Dos laberintos
?Se pondr¨¢ de moda Gramsci? La literatura pol¨ªtica anglosajona parece haber descubierto la categor¨ªa de hegemon¨ªa de Gramsci, muy ¨²til para advertir que para ejercer una dominaci¨®n estable no basta con el poder econ¨®mico, ni siquiera con el militar, sino que se necesita adem¨¢s capacidad de penetraci¨®n, seducci¨®n e impregnaci¨®n en el terreno de las ideas, las costumbres, la moral y los sentimientos.
Estados Unidos, sostienen algunos, s¨®lo podr¨ªan ver amenazada su hegemon¨ªa si descuidaran lo que ellos llaman el soft power, es decir, los valores de la sociedad americana que se transmiten a trav¨¦s de un sistema multimedia que todav¨ªa controlan significativamente pero que algunos temen que en tiempos de Internet se haga vulnerable. La habilidad del que domina es ejercer la hegemon¨ªa aprovechando el mimetismo de los ciudadanos respecto a los poderosos, con la suavidad suficiente para que no sea vivida como un oprobio. Que es lo que algunos temen en un momento en que el Gobierno americano ha cambiado el discurso de los derechos humanos por el de la seguridad e intransigencia.
Un par de d¨¦cadas atr¨¢s, esta categor¨ªa gramsciana era repudiada y puesta como ejemplo de la voluntad de dominaci¨®n totalitaria de la izquierda comunista. Ahora, sin embargo, sirve para llamar la atenci¨®n sobre las posibles debilidades del hiperpoder americano. A su vez, es ¨²til para entender el laberinto en que se encuentra metida la izquierda europea. En los a?os ochenta un modo de entender la sociedad liberal, liderado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, renov¨® su hegemon¨ªa y traz¨® una extensa red de dominaci¨®n que culmin¨® con el hundimiento de los reg¨ªmenes de tipo sovi¨¦tico. La socialdemocracia europea qued¨® atrapada en la red. Acept¨® sin rechistar el proyecto liberal de la globalizaci¨®n renunciando a sus valores propios. Es m¨¢s, donde ha gobernado, con muy pocas excepciones (Francia entre ellas, pero sin capacidad de crear una mayor¨ªa reformista), ha contribuido eficazmente a la hegemon¨ªa liberal, a veces con trabajos sucios que ni la propia derecha se atrev¨ªa a hacer. Y en estos momentos en que cunde entre la ciudadan¨ªa la inseguridad generada por el fundamentalismo de mercado, no tienen respuesta propia y tienden a mimetizar las respuestas de la derecha, con la coartada de la lucha por el centro pol¨ªtico. El resultado es evidente: la derecha -a¨²n en las dificultades de un momento en que el mundo se ha hecho para mucha gente insoportablemente imprevisible- mantiene la iniciativa pol¨ªtica. En este contexto todo partido de izquierdas que afronta una campa?a electoral -los partidos s¨®lo se dan cuenta de que est¨¢n en peligro cuando llega la llamada a las urnas- lo hace sabiendo que hay que reinventar, pero sin saber muy bien qu¨¦. La clase obrera, sobre la que se construy¨® el discurso socialdem¨®crata -respuesta al comunismo-, ya no es lo que era, en t¨¦rminos de cohesi¨®n y poder social. El pacto por el Estado de bienestar en la posguerra llev¨® a buena parte de la clase obrera a las clases medias y ahora, en los momentos dif¨ªciles, no quieren que nadie les recuerde el pasado. Por tanto, el viejo discurso ya no sirve. Y sin embargo, la equidad, la cohesi¨®n social y la igualdad de derechos de la ciudadan¨ªa merecer¨ªan seguir estando en primer plano, si no se quiere dejar definitivamente a la democracia sin alma.
Hay dos tipos de reformismo: el del FMI, el de la derecha, que apuesta por las terapias de choque y el cambio tecnol¨®gico continuo como forma de revoluci¨®n permanente, siempre en defensa de los intereses del poder econ¨®mico occidental. Es un reformismo de un solo lenguaje: el de las tasas de crecimiento y los ¨ªndices de competitividad. Pero hay otro reformismo posible: el que entiende que la sociedad existe y que es algo m¨¢s que una suma de personas colocadas debidamente para optimizar el rendimiento econ¨®mico conjunto, y que el progreso y la calidad de vida son funci¨®n de muchos m¨¢s factores. La izquierda, atrapada en el laberinto hegem¨®nico, no se decide a avanzar por esta segunda v¨ªa sin complejos. Y no es f¨¢cil ciertamente, porque la capacidad de difusi¨®n del modelo americano es grande. Es curioso, eso s¨ª, que se hayan dado cuenta antes los reformadores americanos de sus debilidades que la izquierda europea. De modo que, para salir del laberinto, la izquierda tiene un arduo trabajo por delante: superar los t¨®picos de su tradici¨®n y ser capaz de minar el soft power americanista con propuestas suficientemente atractivas. El problema es que las campa?as electorales viven siempre bajo la premura de las prisas y ¨¦stas no ayudan al trabajo de fondo.
A la izquierda catalana le toca lidiar con dos gobiernos (el de Aznar y el de Pujol) que han luchado en todos los frentes para imponer una hegemon¨ªa social duradera. De modo que el laberinto en que est¨¢ atrapada la izquierda es de doble circuito. M¨¢s o menos por las mismas fechas en que Reagan y Thatcher tej¨ªan su hegemon¨ªa, la izquierda catalana dej¨® que fuera el nacionalismo conservador el que definiera el campo de juego interior. Y entr¨® en ¨¦l, sin cuestionarlo apenas, aun a sabiendas de que no le beneficiaba en absoluto. Pero una vez m¨¢s la l¨®gica de la hegemon¨ªa se ha demostrado implacable.
?Hay salida? ?O la izquierda s¨®lo puede recortar algunos setos del laberinto con la esperanza de ver la puerta, sabiendo que volver¨¢n a crecer? David Held da una receta muy gen¨¦rica para la izquierda: transparencia, democracia y cuesti¨®n social. La transparencia es un arma de doble filo cuando se ha vivido en la hegemon¨ªa del adversario con la misma comodidad con que los ni?os juegan en el parque. La democracia significa tambi¨¦n recuperar el nombre de las cosas: detectar y se?alar los problemas sin miedo, aunque ello obligue a salirse de las aguas pl¨¢cidas del consenso. Tengo la impresi¨®n de que quien rompa el lenguaje eufem¨ªstico tendr¨¢ mucho terreno ganado. Y si la izquierda no habla claro, se romper¨¢ del lado del populismo antidemocr¨¢tico. La derecha ya ha ense?ado la patita en m¨¢s de una ocasi¨®n. La cuesti¨®n social, ?qu¨¦ es la izquierda sin ella? Pero hay que salir al encuentro de las necesidades de la ciudadan¨ªa y no s¨®lo de los sectores que m¨¢s peso electoral tienen. De modo que la izquierda catalana se encuentra ante una campa?a electoral en la que tiene que lidiar con dos hegemon¨ªas adversas: la del fundamentalismo de mercado y la del nacionalismo. ?sta es la raz¨®n por la que la pr¨®xima elecci¨®n auton¨®mica todav¨ªa se considera incierta. De otro modo, despu¨¦s de 20 a?os de poder cacof¨®nico convergente, s¨®lo podr¨ªa esperarse una victoria de la izquierda por goleada. Pero para que las victorias sean seguras es necesario tener un proyecto reformista y una mayor¨ªa social a favor del cambio. Si el partido se sigue disputando en un terreno roturado por el adversario, a lo sumo puede aspirarse a una victoria p¨ªrrica, que ya es algo porque desde el poder es mucho m¨¢s f¨¢cil trabajar por la hegemon¨ªa. ?ste es el contexto de la dif¨ªcil campa?a que Maragall tiene por delante.
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