'Nada inexorable obligaba a Alemania a convertirse en verdugo del pueblo jud¨ªo'
Los autores suelen tener una relaci¨®n peculiar con sus obras; los hay que lucen m¨¢s que su producto, mientras que en otros no siempre sabemos reconocer la grandeza que habita su creaci¨®n. Michael Burleigh, historiador, ingl¨¦s, cat¨®lico, Oxford y London School of Economics, en esos 45 a?os de edad que duran tanto es, en cambio, como su propia obra: profesoral sin aturdir, pausado pero de excelente velocidad de crucero, reflexivo sin ofender porque sabe emplear el tono de la divulgaci¨®n, interpretativo sin caer en la hip¨®tesis original a todo trance, y, muy especialmente, autor del que muchos consideran ya uno de los libros m¨¢s importantes sobre el Tercer Reich, que Taurus saca ahora en Espa?a.
El autor no se apunta a la teor¨ªa tradicional del 'dictador d¨¦bil'
Ser¨ªa un atropello, sin embargo, estimar que Burleigh es o quiere ser s¨®lo un germanista. Cierto que ha cultivado hasta la fecha la Alemania del siglo XX, con su imperio guillermino, su rep¨²blica de Weimar, su descenso a los infiernos del nazismo y la gran g?tterd?mmerung de la II Guerra, pero ¨¦l mismo se declara hoy ya saciado de tanto pasado borrascoso. Y si tard¨® cinco a?os en cumplimentar su El Tercer Reich, una Nueva Historia, ha empezado con la misma constancia tranquila a trabajar sobre el desembarco e imparable victoria de la laicidad en Europa.
Su se?ora, que compart¨ªa espl¨¦ndida cena sentada a la izquierda de la dentadura eb¨²rnea de la directora de la editorial, Mar¨ªa Cifuentes, revelaba, mientras el autor repart¨ªa su atenci¨®n entre el jam¨®n serrano y el comensal de su derecha, que Burleigh es del tipo laboral-obsesivo, aquel que, entregado a la tarea de su siempre ¨²ltimo libro, convert¨ªa a los personajes de la trama en manes y lares hogare?os, que casi conversaba con el m¨¢s all¨¢ en la b¨²squeda de explicaciones y ¨¢ngulos inesperados para abordar el asunto. Inesperados, o no suficientemente reparados por anteriores tratadistas del g¨¦nero, porque Burleigh tiene algo de periodista, de espele¨®logo de la noticia entre la masa del detalle y el entrecomillado revelador.
El autor no se apunta a la teor¨ªa tradicional del dictador d¨¦bil, acu?ada por el gran historiador alem¨¢n Martin Broszat. El hecho de que el nazismo fuera una poliarqu¨ªa, 'un solapamiento deliberado de competencias sobre el que Hitler reinaba indiscutido', lo que ya es un lugar com¨²n, 'no significa que el l¨ªder no tuviera y ejerciera todo el poder', y, por ello, 'no acumulara la mayor -aunque jam¨¢s ¨²nica- responsabilidad por lo ocurrido': el holocausto del pueblo jud¨ªo. El historiador alem¨¢n preferido de Burleigh es, en cambio, Karl Dietrich Br?cher, hoy un anciano, 'pero muy activo' de 84 a?os, que public¨® aquella obra seminal, en Espa?a con el sello de Alianza, La dictadura alemana; quiz¨¢, porque, como ¨¦l mismo, no persigue lo llamativo, sino que deja que fluya de manera natural en su narrativa.
Enemigo de cualquier explicaci¨®n monocausal, el autor piensa que sin Hitler no habr¨ªa habido nazismo tal como se conoci¨®, pero no por ello cree que 'el hombre carism¨¢tico' pueda explicarlo todo. Hablaba De Gaulle de esa gran bater¨ªa de factores que son 'las circunstancias', y a ello se remite tambi¨¦n el autor. 'Ni el pueblo alem¨¢n', as¨ª como un monolito, 'ni un mero pu?ado de hombres' son los que han de responder de la mayor barbarie del siglo XX, tan rico, por otra parte, en desmanes industrializados. Por ello, rechaza -como la mayor¨ªa de sus pares- la obra del norteamericano Daniel Goldhagen que quiere convertir a toda una naci¨®n en chivo expiatorio de tama?a vesania en su obra Los verdugos voluntarios de Hitler. Pero, ?podr¨ªa Burleigh, si le forzaran a ello, identificar un factor primero, el huevo o la gallina, Hitler o el mundo en que vivi¨®, de la monstruosidad de Auschwitz? Y entonces el historiador se inclina por 'la crisis del 29'. Sin 'la cat¨¢strofe econ¨®mica de Wall St., por la cual un pensionista alem¨¢n que antes de la I Guerra hubiera tenido 60.000 marcos de capital, con lo que le habr¨ªa bastado para procurarse una c¨®moda pensi¨®n y que despu¨¦s de la contienda no le permit¨ªa ni comprarse un huevo, no habr¨ªa llegado el nazismo al poder'.
La 'humillaci¨®n' de Versalles, el famoso diktat que hizo pagar un grave precio a Alemania por una derrota en la que se hab¨ªa embarcado ella solita, fue importante, pero menos que el empobrecimiento general de Weimar. 'No hay nada inexorable que condene a Alemania a convertirse en verdugo del pueblo jud¨ªo'. Ni cree por eso mismo que haya 'una l¨ªnea de hierro que conecte a Otto von Bismarck -el fundador del imperio guillermino en 1871- con el l¨ªder del nazismo'.
El autor se reconoce en la estirpe de historiadores, tambi¨¦n brit¨¢nicos, m¨¢s propios de un tiempo dilatado y de un espacio geogr¨¢fico expansivo, que del ismo que limita. M¨¢s, por ello, se vincula a Elliot y Parker, a los que cabe considerar hispanistas s¨®lo porque en los siglos XVI y XVII no se puede hablar de Europa sin demorarse en el imperio espa?ol, que a Paul Preston que historia una Espa?a reducida a la pen¨ªnsula. Y, de igual forma, es muy consciente de los usos extracurriculares que pueden tener sus obras, cuando en Oriente Pr¨®ximo Israel puede dar por bienvenido cualquier recordatorio del genocidio de hace medio siglo. En parte por eso, parece que no desea convertirse en historiador titulado del nazismo, como parece que lo es ya su colega, el escoc¨¦s Ian Kershaw.
El fascinante fen¨®meno de una gran naci¨®n, en un tiempo subyugada por el taumaturgo austriaco, plantea las m¨¢s graves cuestiones de democracia, como el qui¨¦n sigue a qui¨¦n dentro de las relaciones entre masa y poder. Ante ello Burleigh, como el prestidigitador que hace un brillante mutis al t¨¦rmino del espect¨¢culo, nos remite preciso a la cita del Fausto de Goethe. 'Mefist¨®feles: La muchedumbre se esfuerza por subir ladera arriba. Se cree uno que empuja y le est¨¢n empujando contra su voluntad'.
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