso de la mezquita de Premi¨¢ es un paradigma de los graves conflictos de derechos e intereses que la inmigraci¨®n multicultural genera en Europa, aunque en ciertas ¨¢reas m¨¢s que en otras. Sobre todo tras el 11-S, semilla del alarmismo con que se teme que, alg¨²n d¨ªa, el imam de Premi¨¢ o de cualquier otro rinc¨®n predique la yihad en apoyo de Al Qaeda. ?C¨®mo tolerar -se dice- que entre nosotros aniden cuervos capaces de sacarnos los ojos? Por eso hallan eco voces como la de Josep Anglada, el caudillo de Premi¨¢ que quiere echar a los moros al mar, contra los m¨¢s elementales valores de la democracia liberal. Y all¨ª est¨¢n los Haider, Bossi, Le Pen o Fortuyn que est¨¢n agostando el civismo de Europa, al cosechar el voto de la desconfianza en detrimento de la izquierda que se desmorona, lo que tambi¨¦n pretende Aznar en el caso de Espa?a.
?Por qu¨¦ resulta tan incapaz el pensamiento europeo de entender la cuesti¨®n multicultural? Hay, por cierto, una raz¨®n previa, que es la inexperiencia hist¨®rica: de ser una fuente expulsora de emigrantes, nuestro continente se ha convertido en un im¨¢n atractor de inmigraci¨®n neta. Pero a diferencia de la Norteam¨¦rica anglosajona, que se constituy¨® sobre la integraci¨®n de los inmigrantes que la adoptan como su verdadera patria, Europa rechaza los injertos for¨¢neos, reaccionando contra la inmigraci¨®n con regresiva intolerancia. Por eso, para aprender a tolerar los trasplantes, hace falta que Europa se autoanalice, diagnosticando la ra¨ªz de su rechazo.
Tres razones se aducen para explicarlo. Ante todo, la inseguridad ciudadana, que en Europa es mucho menor que en Norteam¨¦rica y en la que no me detendr¨¦ al ser coyuntural y perseguible de oficio. Despu¨¦s, los intereses materiales, pues la llegada de inmigrantes deval¨²a la propiedad inmobiliaria y el capital humano de los t¨ªtulos escolares: en consecuencia, los propietarios defienden su capital familiar en leg¨ªtima defensa. Esta raz¨®n, tan s¨®lida y evidente, tambi¨¦n se da en Norteam¨¦rica, pero all¨ª la superan mediante la movilidad espacial, que empuja a los propietarios a huir del centro de las ciudades hacia la periferia o hacia la frontera. Mientras que en Europa nos negamos a hacerlo, resistiendo numantinamente en el centro urbano de nuestros asediados cascos hist¨®ricos. ?Por qu¨¦?
Es la tercera raz¨®n, ahora explicada por la teor¨ªa del capital social. Para autores como Bourdieu, Coleman y Putnam (recopilados en el monogr¨¢fico n¨²mero 94-95 de la revista Zona Abierta), la sociedad de mercado y la democracia liberal precisan como condici¨®n a priori o caldo de cultivo unas redes informales de solidaridad y reciprocidad que garanticen el imperio generalizado de la confianza (trust). Es el capital social que Putnam descubri¨® en la Italia central, heredera de las florecientes ciudades-Estado renacentistas que generaron un rico tejido c¨ªvico que todav¨ªa perdura. Y Putnam contrapuso estas redes horizontales de reciprocidad p¨²blica a su extremo contrario: el clientelismo del Mediod¨ªa italiano, atravesado por redes verticales de patronazgo privado, donde s¨®lo reina el familismo amoral (Banfield), el cinismo pol¨ªtico y la desconfianza generalizada.
Pues bien, la irrupci¨®n de las colonias de inmigrantes quiebra ese clima c¨ªvico de confianza generalizada, donde las diversas familias de las viejas comunidades urbanas confiaban las unas en las otras tras siglos de convivencia y reciprocidad. Es lo que sucede en aquellas zonas como Italia central, Holanda o Catalu?a que m¨¢s reservas de capital social acumulaban, y que hoy se les escapan de entre sus manos. Pero con ser malo, lo peor no es que se pierda o erosione el capital social acumulado por la historia, pues mucho m¨¢s grave parece que se instale en su lugar un anticuerpo de defensa reactiva, como es el familismo amoral, que impone la m¨¢s insolidaria desconfianza generalizada, caldo de cultivo del populista cinismo clientelar. ?C¨®mo evitar tan incivil amenaza? Quede su an¨¢lisis para otro d¨ªa.
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