Echar al olvido
A pesar de lo mucho que se hab¨ªa escrito sobre lo que habr¨ªa de ocurrir en Espa?a cuando por fin se cumplieran las llamadas previsiones sucesorias, o sea, la muerte de Franco, nadie estaba muy seguro a mediados de los a?os setenta de cu¨¢l habr¨ªa de ser la conducta de los espa?oles una vez cumplidas. Los m¨¢s optimistas, si se situaban por la derecha o por el centro, apostaban por que aqu¨ª suceder¨ªa algo parecido al fin del r¨¦gimen fascista en Italia: formaci¨®n de un gran partido democratacristiano, capaz de mantener durante d¨¦cadas en la oposici¨®n a un poderoso partido comunista; si se identificaban como de izquierda, so?aban con repetir lo ocurrido en abril de 1931, que un Gobierno provisional abrir¨ªa, apoyado en una movilizaci¨®n popular y una huelga general, un proceso constituyente. Por supuesto, hab¨ªa tambi¨¦n previsiones m¨¢s pesimistas: que Espa?a volver¨ªa a un sistema pluripartidista polarizado, anuncio de un periodo de caos y de enfrentamientos pol¨ªticos; o que, incapacitados los espa?oles de regirse por s¨ª mismos en instituciones democr¨¢ticas, un acto de fuerza mantendr¨ªa las cosas m¨¢s o menos como estaban.
Los espa?oles no olvidaron voluntariamente su historia, sino que, por recordarla, decidieron no repetirla
Nadie hab¨ªa previsto que un Gobierno emanado en l¨ªnea directa del r¨¦gimen de Franco encontrar¨ªa un terreno de encuentro con los partidos de la oposici¨®n, hasta muy poco antes fuera de la ley, por el que avanzar en un proceso constituyente, neutralizando posibles bloqueos e involuciones. Y esto fue, en definitiva, lo que ocurri¨®. El Gobierno formado en julio de 1976 por pol¨ªticos de segunda fila, pero buenos conocedores de la Administraci¨®n, se present¨® con una declaraci¨®n program¨¢tica en la que reconoc¨ªa por vez primera la soberan¨ªa popular, promet¨ªa una amplia amnist¨ªa, anunciaba su decisi¨®n de someter a refer¨¦ndum una Ley para la Reforma Pol¨ªtica y se compromet¨ªa a convocar elecciones generales antes del 30 de junio del a?o siguiente.
El Gobierno mantuvo su palabra y su programa y los electores repartieron tal d¨ªa como hoy hace 25 a?os casi por la mitad sus preferencias a derecha e izquierda, sin conferir a ning¨²n partido mayor¨ªa absoluta, empujando de nuevo la acci¨®n pol¨ªtica bajo el signo de la moderaci¨®n y del consenso. Todos los partidos con representaci¨®n parlamentaria tuvieron ocasi¨®n de exponer sus programas y objetivos en el primer debate parlamentario, celebrado a finales de julio de 1977. Ampliar la amnist¨ªa, superar los residuos de la guerra civil, hacer frente a la crisis econ¨®mica, elaborar una Constituci¨®n con la participaci¨®n de todos los grupos de la C¨¢mara, reconocer la personalidad de las regiones y nacionalidades, restablecer los derechos hist¨®ricos de Euskadi: tales fueron los prop¨®sitos enunciados por los l¨ªderes de los partidos en nombre de sus respectivos grupos parlamentarios.
De todo ello, lo primero que se debati¨® fue un proyecto de Ley de Amnist¨ªa presentado conjuntamente -signo de los tiempos- por los grupos centrista, socialista, comunista, minor¨ªas vasca y catalana, mixto y socialistas de Catalu?a. En el debate de este proyecto se habl¨® mucho del pasado, de la guerra civil, de la dictadura, de la represi¨®n, de las torturas, que algunos de los all¨ª sentados hab¨ªan sufrido en sus propias carnes. Hablaron del pasado Jordi Pujol y Marcelino Camacho, Felipe Gonz¨¢lez y Xabier Arzalluz, pero hablaron en t¨¦rminos de borrarlo, enterrarlo, superarlo. Borrar el pasado para posibilitar la reconciliaci¨®n fue la sustancia de aquel debate que ha dado pie a una tesis seg¨²n la cual la transici¨®n habr¨ªa sido posible gracias a un 'pacto del olvido' firmado por unos taimados y astutos dirigentes pol¨ªticos sobre el fondo de una amnesia colectiva, de un desistimiento masivo provocado por el miedo o fruto de la ausencia de una verdadera cultura c¨ªvica; un pacto de olvido que nos habr¨ªa impedido mirar atr¨¢s y que, hacia delante, habr¨ªa sido la causa de un insuperable d¨¦ficit democr¨¢tico.
Sin embargo, ni la decisi¨®n de olvidar el pasado se formulaba entonces por vez primera, ni la amnist¨ªa aprobada guardaba relaci¨®n alguna con un vaciado de memoria. En castellano, contamos de antiguo con una preciosa expresi¨®n para designar lo ocurrido aquellos d¨ªas, que el primer Diccionario de la Real Academia Espa?ola defin¨ªa perfectamente: 'Echar al olvido, u en olvido: Frase que vale olvidarse voluntariamente de alguna cosa'. Pero, ?c¨®mo podr¨ªa olvidarse nadie voluntariamente de algo si al mismo tiempo no lo recordara, si sufriera amnesia? Se olvida voluntariamente s¨®lo cuando se rescata el recuerdo de lo que se quiere olvidar. Olvidar voluntariamente es el tipo de olvido que ten¨ªa presente Cicer¨®n cuando, dos d¨ªas despu¨¦s del asesinato de C¨¦sar, ped¨ªa en el Senado que todo recuerdo de la discordia se sepultara en el olvido; el mismo al que recurr¨ªa Enrique IV cuando promulgaba el Edicto de Nantes, que pon¨ªa fin a las guerras de religi¨®n y ordenaba taxativamente que la memoria de todo lo ocurrido de una parte y otra 'permanecer¨¢ borrada como cosa no sucedida'.
El debate parlamentario que inaugur¨® las primeras Cortes de la nueva democracia no hizo m¨¢s que insistir en esta misma clase de olvido evocando una imagen que era ya com¨²n entre muchos espa?oles; la representaci¨®n de la guerra civil como cat¨¢strofe nacional, tragedia, guerra fratricida, est¨¦ril e in¨²til matanza; una representaci¨®n de la guerra que hab¨ªa emergido desde 1940 en c¨ªrculos de la oposici¨®n y se hab¨ªa extendido progresivamente entre los disidentes de la misma dictadura. Lo nuevo de aquellos meses consisti¨® en llevar hasta una imprevista consecuencia el principio de amnist¨ªa general y renuncia a represalias enunciado de tiempo atr¨¢s como exigencia de la apertura de un proceso constituyente: la amnist¨ªa, reclamada por la izquierda y por los nacionalistas, acab¨® cubriendo tambi¨¦n a todas las burocracias civiles y a las fuerzas policiales de la dictadura.
?se fue el precio pagado entonces para que las primeras elecciones pudieran culminar alg¨²n d¨ªa en una Constituci¨®n democr¨¢tica que cerrara el tajo infligido a la sociedad espa?ola por la rebeli¨®n militar y el golpe de Estado de 1936. El d¨ªa 22 de julio de 1977 nac¨ªa de las urnas el primer Parlamento democr¨¢tico; unos d¨ªas despu¨¦s, el 28, Espa?a presentaba la solicitud formal de ingreso ante la Comunidad Econ¨®mica Europea y, poco m¨¢s tarde, el 14 de octubre, las Cortes aprobaban una proposici¨®n de Ley de Amnist¨ªa. Esas medidas se tomaban, no hay que decirlo, con el apoyo de todos los grupos parlamentarios que muy pronto tuvieron tambi¨¦n sobre la mesa el primer borrador de texto constitucional. Fue en verdad un annus mirabilis en la historia pol¨ªtica de Espa?a, un a?o al que no hay raz¨®n alguna para sepultar, como vuelve a estar de moda, bajo la acusaci¨®n de que en ¨¦1 los espa?oles, paralizados por el miedo, olvidaron su historia. No la olvidaron, no; sino que, por recordarla, decidieron no repetirla.
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