Religiones pol¨ªticas totalitarias
Este libro trata de lo que sucedi¨® cuando sectores de las ¨¦lites y las masas de gente normal y corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades cr¨ªticas individuales en favor de una pol¨ªtica basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su propia raza y naci¨®n. Es, por tanto, una historia muy del siglo XX.
Se aborda en ¨¦l el colapso moral progresivo y casi total de una sociedad industrial avanzada del coraz¨®n de Europa, muchos de cuyos ciudadanos abandonaron la carga de pensar por s¨ª mismos, en favor de lo que George Orwell describi¨® como el ritmo de tamtan de un tribalismo de nuestro tiempo. Depositaron su fe en malvados que promet¨ªan un gran salto hacia un futuro heroico, con soluciones violentas a los problemas locales y generales de la sociedad moderna de Alemania. Las consecuencias, para Alemania, Europa y el resto del mundo, fueron catastr¨®ficas, pero lo fueron a¨²n m¨¢s para los jud¨ªos europeos, v¨ªctimas de una campa?a destinada a acabar con todos ellos, hecho que consideramos con toda justificaci¨®n un acontecimiento excepcionalmente terrible de la historia moderna.
'El Tercer Reich. Una nueva historia'
Michael Burleigh. Editorial Taurus.
El libro reafirma una importante tradici¨®n intelectual, que busca identificar la esencia del fen¨®meno nazi por debajo de las an¨¦cdotas superficiales de si se acost¨® o no con su sobrina
La crueldad acecha en nuestros instintos, y el fanatismo es un camuflaje para la crueldad. Los fan¨¢ticos raras veces son aut¨¦nticamente humanitarios, y aquellos a los que aterra la crueldad no se apresuran a adoptar un credo fan¨¢tico
Desde el punto de vista local, Alemania sufri¨® su segunda derrota masiva y total del siglo XX. ?ste fue el precio de la estupidez masiva y de la ambici¨®n desmesurada, pagado con las vidas de sus ciudadanos, estuviesen comprometidos directamente en cr¨ªmenes terribles o caracterizados por la inocencia o la indiferencia moral. En un sentido m¨¢s amplio, se someti¨® a otras personas a los compromisos, las indignidades y los horrores de la ocupaci¨®n, los trabajos forzados y el r¨¦gimen de esclavitud o el asesinato en masa en el caso de los jud¨ªos europeos, mientras que durante cuatro a?os los recursos humanos, culturales y productivos de las naciones aliadas hubieron de dedicarse a rechazar y destruir un r¨¦gimen contrario a esos valores civilizados de tolerancia, humanidad y libertad que tanto apreciamos. Un 'arreglo r¨¢pido' de los m¨²ltiples problemas de Alemania desemboc¨® al final en la muerte de unos cincuenta millones de personas en un conflicto de cuya herencia Europa ha tardado medio siglo en recuperarse, pues el proceso de curaci¨®n y de reconciliaci¨®n ha sido largo.
Legitimidad a una tiran¨ªa
Una de las m¨²ltiples iron¨ªas de esta historia es que la II Guerra Mundial prest¨® legitimidad pol¨ªtica y moral nueva, pero espuria, a una tiran¨ªa sovi¨¦tica no menos implacable y sanguinaria. Pues lo que nosotros en Occidente (y muchos rusos) consideramos un enfrentamiento directo entre el bien y el mal parece menos categ¨®rico desde la perspectiva de, digamos, los b¨¢lticos, chechenos, t¨¢rtaros de Crimea, croatas, polacos o ucranianos, para los que 1944-1945 no trajo liberaci¨®n de la tiran¨ªa, sino varias d¨¦cadas de opresi¨®n imperialista de la que al menos una de esas naciones a¨²n est¨¢, despu¨¦s del cambio de siglo, luchando por liberarse. En este sentido, este libro trata del marco internacional m¨¢s amplio de la Alemania nazi (y sus confederados ideol¨®gicos), algo que autores alemanes, por lo dem¨¢s de mentalidad europea, y muchos de los que siguen sus huellas han menospreciado en su comprensible inter¨¦s por su propio legado local. No hay una raz¨®n respetable por la que los programas intelectuales de las historias de este periodo hayan de elaborarse exclusivamente en Alemania, pese a que muchos investigadores all¨ª hayan contribuido al conocimiento y a la interpretaci¨®n de este triste periodo de su historia contempor¨¢nea, que, en un sentido profundo, no es su propia historia.
Aunque este libro contenga algunas ideas sobre los tremendos horrores de los que fueron responsables Hitler y sus subordinados, no se centra exclusivamente en el asesinato en masa, sobre el que tal vez haya menos misterio del que se sugiere a veces, prescindiendo de los sentidos en los que ese inter¨¦s es en s¨ª indicativo de un apetito decadente por lo morboso, que desgraciadamente forma parte del inter¨¦s contempor¨¢neo por el tema. El autor no pretende tener un conocimiento especial de los motivos de la participaci¨®n individual en el asesinato y en el caos, aparte de los que han caracterizado esa conducta desde los inicios de la historia humana, y para lo que la literatura cl¨¢sica, la Biblia, Shakespeare o Dostoievski son gu¨ªas tan pr¨¢cticas como las obras de cualquier historiador contempor¨¢neo. En este sentido, el libro se despoja de cualquier pretensi¨®n desmesurada antes incluso de empezar a plantearla.
El Tercer Reich. Una nueva historia es, m¨¢s bien, una cr¨®nica del desmoronamiento moral y la transformaci¨®n a largo plazo, y m¨¢s sutil, de una sociedad industrial avanzada, cuyas consecuencias fue capaz de predecir en parte antes de que nacieran en ella observadores astutos con un instinto para estas materias. Pero las masas, estimuladas por sectores irresponsables y ego¨ªstas de la ¨¦lite, a los que el fil¨®sofo de la historia Eric Voegelin calific¨® memorablemente una vez como 'una chusma malvada', arremetieron contra la caridad, la raz¨®n y el escepticismo, depositando su fe en el personaje por lo dem¨¢s rid¨ªculo de Hitler, cuya propia existencia miserable adquiri¨® sentido cuando descubri¨® que su rabia contra el mundo era susceptible de una generalizaci¨®n indefinida. Muchos alemanes, pulverizados por la derrota y la crisis end¨¦mica, contemplaron la gama de poses cuidadosamente seleccionada de Hitler y vieron reflejada en ella aquella imagen de s¨ª mismos que anhelaban. Tal como escribi¨® en 1944 Konrad Heiden, el primer bi¨®grafo de Hitler, y el m¨¢s grande: 'La gente sue?a y un adivino le cuenta lo que est¨¢ so?ando'. Digo 'muchos alemanes' porque hubo otros, como Heiden y Voegelin, a los que su instinto, su humanidad o su inteligencia les prohibieron esa suspensi¨®n del sentido cr¨ªtico, o cuyos valores pol¨ªticos o religiosos b¨¢sicos les impidieron descender a la neobarbarie moral. Estos dos hombres acabaron sus d¨ªas en el destierro, en Maryland y Luisiana, respectivamente, pero simbolizan a innumerables m¨¢s, que acabaron en Brooklyn, en Florida o, para el caso, en Turqu¨ªa. La existencia demostrable de esas personas hace a¨²n m¨¢s notoria la estupidez irresponsable de los que depositaron su fe en Hitler, y contradice sin duda una condena indiscriminada del pueblo alem¨¢n en general.
Aunque este libro se subtitule Una nueva historia, su enfoque conjunto tiene una larga genealog¨ªa intelectual, ya que no es en modo alguno la primera vez que se estudia el nazismo como una forma de religi¨®n pol¨ªtica o de totalitarismo, aunque esos planteamientos no hayan vuelto a ponerse de moda hasta principios de los noventa. Sus ideas rectoras deben m¨¢s a una serie de fil¨®sofos, polit¨®logos e historiadores de la cultura y de las ideas que a la corriente general de los historiadores de este tema. En ese sentido, el libro reafirma una importante tradici¨®n intelectual, que busca identificar la esencia del fen¨®meno nazi por debajo de las an¨¦cdotas superficiales de si Hitler se acost¨® o no se acost¨® con su sobrina, de si quer¨ªa a su perro o de si ten¨ªa planes para el duque y la duquesa de Windsor, asuntos relativamente triviales que Heiden y Voegelin habr¨ªan mirado con una indiferencia ol¨ªmpica. Porque, por muy poco de moda que puedan estar, hay cuestiones intelectuales serias casi enterradas bajo la avalancha de trivialidades m¨®rbidas, kitsch y populistas que genera este tema, y a la que no se ve final ni disminuci¨®n ni siquiera sesenta a?os despu¨¦s, un tema que causa por s¨ª solo un desasosiego creciente entre los observadores contempor¨¢neos sensibles. Pero dejemos ya a un lado esas cavilaciones sobre nuestra propia ¨¦poca y nuestra cultura y pasemos a las ideas que han regido la estructura, los planteamientos b¨¢sicos y el contenido de este libro.
Palabras insuficientes
La mayor¨ªa de nuestro vocabulario pol¨ªtico est¨¢ moldeado por la antig¨¹edad cl¨¢sica, que nos leg¨® t¨¦rminos como democracia, despotismo, dictadura y tiran¨ªa. De vez en cuando esas palabras parec¨ªan insuficientes para describir ciertos acontecimientos pol¨¦micos, lo que impulsa a los comentaristas a buscar nuevos t¨¦rminos, a veces en vano. Alexis de Tocqueville expuso este problema cuando se esforzaba por describir la democracia estadounidense: 'Creo, por tanto, que el tipo de opresi¨®n que amenaza a las naciones democr¨¢ticas es distinto a cualquier cosa que haya podido existir antes en el mundo; nuestros contempor¨¢neos no hallar¨¢n ning¨²n prototipo de ella en sus recuerdos. Busco en vano una expresi¨®n que transmita con exactitud la totalidad de la idea que me he formado de ella; los viejos t¨¦rminos tiran¨ªa y despotismo son inadecuados: la cosa misma es nueva, y puesto que no puedo nombrarla, debo intentar definirla'.
'El advenimiento de los reg¨ªmenes bolchevique, fascista y nacionalsocialista a Rusia y Europa sucesivamente entre 1917 y 1933 llev¨® a muchos intelectuales contempor¨¢neos a preguntarse si su terminolog¨ªa transmit¨ªa adecuadamente el alcance de las pretensiones de esos reg¨ªmenes o los horrores de los que eran responsables'.
Costes colaterales
Por supuesto, muchos intelectuales no los ve¨ªan en modo alguno como horrores, sino m¨¢s bien como los costes colaterales de futuros supuestamente luminosos. En el verano de 1920, el fil¨®sofo ingl¨¦s Bertrand Russell viaj¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica al amparo de una delegaci¨®n del Partido Laborista ingl¨¦s que visitaba el pa¨ªs. Despu¨¦s de aproximadamente un mes de estancia all¨ª escribi¨®: 'Yo no puedo compartir las esperanzas de los bolcheviques m¨¢s que las de los anacoretas egipcios; ambas me parecen tr¨¢gicas ilusiones falsas, destinadas a provocar siglos de oscuridad y de violencia in¨²til en el mundo... Los principios del Serm¨®n de la Monta?a son admirables, pero el efecto que produjeron en la naturaleza humana media fue muy distinto de lo que se pretend¨ªa. Los que siguieron a Cristo no aprendieron a amar a sus enemigos ni a poner la otra mejilla... Las esperanzas que inspir¨® el comunismo son, en lo fundamental, tan admirables como las que infundi¨® el Serm¨®n de la Monta?a, pero se sostienen con igual fanatismo y es probable que hagan el mismo da?o. La crueldad acecha en nuestros instintos, y el fanatismo es un camuflaje para la crueldad. Los fan¨¢ticos raras veces son aut¨¦nticamente humanitarios, y aquellos a los que aterra la crueldad no se apresurar¨¢n a adoptar un credo fan¨¢tico... La guerra ha dejado por toda Europa un estado de ¨¢nimo de desilusi¨®n y desesperaci¨®n que pide a gritos una religi¨®n nueva como la ¨²nica fuerza capaz de dar a los hombres la energ¨ªa necesaria para vivir vigorosamente. El bolchevismo ha suministrado esta nueva religi¨®n'.
S¨®lo una d¨¦cada despu¨¦s se les ocurrir¨ªan ideas similares a otras personas que viv¨ªan en la Alemania nacionalsocialista. Por ejemplo, el 14 de julio de 1934, Victor Klemperer, el fil¨®logo de Dresde cuyo diario se ha hecho famoso recientemente, analizaba con su esposa, Eva, un discurso de Hitler que atronaba en un altavoz de la calle. Klemperer coment¨®: 'La voz de un predicador fan¨¢tico. Eva dice: Jan van Leyden. Yo digo: Rienzi', pues ¨¦l opt¨® por uno de los primeros h¨¦roes oper¨ªsticos de Wagner.
Eva Klemperer no fue la ¨²nica que estableci¨® comparaciones entre Hitler y los sectarios anabaptistas del siglo XVI. La misma comparaci¨®n se le ocurri¨® a otro autor de un diario, Friedrich Reck-Malleczewen, arist¨®crata mis¨¢ntropo que morir¨ªa luego en Dachau, y que en 1937 traz¨® un retrato de Hitler s¨®lo levemente disfrazado del dirigente anabaptista Jan B?ckelson, responsable de un reinado del terror en el M¨¹nster del siglo XVI. El libro se subtitulaba Historia de una locura masiva. Estas voces contempor¨¢neas, y muchas m¨¢s como ellas, volver¨¢n a aparecer a lo largo de este libro, pues a veces sus intuiciones penetrantes y su sensibilidad son de un orden m¨¢s elevado de las de historiadores y otros comentaristas contempor¨¢neos, m¨¢s centrados en general en alguna teor¨ªa o dogma metodol¨®gico que en el esp¨ªritu de aquellos tiempos. La analog¨ªa con la religi¨®n se les ocurri¨® a aquellos que ten¨ªan una visi¨®n del mundo m¨¢s serenamente secular que el disp¨¦ptico Reck-Malleczewen. En abril de 1937, un escritor an¨®nimo redact¨® un notable informe para la direcci¨®n del Partido Socialdem¨®crata exiliada en Praga sobre la lucha entre los nazis y las Iglesias cristianas. Siguiendo a otro informador que hab¨ªa escrito anteriormente sobre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo, el autor del informe comparaba expl¨ªcitamente el nazismo con una religi¨®n secularizada. Llamaba al resultado un Estado-Iglesia o un Estado anti-Iglesia, con sus propios dogmas intolerantes, sus predicadores, sus ritos sagrados y sus expresiones elevadas que brindaban explicaciones totales del pasado, el presente y el futuro, al mismo tiempo que ped¨ªan a sus adeptos una dedicaci¨®n inquebrantable. No bastaba la aquiescencia; esos reg¨ªmenes exig¨ªan a sus poblaciones afirmaci¨®n y entusiasmo constantes. Algunas de estas ideas se examinar¨¢n en esta introducci¨®n y a lo largo del libro, pero hab¨ªa algo m¨¢s hacia lo que llamaba la atenci¨®n el autor de ese informe de lo que tendremos que ocuparnos cuando sigamos la historia de la Alemania nazi desde la I Guerra Mundial hasta los inicios de la reconstrucci¨®n democr¨¢tica germanooccidental de posguerra.
Met¨¢fora expresiva
Ese informador acu?¨® una met¨¢fora excepcionalmente expresiva para las transformaciones morales que estaba efectuando el nazismo, algo casi ausente en los modernos libros de historia, con esos conceptos procedentes de la ciencia social de que hay que liberarse de los juicios de valor, como si la ¨¦tica estuviese emparentada con el moralizar en vez de ser algo intr¨ªnseco a la condici¨®n humana y a la reflexi¨®n filos¨®fica sobre ella. Este informador comparaba el proceso de transformaci¨®n moral de la sociedad alemana que se planteaba el nazismo con la reconstrucci¨®n del puente de una l¨ªnea f¨¦rrea. Los ingenieros no pod¨ªan limitarse a demoler una estructura ya existente, debido a las repercusiones en el tr¨¢fico ferroviario. Lo que hac¨ªan en su lugar era ir renovando lentamente cada tornillo, viga y ra¨ªl, un trabajo que apenas si hac¨ªa levantar la vista de los peri¨®dicos a los pasajeros. Sin embargo, un d¨ªa, se dar¨ªan cuenta de que el viejo puente hab¨ªa desaparecido y que ocupaba su sitio una nueva estructura relumbrante. Nunca lleg¨® a surgir nada tan coherente como una ¨¦tica nazi, para rivalizar con, digamos, la ¨¦tica judeocristiana o la utilitarista, y el racismo extremo carec¨ªa por definici¨®n de aplicabilidad universal. Pero los indicios eran, de todos modos, sumamente inquietantes. Los nazis, a diferencia del experimento sovi¨¦tico de ingenier¨ªa de almas, fueron una etapa m¨¢s all¨¢ y pretendieron una ingenier¨ªa corporal y no s¨®lo mental, aunque fuesen a menudo dif¨ªciles de distinguir las caracter¨ªsticas inhumanas que ambos reg¨ªmenes pretendieron inculcar, sobre todo a los j¨®venes. Ese ataque a la decencia ocupar¨¢ un lugar destacado en este libro. (...)
Este libro trata de lo que sucedi¨® cuando sectores de las ¨¦lites y las masas de gente normal y corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades cr¨ªticas individuales en favor de una pol¨ªtica basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su propia raza y naci¨®n. Es, por tanto, una historia muy del siglo XX.
Se aborda en ¨¦l el colapso moral progresivo y casi total de una sociedad industrial avanzada del coraz¨®n de Europa, muchos de cuyos ciudadanos abandonaron la carga de pensar por s¨ª mismos, en favor de lo que George Orwell describi¨® como el ritmo de tamtan de un tribalismo de nuestro tiempo. Depositaron su fe en malvados que promet¨ªan un gran salto hacia un futuro heroico, con soluciones violentas a los problemas locales y generales de la sociedad moderna de Alemania. Las consecuencias, para Alemania, Europa y el resto del mundo, fueron catastr¨®ficas, pero lo fueron a¨²n m¨¢s para los jud¨ªos europeos, v¨ªctimas de una campa?a destinada a acabar con todos ellos, hecho que consideramos con toda justificaci¨®n un acontecimiento excepcionalmente terrible de la historia moderna.
Desde el punto de vista local, Alemania sufri¨® su segunda derrota masiva y total del siglo XX. ?ste fue el precio de la estupidez masiva y de la ambici¨®n desmesurada, pagado con las vidas de sus ciudadanos, estuviesen comprometidos directamente en cr¨ªmenes terribles o caracterizados por la inocencia o la indiferencia moral. En un sentido m¨¢s amplio, se someti¨® a otras personas a los compromisos, las indignidades y los horrores de la ocupaci¨®n, los trabajos forzados y el r¨¦gimen de esclavitud o el asesinato en masa en el caso de los jud¨ªos europeos, mientras que durante cuatro a?os los recursos humanos, culturales y productivos de las naciones aliadas hubieron de dedicarse a rechazar y destruir un r¨¦gimen contrario a esos valores civilizados de tolerancia, humanidad y libertad que tanto apreciamos. Un 'arreglo r¨¢pido' de los m¨²ltiples problemas de Alemania desemboc¨® al final en la muerte de unos cincuenta millones de personas en un conflicto de cuya herencia Europa ha tardado medio siglo en recuperarse, pues el proceso de curaci¨®n y de reconciliaci¨®n ha sido largo.
Legitimidad a una tiran¨ªa
Una de las m¨²ltiples iron¨ªas de esta historia es que la II Guerra Mundial prest¨® legitimidad pol¨ªtica y moral nueva, pero espuria, a una tiran¨ªa sovi¨¦tica no menos implacable y sanguinaria. Pues lo que nosotros en Occidente (y muchos rusos) consideramos un enfrentamiento directo entre el bien y el mal parece menos categ¨®rico desde la perspectiva de, digamos, los b¨¢lticos, chechenos, t¨¢rtaros de Crimea, croatas, polacos o ucranianos, para los que 1944-1945 no trajo liberaci¨®n de la tiran¨ªa, sino varias d¨¦cadas de opresi¨®n imperialista de la que al menos una de esas naciones a¨²n est¨¢, despu¨¦s del cambio de siglo, luchando por liberarse. En este sentido, este libro trata del marco internacional m¨¢s amplio de la Alemania nazi (y sus confederados ideol¨®gicos), algo que autores alemanes, por lo dem¨¢s de mentalidad europea, y muchos de los que siguen sus huellas han menospreciado en su comprensible inter¨¦s por su propio legado local. No hay una raz¨®n respetable por la que los programas intelectuales de las historias de este periodo hayan de elaborarse exclusivamente en Alemania, pese a que muchos investigadores all¨ª hayan contribuido al conocimiento y a la interpretaci¨®n de este triste periodo de su historia contempor¨¢nea, que, en un sentido profundo, no es su propia historia.
Aunque este libro contenga algunas ideas sobre los tremendos horrores de los que fueron responsables Hitler y sus subordinados, no se centra exclusivamente en el asesinato en masa, sobre el que tal vez haya menos misterio del que se sugiere a veces, prescindiendo de los sentidos en los que ese inter¨¦s es en s¨ª indicativo de un apetito decadente por lo morboso, que desgraciadamente forma parte del inter¨¦s contempor¨¢neo por el tema. El autor no pretende tener un conocimiento especial de los motivos de la participaci¨®n individual en el asesinato y en el caos, aparte de los que han caracterizado esa conducta desde los inicios de la historia humana, y para lo que la literatura cl¨¢sica, la Biblia, Shakespeare o Dostoievski son gu¨ªas tan pr¨¢cticas como las obras de cualquier historiador contempor¨¢neo. En este sentido, el libro se despoja de cualquier pretensi¨®n desmesurada antes incluso de empezar a plantearla.
El Tercer Reich. Una nueva historia es, m¨¢s bien, una cr¨®nica del desmoronamiento moral y la transformaci¨®n a largo plazo, y m¨¢s sutil, de una sociedad industrial avanzada, cuyas consecuencias fue capaz de predecir en parte antes de que nacieran en ella observadores astutos con un instinto para estas materias. Pero las masas, estimuladas por sectores irresponsables y ego¨ªstas de la ¨¦lite, a los que el fil¨®sofo de la historia Eric Voegelin calific¨® memorablemente una vez como 'una chusma malvada', arremetieron contra la caridad, la raz¨®n y el escepticismo, depositando su fe en el personaje por lo dem¨¢s rid¨ªculo de Hitler, cuya propia existencia miserable adquiri¨® sentido cuando descubri¨® que su rabia contra el mundo era susceptible de una generalizaci¨®n indefinida. Muchos alemanes, pulverizados por la derrota y la crisis end¨¦mica, contemplaron la gama de poses cuidadosamente seleccionada de Hitler y vieron reflejada en ella aquella imagen de s¨ª mismos que anhelaban. Tal como escribi¨® en 1944 Konrad Heiden, el primer bi¨®grafo de Hitler, y el m¨¢s grande: 'La gente sue?a y un adivino le cuenta lo que est¨¢ so?ando'. Digo 'muchos alemanes' porque hubo otros, como Heiden y Voegelin, a los que su instinto, su humanidad o su inteligencia les prohibieron esa suspensi¨®n del sentido cr¨ªtico, o cuyos valores pol¨ªticos o religiosos b¨¢sicos les impidieron descender a la neobarbarie moral. Estos dos hombres acabaron sus d¨ªas en el destierro, en Maryland y Luisiana, respectivamente, pero simbolizan a innumerables m¨¢s, que acabaron en Brooklyn, en Florida o, para el caso, en Turqu¨ªa. La existencia demostrable de esas personas hace a¨²n m¨¢s notoria la estupidez irresponsable de los que depositaron su fe en Hitler, y contradice sin duda una condena indiscriminada del pueblo alem¨¢n en general.
Aunque este libro se subtitule Una nueva historia, su enfoque conjunto tiene una larga genealog¨ªa intelectual, ya que no es en modo alguno la primera vez que se estudia el nazismo como una forma de religi¨®n pol¨ªtica o de totalitarismo, aunque esos planteamientos no hayan vuelto a ponerse de moda hasta principios de los noventa. Sus ideas rectoras deben m¨¢s a una serie de fil¨®sofos, polit¨®logos e historiadores de la cultura y de las ideas que a la corriente general de los historiadores de este tema. En ese sentido, el libro reafirma una importante tradici¨®n intelectual, que busca identificar la esencia del fen¨®meno nazi por debajo de las an¨¦cdotas superficiales de si Hitler se acost¨® o no se acost¨® con su sobrina, de si quer¨ªa a su perro o de si ten¨ªa planes para el duque y la duquesa de Windsor, asuntos relativamente triviales que Heiden y Voegelin habr¨ªan mirado con una indiferencia ol¨ªmpica. Porque, por muy poco de moda que puedan estar, hay cuestiones intelectuales serias casi enterradas bajo la avalancha de trivialidades m¨®rbidas, kitsch y populistas que genera este tema, y a la que no se ve final ni disminuci¨®n ni siquiera sesenta a?os despu¨¦s, un tema que causa por s¨ª solo un desasosiego creciente entre los observadores contempor¨¢neos sensibles. Pero dejemos ya a un lado esas cavilaciones sobre nuestra propia ¨¦poca y nuestra cultura y pasemos a las ideas que han regido la estructura, los planteamientos b¨¢sicos y el contenido de este libro.
Palabras insuficientes
La mayor¨ªa de nuestro vocabulario pol¨ªtico est¨¢ moldeado por la antig¨¹edad cl¨¢sica, que nos leg¨® t¨¦rminos como democracia, despotismo, dictadura y tiran¨ªa. De vez en cuando esas palabras parec¨ªan insuficientes para describir ciertos acontecimientos pol¨¦micos, lo que impulsa a los comentaristas a buscar nuevos t¨¦rminos, a veces en vano. Alexis de Tocqueville expuso este problema cuando se esforzaba por describir la democracia estadounidense: 'Creo, por tanto, que el tipo de opresi¨®n que amenaza a las naciones democr¨¢ticas es distinto a cualquier cosa que haya podido existir antes en el mundo; nuestros contempor¨¢neos no hallar¨¢n ning¨²n prototipo de ella en sus recuerdos. Busco en vano una expresi¨®n que transmita con exactitud la totalidad de la idea que me he formado de ella; los viejos t¨¦rminos tiran¨ªa y despotismo son inadecuados: la cosa misma es nueva, y puesto que no puedo nombrarla, debo intentar definirla'.
'El advenimiento de los reg¨ªmenes bolchevique, fascista y nacionalsocialista a Rusia y Europa sucesivamente entre 1917 y 1933 llev¨® a muchos intelectuales contempor¨¢neos a preguntarse si su terminolog¨ªa transmit¨ªa adecuadamente el alcance de las pretensiones de esos reg¨ªmenes o los horrores de los que eran responsables'.
Costes colaterales
Por supuesto, muchos intelectuales no los ve¨ªan en modo alguno como horrores, sino m¨¢s bien como los costes colaterales de futuros supuestamente luminosos. En el verano de 1920, el fil¨®sofo ingl¨¦s Bertrand Russell viaj¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica al amparo de una delegaci¨®n del Partido Laborista ingl¨¦s que visitaba el pa¨ªs. Despu¨¦s de aproximadamente un mes de estancia all¨ª escribi¨®: 'Yo no puedo compartir las esperanzas de los bolcheviques m¨¢s que las de los anacoretas egipcios; ambas me parecen tr¨¢gicas ilusiones falsas, destinadas a provocar siglos de oscuridad y de violencia in¨²til en el mundo... Los principios del Serm¨®n de la Monta?a son admirables, pero el efecto que produjeron en la naturaleza humana media fue muy distinto de lo que se pretend¨ªa. Los que siguieron a Cristo no aprendieron a amar a sus enemigos ni a poner la otra mejilla... Las esperanzas que inspir¨® el comunismo son, en lo fundamental, tan admirables como las que infundi¨® el Serm¨®n de la Monta?a, pero se sostienen con igual fanatismo y es probable que hagan el mismo da?o. La crueldad acecha en nuestros instintos, y el fanatismo es un camuflaje para la crueldad. Los fan¨¢ticos raras veces son aut¨¦nticamente humanitarios, y aquellos a los que aterra la crueldad no se apresurar¨¢n a adoptar un credo fan¨¢tico... La guerra ha dejado por toda Europa un estado de ¨¢nimo de desilusi¨®n y desesperaci¨®n que pide a gritos una religi¨®n nueva como la ¨²nica fuerza capaz de dar a los hombres la energ¨ªa necesaria para vivir vigorosamente. El bolchevismo ha suministrado esta nueva religi¨®n'.
S¨®lo una d¨¦cada despu¨¦s se les ocurrir¨ªan ideas similares a otras personas que viv¨ªan en la Alemania nacionalsocialista. Por ejemplo, el 14 de julio de 1934, Victor Klemperer, el fil¨®logo de Dresde cuyo diario se ha hecho famoso recientemente, analizaba con su esposa, Eva, un discurso de Hitler que atronaba en un altavoz de la calle. Klemperer coment¨®: 'La voz de un predicador fan¨¢tico. Eva dice: Jan van Leyden. Yo digo: Rienzi', pues ¨¦l opt¨® por uno de los primeros h¨¦roes oper¨ªsticos de Wagner.
Eva Klemperer no fue la ¨²nica que estableci¨® comparaciones entre Hitler y los sectarios anabaptistas del siglo XVI. La misma comparaci¨®n se le ocurri¨® a otro autor de un diario, Friedrich Reck-Malleczewen, arist¨®crata mis¨¢ntropo que morir¨ªa luego en Dachau, y que en 1937 traz¨® un retrato de Hitler s¨®lo levemente disfrazado del dirigente anabaptista Jan B?ckelson, responsable de un reinado del terror en el M¨¹nster del siglo XVI. El libro se subtitulaba Historia de una locura masiva. Estas voces contempor¨¢neas, y muchas m¨¢s como ellas, volver¨¢n a aparecer a lo largo de este libro, pues a veces sus intuiciones penetrantes y su sensibilidad son de un orden m¨¢s elevado de las de historiadores y otros comentaristas contempor¨¢neos, m¨¢s centrados en general en alguna teor¨ªa o dogma metodol¨®gico que en el esp¨ªritu de aquellos tiempos. La analog¨ªa con la religi¨®n se les ocurri¨® a aquellos que ten¨ªan una visi¨®n del mundo m¨¢s serenamente secular que el disp¨¦ptico Reck-Malleczewen. En abril de 1937, un escritor an¨®nimo redact¨® un notable informe para la direcci¨®n del Partido Socialdem¨®crata exiliada en Praga sobre la lucha entre los nazis y las Iglesias cristianas. Siguiendo a otro informador que hab¨ªa escrito anteriormente sobre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo, el autor del informe comparaba expl¨ªcitamente el nazismo con una religi¨®n secularizada. Llamaba al resultado un Estado-Iglesia o un Estado anti-Iglesia, con sus propios dogmas intolerantes, sus predicadores, sus ritos sagrados y sus expresiones elevadas que brindaban explicaciones totales del pasado, el presente y el futuro, al mismo tiempo que ped¨ªan a sus adeptos una dedicaci¨®n inquebrantable. No bastaba la aquiescencia; esos reg¨ªmenes exig¨ªan a sus poblaciones afirmaci¨®n y entusiasmo constantes. Algunas de estas ideas se examinar¨¢n en esta introducci¨®n y a lo largo del libro, pero hab¨ªa algo m¨¢s hacia lo que llamaba la atenci¨®n el autor de ese informe de lo que tendremos que ocuparnos cuando sigamos la historia de la Alemania nazi desde la I Guerra Mundial hasta los inicios de la reconstrucci¨®n democr¨¢tica germanooccidental de posguerra.
Met¨¢fora expresiva
Ese informador acu?¨® una met¨¢fora excepcionalmente expresiva para las transformaciones morales que estaba efectuando el nazismo, algo casi ausente en los modernos libros de historia, con esos conceptos procedentes de la ciencia social de que hay que liberarse de los juicios de valor, como si la ¨¦tica estuviese emparentada con el moralizar en vez de ser algo intr¨ªnseco a la condici¨®n humana y a la reflexi¨®n filos¨®fica sobre ella. Este informador comparaba el proceso de transformaci¨®n moral de la sociedad alemana que se planteaba el nazismo con la reconstrucci¨®n del puente de una l¨ªnea f¨¦rrea. Los ingenieros no pod¨ªan limitarse a demoler una estructura ya existente, debido a las repercusiones en el tr¨¢fico ferroviario. Lo que hac¨ªan en su lugar era ir renovando lentamente cada tornillo, viga y ra¨ªl, un trabajo que apenas si hac¨ªa levantar la vista de los peri¨®dicos a los pasajeros. Sin embargo, un d¨ªa, se dar¨ªan cuenta de que el viejo puente hab¨ªa desaparecido y que ocupaba su sitio una nueva estructura relumbrante. Nunca lleg¨® a surgir nada tan coherente como una ¨¦tica nazi, para rivalizar con, digamos, la ¨¦tica judeocristiana o la utilitarista, y el racismo extremo carec¨ªa por definici¨®n de aplicabilidad universal. Pero los indicios eran, de todos modos, sumamente inquietantes. Los nazis, a diferencia del experimento sovi¨¦tico de ingenier¨ªa de almas, fueron una etapa m¨¢s all¨¢ y pretendieron una ingenier¨ªa corporal y no s¨®lo mental, aunque fuesen a menudo dif¨ªciles de distinguir las caracter¨ªsticas inhumanas que ambos reg¨ªmenes pretendieron inculcar, sobre todo a los j¨®venes. Ese ataque a la decencia ocupar¨¢ un lugar destacado en este libro. (...)
Este libro trata de lo que sucedi¨® cuando sectores de las ¨¦lites y las masas de gente normal y corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades cr¨ªticas individuales en favor de una pol¨ªtica basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su propia raza y naci¨®n. Es, por tanto, una historia muy del siglo XX.
Se aborda en ¨¦l el colapso moral progresivo y casi total de una sociedad industrial avanzada del coraz¨®n de Europa, muchos de cuyos ciudadanos abandonaron la carga de pensar por s¨ª mismos, en favor de lo que George Orwell describi¨® como el ritmo de tamtan de un tribalismo de nuestro tiempo. Depositaron su fe en malvados que promet¨ªan un gran salto hacia un futuro heroico, con soluciones violentas a los problemas locales y generales de la sociedad moderna de Alemania. Las consecuencias, para Alemania, Europa y el resto del mundo, fueron catastr¨®ficas, pero lo fueron a¨²n m¨¢s para los jud¨ªos europeos, v¨ªctimas de una campa?a destinada a acabar con todos ellos, hecho que consideramos con toda justificaci¨®n un acontecimiento excepcionalmente terrible de la historia moderna.
Desde el punto de vista local, Alemania sufri¨® su segunda derrota masiva y total del siglo XX. ?ste fue el precio de la estupidez masiva y de la ambici¨®n desmesurada, pagado con las vidas de sus ciudadanos, estuviesen comprometidos directamente en cr¨ªmenes terribles o caracterizados por la inocencia o la indiferencia moral. En un sentido m¨¢s amplio, se someti¨® a otras personas a los compromisos, las indignidades y los horrores de la ocupaci¨®n, los trabajos forzados y el r¨¦gimen de esclavitud o el asesinato en masa en el caso de los jud¨ªos europeos, mientras que durante cuatro a?os los recursos humanos, culturales y productivos de las naciones aliadas hubieron de dedicarse a rechazar y destruir un r¨¦gimen contrario a esos valores civilizados de tolerancia, humanidad y libertad que tanto apreciamos. Un 'arreglo r¨¢pido' de los m¨²ltiples problemas de Alemania desemboc¨® al final en la muerte de unos cincuenta millones de personas en un conflicto de cuya herencia Europa ha tardado medio siglo en recuperarse, pues el proceso de curaci¨®n y de reconciliaci¨®n ha sido largo.
Legitimidad a una tiran¨ªa
Una de las m¨²ltiples iron¨ªas de esta historia es que la II Guerra Mundial prest¨® legitimidad pol¨ªtica y moral nueva, pero espuria, a una tiran¨ªa sovi¨¦tica no menos implacable y sanguinaria. Pues lo que nosotros en Occidente (y muchos rusos) consideramos un enfrentamiento directo entre el bien y el mal parece menos categ¨®rico desde la perspectiva de, digamos, los b¨¢lticos, chechenos, t¨¢rtaros de Crimea, croatas, polacos o ucranianos, para los que 1944-1945 no trajo liberaci¨®n de la tiran¨ªa, sino varias d¨¦cadas de opresi¨®n imperialista de la que al menos una de esas naciones a¨²n est¨¢, despu¨¦s del cambio de siglo, luchando por liberarse. En este sentido, este libro trata del marco internacional m¨¢s amplio de la Alemania nazi (y sus confederados ideol¨®gicos), algo que autores alemanes, por lo dem¨¢s de mentalidad europea, y muchos de los que siguen sus huellas han menospreciado en su comprensible inter¨¦s por su propio legado local. No hay una raz¨®n respetable por la que los programas intelectuales de las historias de este periodo hayan de elaborarse exclusivamente en Alemania, pese a que muchos investigadores all¨ª hayan contribuido al conocimiento y a la interpretaci¨®n de este triste periodo de su historia contempor¨¢nea, que, en un sentido profundo, no es su propia historia.
Aunque este libro contenga algunas ideas sobre los tremendos horrores de los que fueron responsables Hitler y sus subordinados, no se centra exclusivamente en el asesinato en masa, sobre el que tal vez haya menos misterio del que se sugiere a veces, prescindiendo de los sentidos en los que ese inter¨¦s es en s¨ª indicativo de un apetito decadente por lo morboso, que desgraciadamente forma parte del inter¨¦s contempor¨¢neo por el tema. El autor no pretende tener un conocimiento especial de los motivos de la participaci¨®n individual en el asesinato y en el caos, aparte de los que han caracterizado esa conducta desde los inicios de la historia humana, y para lo que la literatura cl¨¢sica, la Biblia, Shakespeare o Dostoievski son gu¨ªas tan pr¨¢cticas como las obras de cualquier historiador contempor¨¢neo. En este sentido, el libro se despoja de cualquier pretensi¨®n desmesurada antes incluso de empezar a plantearla.
El Tercer Reich. Una nueva historia es, m¨¢s bien, una cr¨®nica del desmoronamiento moral y la transformaci¨®n a largo plazo, y m¨¢s sutil, de una sociedad industrial avanzada, cuyas consecuencias fue capaz de predecir en parte antes de que nacieran en ella observadores astutos con un instinto para estas materias. Pero las masas, estimuladas por sectores irresponsables y ego¨ªstas de la ¨¦lite, a los que el fil¨®sofo de la historia Eric Voegelin calific¨® memorablemente una vez como 'una chusma malvada', arremetieron contra la caridad, la raz¨®n y el escepticismo, depositando su fe en el personaje por lo dem¨¢s rid¨ªculo de Hitler, cuya propia existencia miserable adquiri¨® sentido cuando descubri¨® que su rabia contra el mundo era susceptible de una generalizaci¨®n indefinida. Muchos alemanes, pulverizados por la derrota y la crisis end¨¦mica, contemplaron la gama de poses cuidadosamente seleccionada de Hitler y vieron reflejada en ella aquella imagen de s¨ª mismos que anhelaban. Tal como escribi¨® en 1944 Konrad Heiden, el primer bi¨®grafo de Hitler, y el m¨¢s grande: 'La gente sue?a y un adivino le cuenta lo que est¨¢ so?ando'. Digo 'muchos alemanes' porque hubo otros, como Heiden y Voegelin, a los que su instinto, su humanidad o su inteligencia les prohibieron esa suspensi¨®n del sentido cr¨ªtico, o cuyos valores pol¨ªticos o religiosos b¨¢sicos les impidieron descender a la neobarbarie moral. Estos dos hombres acabaron sus d¨ªas en el destierro, en Maryland y Luisiana, respectivamente, pero simbolizan a innumerables m¨¢s, que acabaron en Brooklyn, en Florida o, para el caso, en Turqu¨ªa. La existencia demostrable de esas personas hace a¨²n m¨¢s notoria la estupidez irresponsable de los que depositaron su fe en Hitler, y contradice sin duda una condena indiscriminada del pueblo alem¨¢n en general.
Aunque este libro se subtitule Una nueva historia, su enfoque conjunto tiene una larga genealog¨ªa intelectual, ya que no es en modo alguno la primera vez que se estudia el nazismo como una forma de religi¨®n pol¨ªtica o de totalitarismo, aunque esos planteamientos no hayan vuelto a ponerse de moda hasta principios de los noventa. Sus ideas rectoras deben m¨¢s a una serie de fil¨®sofos, polit¨®logos e historiadores de la cultura y de las ideas que a la corriente general de los historiadores de este tema. En ese sentido, el libro reafirma una importante tradici¨®n intelectual, que busca identificar la esencia del fen¨®meno nazi por debajo de las an¨¦cdotas superficiales de si Hitler se acost¨® o no se acost¨® con su sobrina, de si quer¨ªa a su perro o de si ten¨ªa planes para el duque y la duquesa de Windsor, asuntos relativamente triviales que Heiden y Voegelin habr¨ªan mirado con una indiferencia ol¨ªmpica. Porque, por muy poco de moda que puedan estar, hay cuestiones intelectuales serias casi enterradas bajo la avalancha de trivialidades m¨®rbidas, kitsch y populistas que genera este tema, y a la que no se ve final ni disminuci¨®n ni siquiera sesenta a?os despu¨¦s, un tema que causa por s¨ª solo un desasosiego creciente entre los observadores contempor¨¢neos sensibles. Pero dejemos ya a un lado esas cavilaciones sobre nuestra propia ¨¦poca y nuestra cultura y pasemos a las ideas que han regido la estructura, los planteamientos b¨¢sicos y el contenido de este libro.
Palabras insuficientes
La mayor¨ªa de nuestro vocabulario pol¨ªtico est¨¢ moldeado por la antig¨¹edad cl¨¢sica, que nos leg¨® t¨¦rminos como democracia, despotismo, dictadura y tiran¨ªa. De vez en cuando esas palabras parec¨ªan insuficientes para describir ciertos acontecimientos pol¨¦micos, lo que impulsa a los comentaristas a buscar nuevos t¨¦rminos, a veces en vano. Alexis de Tocqueville expuso este problema cuando se esforzaba por describir la democracia estadounidense: 'Creo, por tanto, que el tipo de opresi¨®n que amenaza a las naciones democr¨¢ticas es distinto a cualquier cosa que haya podido existir antes en el mundo; nuestros contempor¨¢neos no hallar¨¢n ning¨²n prototipo de ella en sus recuerdos. Busco en vano una expresi¨®n que transmita con exactitud la totalidad de la idea que me he formado de ella; los viejos t¨¦rminos tiran¨ªa y despotismo son inadecuados: la cosa misma es nueva, y puesto que no puedo nombrarla, debo intentar definirla'.
'El advenimiento de los reg¨ªmenes bolchevique, fascista y nacionalsocialista a Rusia y Europa sucesivamente entre 1917 y 1933 llev¨® a muchos intelectuales contempor¨¢neos a preguntarse si su terminolog¨ªa transmit¨ªa adecuadamente el alcance de las pretensiones de esos reg¨ªmenes o los horrores de los que eran responsables'.
Costes colaterales
Por supuesto, muchos intelectuales no los ve¨ªan en modo alguno como horrores, sino m¨¢s bien como los costes colaterales de futuros supuestamente luminosos. En el verano de 1920, el fil¨®sofo ingl¨¦s Bertrand Russell viaj¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica al amparo de una delegaci¨®n del Partido Laborista ingl¨¦s que visitaba el pa¨ªs. Despu¨¦s de aproximadamente un mes de estancia all¨ª escribi¨®: 'Yo no puedo compartir las esperanzas de los bolcheviques m¨¢s que las de los anacoretas egipcios; ambas me parecen tr¨¢gicas ilusiones falsas, destinadas a provocar siglos de oscuridad y de violencia in¨²til en el mundo... Los principios del Serm¨®n de la Monta?a son admirables, pero el efecto que produjeron en la naturaleza humana media fue muy distinto de lo que se pretend¨ªa. Los que siguieron a Cristo no aprendieron a amar a sus enemigos ni a poner la otra mejilla... Las esperanzas que inspir¨® el comunismo son, en lo fundamental, tan admirables como las que infundi¨® el Serm¨®n de la Monta?a, pero se sostienen con igual fanatismo y es probable que hagan el mismo da?o. La crueldad acecha en nuestros instintos, y el fanatismo es un camuflaje para la crueldad. Los fan¨¢ticos raras veces son aut¨¦nticamente humanitarios, y aquellos a los que aterra la crueldad no se apresurar¨¢n a adoptar un credo fan¨¢tico... La guerra ha dejado por toda Europa un estado de ¨¢nimo de desilusi¨®n y desesperaci¨®n que pide a gritos una religi¨®n nueva como la ¨²nica fuerza capaz de dar a los hombres la energ¨ªa necesaria para vivir vigorosamente. El bolchevismo ha suministrado esta nueva religi¨®n'.
S¨®lo una d¨¦cada despu¨¦s se les ocurrir¨ªan ideas similares a otras personas que viv¨ªan en la Alemania nacionalsocialista. Por ejemplo, el 14 de julio de 1934, Victor Klemperer, el fil¨®logo de Dresde cuyo diario se ha hecho famoso recientemente, analizaba con su esposa, Eva, un discurso de Hitler que atronaba en un altavoz de la calle. Klemperer coment¨®: 'La voz de un predicador fan¨¢tico. Eva dice: Jan van Leyden. Yo digo: Rienzi', pues ¨¦l opt¨® por uno de los primeros h¨¦roes oper¨ªsticos de Wagner.
Eva Klemperer no fue la ¨²nica que estableci¨® comparaciones entre Hitler y los sectarios anabaptistas del siglo XVI. La misma comparaci¨®n se le ocurri¨® a otro autor de un diario, Friedrich Reck-Malleczewen, arist¨®crata mis¨¢ntropo que morir¨ªa luego en Dachau, y que en 1937 traz¨® un retrato de Hitler s¨®lo levemente disfrazado del dirigente anabaptista Jan B?ckelson, responsable de un reinado del terror en el M¨¹nster del siglo XVI. El libro se subtitulaba Historia de una locura masiva. Estas voces contempor¨¢neas, y muchas m¨¢s como ellas, volver¨¢n a aparecer a lo largo de este libro, pues a veces sus intuiciones penetrantes y su sensibilidad son de un orden m¨¢s elevado de las de historiadores y otros comentaristas contempor¨¢neos, m¨¢s centrados en general en alguna teor¨ªa o dogma metodol¨®gico que en el esp¨ªritu de aquellos tiempos. La analog¨ªa con la religi¨®n se les ocurri¨® a aquellos que ten¨ªan una visi¨®n del mundo m¨¢s serenamente secular que el disp¨¦ptico Reck-Malleczewen. En abril de 1937, un escritor an¨®nimo redact¨® un notable informe para la direcci¨®n del Partido Socialdem¨®crata exiliada en Praga sobre la lucha entre los nazis y las Iglesias cristianas. Siguiendo a otro informador que hab¨ªa escrito anteriormente sobre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo, el autor del informe comparaba expl¨ªcitamente el nazismo con una religi¨®n secularizada. Llamaba al resultado un Estado-Iglesia o un Estado anti-Iglesia, con sus propios dogmas intolerantes, sus predicadores, sus ritos sagrados y sus expresiones elevadas que brindaban explicaciones totales del pasado, el presente y el futuro, al mismo tiempo que ped¨ªan a sus adeptos una dedicaci¨®n inquebrantable. No bastaba la aquiescencia; esos reg¨ªmenes exig¨ªan a sus poblaciones afirmaci¨®n y entusiasmo constantes. Algunas de estas ideas se examinar¨¢n en esta introducci¨®n y a lo largo del libro, pero hab¨ªa algo m¨¢s hacia lo que llamaba la atenci¨®n el autor de ese informe de lo que tendremos que ocuparnos cuando sigamos la historia de la Alemania nazi desde la I Guerra Mundial hasta los inicios de la reconstrucci¨®n democr¨¢tica germanooccidental de posguerra.
Met¨¢fora expresiva
Ese informador acu?¨® una met¨¢fora excepcionalmente expresiva para las transformaciones morales que estaba efectuando el nazismo, algo casi ausente en los modernos libros de historia, con esos conceptos procedentes de la ciencia social de que hay que liberarse de los juicios de valor, como si la ¨¦tica estuviese emparentada con el moralizar en vez de ser algo intr¨ªnseco a la condici¨®n humana y a la reflexi¨®n filos¨®fica sobre ella. Este informador comparaba el proceso de transformaci¨®n moral de la sociedad alemana que se planteaba el nazismo con la reconstrucci¨®n del puente de una l¨ªnea f¨¦rrea. Los ingenieros no pod¨ªan limitarse a demoler una estructura ya existente, debido a las repercusiones en el tr¨¢fico ferroviario. Lo que hac¨ªan en su lugar era ir renovando lentamente cada tornillo, viga y ra¨ªl, un trabajo que apenas si hac¨ªa levantar la vista de los peri¨®dicos a los pasajeros. Sin embargo, un d¨ªa, se dar¨ªan cuenta de que el viejo puente hab¨ªa desaparecido y que ocupaba su sitio una nueva estructura relumbrante. Nunca lleg¨® a surgir nada tan coherente como una ¨¦tica nazi, para rivalizar con, digamos, la ¨¦tica judeocristiana o la utilitarista, y el racismo extremo carec¨ªa por definici¨®n de aplicabilidad universal. Pero los indicios eran, de todos modos, sumamente inquietantes. Los nazis, a diferencia del experimento sovi¨¦tico de ingenier¨ªa de almas, fueron una etapa m¨¢s all¨¢ y pretendieron una ingenier¨ªa corporal y no s¨®lo mental, aunque fuesen a menudo dif¨ªciles de distinguir las caracter¨ªsticas inhumanas que ambos reg¨ªmenes pretendieron inculcar, sobre todo a los j¨®venes. Ese ataque a la decencia ocupar¨¢ un lugar destacado en este libro. (...)
La mentalidad redentora-revolucionaria
QUIEN FUNDI? totalitarismo y religiones pol¨ªticas de una forma m¨¢s sistem¨¢tica fue Jacob Talmon, aunque los hay que dicen que sus propias elaboraciones monumentales parecen construcciones totalitarias por su carencia de caminos laterales y de cabos sueltos. Talmon -como muchos historiadores inducidos por la urgencia de los acontecimientos de su propia ¨¦poca antes que por imperativos ol¨ªmpicos a explicar c¨®mo fueron ¨¦stos- encontr¨® los or¨ªgenes del sesgo criminal que adopt¨® la Revoluci¨®n Rusa en la fase jacobina de la Revoluci¨®n Francesa, que ¨¦l calific¨® de 'democracia totalitaria'. En otras palabras, estaba inspirado en parte por la b¨²squeda de los or¨ªgenes del despotismo democr¨¢tico de Tocqueville. Talmon aplic¨® un m¨¦todo psicoanal¨ªtico a la mentalidad redentora-revolucionaria que, en su opini¨®n, sustentaba varias causas radicales, y que consist¨ªa para ¨¦l en la imposici¨®n del mundo de lo que debiera ser sobre la realidad. Su trilog¨ªa empezaba, pol¨¦micamente, con Rousseau y el argumento de la voluntad general del pueblo, a la que nada pod¨ªa oponerse; y conclu¨ªa, con mayor transparencia, con Robespierre, Saint-Just y Babeuf, y sus estratagemas totalitarias cada vez m¨¢s demenciales para conseguir que la obstinada realidad se ajustase a lo que ¨¦l llam¨® su 'esbozo a l¨¢piz' del mundo ideal. Seg¨²n Talmon, una ¨¦lite revolucionaria clarividente adivinaba la voluntad general y la direcci¨®n de la historia, dando a luz con la guillotina su visi¨®n universal de la felicidad hasta que aquella 'felicidad' que hab¨ªan creado les destruy¨®. Talmon compar¨® esta primera democracia totalitaria con el pragmatismo liberal, considerando que eran los dos producto de la Ilustraci¨®n. Aparte de su falta de inter¨¦s por las ilustraciones holandesa, inglesa, alemana, escocesa o virginiana, no otorg¨® la consideraci¨®n debida a lo mucho que la democracia parlamentaria se bas¨® tambi¨¦n en instituciones, ideas e intuiciones muy anteriores al siglo XVIII, como cuando aport¨® un acuerdo sobre fiscalidad o defensa frente a los ataques mon¨¢rquicos originales contra derechos y privilegios anteriores. Pero, en fin, Talmon era un hombre de ideas m¨¢s que de impuestos o de privilegios. Le desconcertaba tambi¨¦n el nacionalismo. Hablaba poco de sus variedades cosmopolitas de la 'Primavera de las naciones', prefiriendo m¨¢s bien destacar (con la experiencia del nazismo en mente) sus formas racialmente excluyentes y mesi¨¢nicas, que fund¨ªa con la veta m¨¢s internacionalista de democracia totalitaria que hab¨ªa sido durante todo el tiempo su centro de inter¨¦s.
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