Donde van los r¨ªos
Es evidente que, para un escritor internacionalmente consagrado como novelista, escribir una novela estructurada mediante cap¨ªtulos que son poemas -la mayor¨ªa excelentes, conviene declararlo cuanto antes- tiene que obedecer a una decisi¨®n muy arraigada desde tiempo atr¨¢s; no se escriben poemas si no hay una previa disposici¨®n a la poes¨ªa, pues la prosa narrativa, en general discursiva, se opone por derecho propio a los significados t¨¢citos del poema. La prosa y la poes¨ªa, por lo dem¨¢s, poseen movimientos distintos que, para salir del paso, definir¨¦ de traslaci¨®n para el universo de la prosa y de rotaci¨®n para la autosuficiencia del poema. Amos Oz ha despojado a los poemas de El mismo mar de su ensimismamiento, y en su condici¨®n de fragmentos que se buscan unos a otros ha compuesto una novela de una cualidad ins¨®lita, donde se revela, a la vez que las destrezas de Amos Oz para poetizar cualquier an¨¦cdota, a un autor fr¨¢gil, muy atento a las intersecciones de las relaciones humanas, que no impone su discurso, y se dir¨ªa que ha escrito as¨ª esta novela para escuchar de otra manera el rumor misterioso del mundo, es decir, el deseo y su melancol¨ªa, no el estr¨¦pito que encienden las guerras.
EL MISMO MAR
Amos Oz Traducci¨®n de Raquel Garc¨ªa Lozano Siruela. Madrid, 2002 280 p¨¢ginas. 19,50 euros
La novela se va desplegando en los sucesivos poemas, formando una historia que se cohesiona por los espacios que separan a los personajes: Albert Danon, asesor fiscal, cuya mujer muri¨® de c¨¢ncer el verano anterior, visita a la contable Bettine Carmel, viuda desde hace m¨¢s de veinte a?os, que le propone, para su tranquilidad, que vaya a ver a un griego que invoca a los muertos; mientras tanto, su ¨²nico hijo, Rico David, escala las monta?as del T¨ªbet, y Dita, novia de Rico, se acuesta con su mejor amigo, porque siente aversi¨®n hacia todo lo que es fijo; Dita quiere que Danon le asesore sobre un gui¨®n suyo que se va a llevar a la pantalla... y en medio de estas intersecciones el propio autor (llamado aqu¨ª narrador ficticio) hace su aparici¨®n con la pregunta: '?Y qu¨¦ se esconde detr¨¢s de esta historia?'. El autor, perplejo, reconoce que volver a escribir poemas es recobrar los horribles d¨ªas de la juventud, cuando llenaba p¨¢ginas y p¨¢ginas 'con gemidos de chacal'. El narrador es un hombre con nietos, ya ha cumplido sesenta a?os, y ha visto que las cosas o se desintegran o se cubren de palidez. Lo ¨²nico que permanece es el mar: 'Silencio silencio silencio'. Y el viento del desierto, que es otra forma del mar: 'Una tormenta / de arena se levanta, se dispersa y vuelve / a convertirse en una colina'.
El mismo mar parece confrontar, a la manera cl¨¢sica, fugacidad y duraci¨®n. Todos los personajes buscan lo que no tienen, que est¨¢ disponible, pr¨®ximo, pero amenazado por el desgaste, por la muerte y la desaparici¨®n: 'Vamos y venimos y vemos y queremos / hasta que hay que cerrar y marcharse'. Al armar un espacio novelesco apoyado en estructuras po¨¦ticas, donde lo que se calla o sugiere es m¨¢s fuerte que lo propiamente expresado, las p¨¢ginas de El mismo mar se exponen al lector para ser le¨ªdas una y otra vez, como ocurre con los Salmos b¨ªblicos, a quien esta novela adeuda el dramatismo que empa?a la experiencia de sus personajes, y s¨®lo a trav¨¦s de su frecuentaci¨®n se podr¨¢ extraer su fecundo caudal de sabidur¨ªa. Es cierto que esta recomendaci¨®n es v¨¢lida para muchos libros, pero en este caso hay una impostaci¨®n de voz, especialmente musical y sutil, que requiere un o¨ªdo m¨¢s atento. No en vano la poes¨ªa nos remite a un estado de prefiguraci¨®n, anterior a los argumentos. Todos somos r¨ªos que van a dar al mismo mar, repite el novelista, emulando a nuestro Manrique. Y as¨ª Amos Oz nos propone, antes de que todo sea silencio, escuchar el rumoroso fluir de los r¨ªos que somos.
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