Matices tard¨ªos
La huelga general es un hecho. Lo es tambi¨¦n el decreto-ley, y anda todo patas arriba y como fuera de quicio. ?Por qu¨¦ no ha cuajado el di¨¢logo? La conjetura m¨¢s a mano es que el Gobierno pens¨® que Fidalgo, secretario de CC OO, se desmarcar¨ªa de UGT. Y crey¨¦ndose en posici¨®n segura, impost¨® la voz en un registro m¨¢s bien alto. El diablo, y los propios sindicatos, liaron el resto. De hecho, no est¨¢ claro todav¨ªa qu¨¦ quer¨ªan los sindicatos. Cuando uno desea algo concreto, da se?ales, aunque oblicuas, de que lo desea. Pero los sindicatos no parec¨ªan, realmente, por la labor. Ya en 2000, antes de constituido el Gobierno, hab¨ªa esgrimido C¨¢ndido M¨¦ndez la amenaza de huelga general, a prop¨®sito entonces de la alta siniestralidad laboral. El caso, en fin, es que se han roto las ca?er¨ªas, y que se anegar¨¢n los caminos. Pena.
El decreto ha sido un¨¢nimemente interpretado como una respuesta intempestiva a una huelga intempestiva. En pol¨ªtica tambi¨¦n, el medio es el mensaje, y las cosas terminan por adquirir el valor que la gente quiere darles. Ello aceptado, urge recordar ciertos extremos. Uno: el decreto-ley constituye, de facto, la manera habitual de abordar las reformas del subsidio. Desde el 93 ac¨¢ han salido nueve decretos-ley sobre temas laborales (tres de ellos, con los socialistas). Dos: habiendo naufragado la esperanza de pactar, no es arbitrario -aunque pueda ser incorrecto- acelerar la ejecuci¨®n de lo legislado. Tres: como se respeta el PER a los que ya lo tienen, abrir un espacio de meses hasta que las medidas entren en vigor resultar¨ªa arriesgado. Muchas personas podr¨ªan apuntarse al PER como quien salta a la plataforma de un tranv¨ªa en marcha. M¨¢xime no habiendo ambiente de consenso entre las fuerzas sociales.
?Es bueno el plan de reforma del subsidio? Me limitar¨¦ a explicar por qu¨¦ no era buena la situaci¨®n anterior. Se ha afirmado, por ejemplo, que habr¨ªa sido mejor aplicar con rigor la ley precedente. Pues no. Con arreglo a la ley desplazada, se perd¨ªa el subsidio al primer rechazo de oferta de empleo. Ahora se grad¨²a el castigo. La ley evitaba fricciones, precisamente en la medida en que no se aplicaba. Si alguien entiende que ¨¦sta es una situaci¨®n deseable... que levante la mano. Vuelvo a la huelga. Las huelgas generales son impecablemente constitucionales. Sin embargo, no me gustan, por dos motivos. El primero est¨¢ relacionado con el ethos de la huelga general. En teor¨ªa, las huelgas generales defienden intereses generales. Pero esto no es as¨ª. Los intereses de los beneficiarios del PER no coinciden con los del contribuyente; ni los del subsidiado que agota el subsidio pudiendo colocarse antes (un porcentaje estimable), est¨¢n en sinton¨ªa con los del empleado -y el empresario- que sufraga el subsidio. Me gustar¨ªan m¨¢s las huelgas generales si se presentaran como lo que son: medidas de fuerza leg¨ªtimamente enderezadas a proteger la posici¨®n de colectivos concretos.
Mi segundo reparo es de ¨ªndole democr¨¢tica. Ser¨ªa absurdo esperar que los sindicatos no empleen la coacci¨®n cuando se convoca una huelga. La raz¨®n no es que los sindicatos sean malos, sino que es imposible detraer a la gente del trabajo sin torcer mu?ecas. El argumento m¨¢s asentado proviene, miren ustedes por d¨®nde, de la econom¨ªa neocl¨¢sica: el trabajador est¨¢ndar, aunque simpatice con la causa, tender¨¢ a desplazar el coste de la huelga -un d¨ªa sin paga- a sus colegas, y a acudir al trabajo. Los piquetes, por tanto, son inevitables. Esto, de entrada. Las huelgas generales, de a?adidura, integran pulsos pol¨ªticos con un Gobierno. Cuando salen bien, como en el 88, el ¨¦xito se usa como se usan los votos. Pero mientras los votos son voluntarios, las ausencias del trabajo no lo son por fuerza. ?Resultado? Que las huelgas generales alteran la pol¨ªtica nacional sin que se pueda establecer una correspondencia m¨ªnimamente fiable entre las reivindicaciones que defienden, y el n¨²mero de personas que las apoyan. Cabe replicar que los partidos tampoco representan al votante. Se trata, sin embargo, de una r¨¦plica peligrosa. De aqu¨ª a recusar la democracia media s¨®lo un paso.
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