Crimen y castigo: suicidios en la ex Yugoslavia
Hace unos d¨ªas asistimos a dos muertes espectaculares. Sobre la escalinata de la Asamblea Nacional, en Belgrado, se suicid¨® Vlajko Stojilkovic, ex jefe de la polic¨ªa de Milosevic. En un hotel de Madrid se quit¨® la vida el ministro Miodrag Kovac, miembro principal de una delegaci¨®n del Gobierno yugoslavo en el extranjero. Adem¨¢s, la madre de Radovan Karadzic pidi¨® p¨²blicamente a su hijo que se matara antes que acudir al Tribunal de La Haya y el general Ratko Mladic, protegido por sus defensores, declar¨® que estaba dispuesto a morir antes que dejarse arrestar. Algunos otros imputados repitieron las mismas palabras.
Ya en los primeros a?os de guerra en la ex Yugoslavia, pudimos observar los componentes de una tragedia shakesperiana. La lista se alarga, los casos se multiplican. Y mientras tanto, contin¨²a el proceso contra Milosevic: en las pantallas aparecen de nuevo las atrocidades cometidas por su r¨¦gimen.
Los suicidios y las razones que nos llevan a atentar contra nuestra propia vida son diferentes de un acontecimiento a otro. El hombre se siente empujado a ese acto extremo a veces por la enfermedad o la desgracia, por el honor o incluso la virtud. Tambi¨¦n los m¨¢s fuertes pueden encontrarse al borde del precipicio, dispuestos a tirarse. Los m¨¢s resueltos afrontan ese paso y se lanzan al otro lado, igual que los m¨¢s desesperados. ?Qui¨¦n de nosotros no ha visto nunca el abismo ante s¨ª? Siempre he admirado a los capitanes que se hund¨ªan con su barco.
La mayor tragedia no est¨¢ en la propensi¨®n a poner voluntariamente fin a nuestra existencia ef¨ªmera: es mucho m¨¢s tr¨¢gico cuando quienes sufren semejante disposici¨®n o semejante herencia arrastran consigo a los dem¨¢s o les incitan a tirarse en su lugar. Cuando precisamente los que llevan estas marcas, heredadas o adquiridas, se convierten en dirigentes o en l¨ªderes de un pueblo. Y justamente esto es lo que ha pasado: lo encontramos en los escenarios de la ex Yugoslavia y lo vemos ahora de nuevo.
Algunos elementos de esta tr¨¢gica intriga ya los conocemos: el padre de Slobodan Milosevic, un te¨®logo ortodoxo, se dio muerte de un disparo mucho antes de que su hijo se convirtiese en el hombre fuerte de Serbia; la madre del citado Milosevic se ahorc¨®, igual que uno de sus t¨ªos. Su adolescencia debi¨® de estar marcada por esas pruebas.
El padre del presidente croata Franjo Tudjman se suicid¨® despu¨¦s de haber matado a su mujer, la madrastra del citado estadista. Ocurri¨® despu¨¦s de la II Guerra Mundial. Franjo Tudjman era entonces mayor o coronel del Ej¨¦rcito yugoslavo, y resid¨ªa en Belgrado. En aquella ¨¦poca, hablando con sus compa?eros de guerra partisana, ¨¦l atribu¨ªa ese 'doble homicidio' a los ustachas, aunque las investigaciones realizadas en la ¨¦poca dieran explicaciones de diverso signo. En los a?os ochenta, cuando ya estaba en el poder en Croacia, intent¨® presentar ese tr¨¢gico episodio familiar como un oscuro asesinato perpetrado por sus antiguos compa?eros comunistas. Cit¨® tambi¨¦n a un testigo, un viejo partisano de origen croata, pero ¨¦ste, que era un hombre honrado, neg¨® categ¨®ricamente esa 'invenci¨®n' a pesar de las vejaciones y las tropel¨ªas a las que fue sometido.
El general Ratko Mladic, perseguido por el Tribunal Penal Internacional por 'genocidio, cr¨ªmenes contra la humanidad y cr¨ªmenes de guerra', no tiene intenci¨®n de matarse. Hace algunos a?os, su hija, enfrentada al mal encarnado por su padre, decidi¨® noblemente quitarse la vida, cuando todav¨ªa estaban calientes los cad¨¢veres enterrados a toda prisa cerca de Srebrenica. El odio que Ratko Mladic manifiesta por los croatas y los bosnios musulmanes quiz¨¢ est¨¦ menos ligado a la propaganda de la 'Gran Serbia', apoyada por numerosos 'intelectuales liberales', o a una literatura nacional socialista no accesible a su educaci¨®n militar, que a otro acontecimiento doloroso: su padre fue asesinado por los ustachas durante la II Guerra Mundial. Quiz¨¢ la orden de fusilar a Dios sabe cu¨¢ntos bosnios musulmanes cerca de Srebrenica (?5.000? ?7.000? ?10.000?, no se sabe con seguridad) no fuera s¨®lo iniciativa suya. La doctora Biliana Plavsic, ex presidenta de la Rep¨²blica Serbia, declar¨® p¨²blicamente que los musulmanes de Bosnia eran 'serbios degenerados' y que ella misma, bi¨®loga de profesi¨®n, pretend¨ªa demostrarlo. Vojislav Seselij, comunista en otro tiempo y antiguo entusiasta de Tito, que se convirti¨® en voivoda [jefe guerrero medieval] cetnik y viceprimer ministro federal del r¨¦gimen de Milosevic, consideraba que todos esos musulmanes no eran m¨¢s que un 'desecho gen¨¦tico' de la nacionalidad serbia. Este tipo de racismo no se ha analizado hasta ahora.
En medio de este gui¨®n aparece, en un breve episodio, el literato ruso Eduard Limonov: lo vemos sobre las colinas bosnias, mientras recibe un arma de manos de Karadzic y dispara, en presencia de este ¨²ltimo, sobre Sarajevo (la escena fue grabada por una televisi¨®n estadounidense, no por las yugoslavas, poco fiables). Se dijo entonces que Edi -¨¦ste es su diminutivo- alcanz¨® involuntariamente a un serbio que estaba en la calle de la ciudad sitiada, pero el asunto nunca se demostr¨®: probablemente sea fruto de una invenci¨®n de los bosnios enfurecidos. Eduard Limonov, ex disidente, poeta mediocre y nacionalista furibundo, escribi¨® en Rusia sobre este apasionante gesto suyo. Su escrito fue traducido en algunos peri¨®dicos de Belgrado de car¨¢cter oficial. Hoy se pasea por las plazas de Europa occidental, sin ser molestado por los colaboradores del Tribunal de La Haya, que, evidentemente, no se toman en serio su talento de francotirador.
El gran art¨ªfice de aquella Operaci¨®n Tempestad fue indudablemente el difunto ministro croata Goiko Susak, que no escond¨ªa en absoluto la pertenencia de los miembros de su familia al movimiento ustacha. Incluso se dej¨® ver en televisi¨®n mientras saludaba a sus ac¨®litos con el brazo en alto. Su padre fue asesinado por los partisanos. El hijo odiaba a los comunistas. Antes de convertirse en ministro en la Croacia de Tudjman ('El mejor ministro', dec¨ªa el presidente), actuaba en la emigraci¨®n a la vez antiyugoslava y ustacha, en Canad¨¢. Con ocasi¨®n de la muerte de Tito, puso un cerdo degollado sobre un ata¨²d y despu¨¦s de escribir encima 'Tito', lo dej¨® delante de la puerta de la Embajada de Yugoslavia en Toronto.
Uno de los m¨¢ximos ide¨®logos de Karadzic durante esta ¨²ltima guerra, Nikola Kolievic, ex catedr¨¢tico de literatura inglesa en la Universidad de Sarajevo, se suicid¨® hace unos a?os en un hotel, no lejos de la sede del Estado Mayor serbo-bosnio en Pale, de un disparo en la sien. En su historial gen¨¦tico hay que registrar tambi¨¦n el suicidio de su madre, que, cuando ¨¦l era a¨²n muy joven, se tir¨® al r¨ªo Vrbas, no lejos de la espl¨¦ndida mezquita Ferhadija que los cetniks serbios hicieron pedazos y literalmente borraron del mapa. El profesor Kolievic era un especialista en Shakespeare: 'Un eminente estudioso de Shakespeare', se dijo ante su tumba.
Releo Ricardo III: esos asesinos y muertos, maldiciones y venganzas, depuraciones y apariciones de todo tipo, el monstruoso duque de Gloucester y el p¨¦rfido Buckingham, el insignificante Eduardo IV, la desventurada Margareth... Historia e histeria. Crimen con castigo y castigo sin crimen. Tambi¨¦n hay que releer a Dostoievski.
Las semejanzas entre la vida y la literatura son bien conocidas. Las relaciones entre geopol¨ªtica y gen¨¦tica lo son menos. Son bastante m¨¢s que simples 'historias de familia'. Y mientras tanto, el proceso contra Milosevic contin¨²a.
Predrag Matvejevic, ex yugoslavo de origen croata y ruso, es profesor de Literatura eslava en la Universidad de Roma.
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