Sapporo y otras maravillas
El f¨²tbol es un deporte que en Jap¨®n levanta aut¨¦nticas, aunque formalmente contenidas, pasiones. Sorprende comprobar c¨®mo buena parte del pa¨ªs llega casi al colapso cuando se celebra alg¨²n encuentro y las gigantescas pantallas instaladas en las estaciones de trenes bala o de metro lo retransmiten -en directo y permanentemente en diferido- haciendo m¨¢s cortos los tiempos de espera para los cientos de miles de japoneses que pasan por all¨ª a lo largo del d¨ªa. Parece claro que la respuesta del pa¨ªs ante la celebraci¨®n del Mundial 2002 ten¨ªa que ser perfecta, un confortable escenario para las pasiones y, a la vez, un signo de esperanza para el futuro de un pueblo angustiado por la crisis que sigui¨® al ¨¦xito econ¨®mico de aquel fen¨®meno que se denomin¨® la buble economy, la explosi¨®n de su burbuja econ¨®mica.
La recuperaci¨®n de esa autoestima perdida se basa en la producci¨®n de piezas tecnol¨®gicas perfectas, en la creaci¨®n de im¨¢genes deslumbrantes que permitan regresar al recuerdo ya casi olvidado de los ochenta, pero tambi¨¦n en un abandono de valores tradicionales -el culto por lo provisional y lo ef¨ªmero- en favor de otros nuevos m¨¢s acordes con un mundo globalizado -lo permanente, lo s¨®lido, lo polivalente-. En esta l¨®gica, los estadios para el Mundial jugaban un papel fundamental: supondr¨ªan la imagen ante el mundo de un nuevo Jap¨®n abierto al futuro y, a la vez, habr¨ªan de ser duraderos, con diversas posibilidades de uso y amortizables con la celebraci¨®n de otros eventos alternativos, deportivos, musicales, siempre multitudinarios.
Buena parte de la construcci¨®n o reconstrucci¨®n de los flamantes estadios fue encomendada a las grandes empresas constructoras y sus resultados han sido razonablemente dignos, t¨¦cnicamente perfectos, singularmente confortables.... Pero quiz¨¢s carecen de una imagen con la potencia necesaria para convertirlos en el s¨ªmbolo que se pretend¨ªa. La atractiva sede de Miyagi parece querer rememorar el esquema planteado ya por Kenzo Tange en sus estadios de Yoyogi, construidos para los Juegos Ol¨ªmpicos de 1964. En Niigata o Saitama se adoptaron soluciones muy convencionales, muy contenida en el primer caso, exuberante en el segundo. Tampoco algunos proyectos encomendados a arquitectos de prestigio, el de Sendai, a Hitoshi Abe, o el de Toyota, a Kisho Kurokawa, dieron el resultado apetecido. Lo tecnol¨®gicamente perfecto se impuso sobre una concepci¨®n espacial m¨¢s atractiva o sugerente para el espectador o el visitante. S¨®lo dos de los estadios construidos han sabido aunar ambas cualidades: el de Oita, tambi¨¦n dise?ado por Kisho Kurokawa, y el de Sapporo, obra del arquitecto Hiroshi Hara.
El estadio de Oita es un limpio casquete esf¨¦rico que descansa sobre el c¨¦sped como un platillo volante y su limpia imagen nos conduce hacia determinados encuentros espaciales en alguna fase; su cubierta m¨®vil, mediante el deslizamiento de unos enormes paneles a lo largo de unas gu¨ªas met¨¢licas en celos¨ªa, posibilita su cerramiento total. Un Gran Ojo para Oita.
Pero el reto m¨¢s importante se plante¨® en la construcci¨®n del Sapporo Dome, en la capital de la isla de Hokkaido, que pasa sus largos meses invernales bajo la nieve. Era preciso un estadio herm¨¦tico que, a la vez, posibilitase que el c¨¦sped natural pudiese respirar el aire libre y ser humedecido por la lluvia. La soluci¨®n dise?ada por el maestro Hara consiste en una gran c¨²pula ovoide, una especie de gigantesca concha plateada con una enorme boca que permite la salida al exterior de un escenario colgante con las dimensiones del campo de juego -un rect¨¢ngulo de 120 por 85 metros- y 8.000 toneladas de peso, pero que, como un aircraft, se desliza suavemente sobre un colch¨®n de aire y se convierte en una arena dual. El Espacio Abierto de Sapporo.
Vicente D¨ªez Faixat es arquitecto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.