Desde la serenidad
Sustitu¨ªa, es un decir, Alicia de Larrocha a Krystian Zimerman, afectado an¨ªmicamente por la cercana muerte de su padre despu¨¦s de una larga enfermedad. M¨¢s de doscientas personas devolvieron sus entradas; otras tantas se hicieron con ellas. Alicia de Larrocha plante¨® el concierto como homenaje a Montsalvatge, flanqueando la Sonatine pour Yvette o el Impromptu en el Generalife, del compositor catal¨¢n recientemente fallecido, con piezas de Soler, Alb¨¦niz y Granados. La identificaci¨®n de De Larrocha con Montsalvatge es absoluta. Recuerdo, hace 10 a?os, un memorable concierto en el Palau de la M¨²sica Catalana con motivo de los 80 a?os del compositor en el que la pianista interpret¨® magistralmente el estupendo Concierto breve dirigido por Garc¨ªa Navarro. Estaban tambi¨¦n ese d¨ªa Victoria de los ?ngeles y Llu¨ªs Claret, con lo que el acto tuvo una componente sustancialmente emotiva. Un salto hacia adelante de diez a?os nos lleva de nuevo al terreno de la emotividad. La veterana pianista despleg¨® anteayer una actuaci¨®n rebosante de sensibilidad, de dolor, de dulzura, de sabidur¨ªa. En Montsalvatge la profundidad alcanzaba cotas de estremecimiento; en Granados, y particularmente en El amor y la muerte, la intensidad produc¨ªa escalofr¨ªos.
Sentido de la intimidad
Alicia de Larrocha tiene ya 79 a?os. La edad se manifiesta en sus andares cansinos; cuando empieza a tocar se transfigura. En las ant¨ªpodas de los ahora tan admirados atletas virtuosos del piano, De Larrocha transmite un sentido de la intimidad que sobrecoge. Es, en cualquier caso, una intimidad sufriente, espiritual, de confidencias al fuego bajo. M¨¢s que una comunicaci¨®n de mesa-camilla, se trata de una oraci¨®n compartida. No hay ni un solo golpe de efecto. La m¨²sica sale de las manos y del coraz¨®n de De Larrocha como una plegaria, e incluso como un lamento. El fondo de melancol¨ªa de El pelele lleva felizmente al Goya m¨¢s humanista, las sonatas de Soler o las piezas de Alb¨¦niz dibujan con l¨ªnea suave universos evocadores, con Montsalvatge no cabe otra aproximaci¨®n que la del amor por la m¨²sica y su creador.
Hac¨ªa bastante tiempo que no me emocionaba tanto en un recital de piano. Las razones no son exclusivamente t¨¦cnicas. Van mucho m¨¢s all¨¢. El p¨²blico tambi¨¦n se dej¨® llevar por esa impronta l¨ªrica teresiana (de Teresa de ?vila, claro) y acab¨® arrebatado con la sobriedad de la pianista. Fue un recital de una hermosura extra?a, de una luz cegadora. En pleno delirio de aclamaciones, alguien grit¨® desde la sala: 'Guapa'. La pianista no se inmut¨®. Su belleza es, desde luego, la belleza del alma. Gracias, Alicia.
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