Otra Espa?a
'La modernizaci¨®n hab¨ªa llegado, ajena a la moral y a la justicia', escribi¨® Juan Goytisolo de la Espa?a de los sesenta. La paradoja, a?ade el autor de Se?as de identidad, es que el aprendizaje acelerado que hicieron los espa?oles de los usos y de los valores de las sociedades industriales tuvo lugar 'bajo un sistema primitivo y originariamente creado para impedirlo'. En contra de lo que puede leerse en una reciente historia del franquismo, no fue ¨¦ste 'una autocracia modernizadora'; la modernizaci¨®n se dio a pesar de la carga de arca¨ªsmo que impon¨ªan la gesti¨®n y la mentalidad del aut¨®crata. Fue una labor de topo, protagonizada por la sociedad espa?ola a partir de su enlace con Europa, la que cre¨® las precondiciones para que por fin hubiera otra Espa?a, de modo que la transici¨®n consisti¨® en gran medida en el proceso de ajuste del r¨¦gimen pol¨ªtico a los cambios sociales y econ¨®micos iniciados en 1959. Nueva paradoja, la cerril desconfianza del viejo dictador lo favoreci¨® de modo involuntario al agostar los proyectos de quienes, como Fraga, pretendieron en vida suya poner en pie un sistema autoritario. Las primeras elecciones democr¨¢ticas, cuyo 25? aniversario ahora conmemoramos, fueron ante todo la expresi¨®n de la distancia insalvable entre una sociedad plural, consciente de los progresos alcanzados, y toda pretensi¨®n de dar continuidad pol¨ªtica al franquismo. Ciertamente, el 15 de junio de 1977, el panorama pol¨ªtico distaba a¨²n de encontrarse despejado, con la espada de Damocles de un eventual golpe militar y la inconsistencia de un partido de Gobierno formado por aluvi¨®n de personalidades y grupos extra¨ªdos en buena parte del r¨¦gimen. Pero el no pronunciado por las urnas privaba de legitimidad a todo intento de volver al pasado. Por fin, la guerra civil hab¨ªa terminado.
Para alcanzar esa meta, intervinieron distintos factores, y no s¨®lo la h¨¢bil actuaci¨®n del nuevo Monarca, disciplinado heredero del dictador y seguramente antifranquista de coraz¨®n, vacunado adem¨¢s por el ejemplo de su cu?ado Constantino de Grecia: contemporizar con unos espadones opuestos a la democracia s¨®lo serv¨ªa para perder sin honor la Corona. Por a?adidura, una vez muerto Carrero, el vac¨ªo pol¨ªtico del neofranquismo resultaba evidente. Los poderes econ¨®micos no eran dem¨®cratas natos, pero sab¨ªan que sin cambio pol¨ªtico no hab¨ªa acceso favorable al mercado europeo. Y por encima de todo, la sociedad civil, desde los ¨®rganos de opini¨®n a los trabajadores organizados, hab¨ªa dejado ver en pocos meses su clara preferencia por el cambio pac¨ªfico que Adolfo Su¨¢rez supo encauzar.
Hubo, sin duda, un precio a pagar, en especial por aquella izquierda que con m¨¢s intensidad se hab¨ªa opuesto a la dictadura, recibiendo de plano su represi¨®n en forma de encarcelamientos y ejecuciones desde 1939. Muchos temieron, incluso en la prensa progresista, que el PCE, montado adem¨¢s en la fugaz onda de popularidad del 'eurocomunismo', lograra en las elecciones una posici¨®n hegem¨®nica en la izquierda similar a la conseguida por el PCI en Italia. Sin embargo, todo qued¨® en un momento de entusiasmo y de esperanza, seguido pronto de la frustraci¨®n, al modo de la historia que en otro orden tem¨¢tico contaba una pel¨ªcula de ¨¦xito en aquellos d¨ªas, Asignatura pendiente, de Jos¨¦ Luis Garci. El largo par¨¦ntesis represivo del franquismo en el plano sexual ced¨ªa paso en el relato a la feliz consumaci¨®n de un adulterio, nada menos que bajo un retrato de Lenin, si no recuerdo mal, entre quienes de adolescentes se vieran cohibidos en su relaci¨®n. Pero de inmediato todo volv¨ªa al orden, como siempre ocurre en la filmograf¨ªa del autor. Algo as¨ª les ocurri¨® a los comunistas cuando descubrieron que les triplicaban en votos esos 'compa?eros socialistas', hasta ayer inexistentes y a quienes se acercaban con aire protector en las noches de pegar carteles en junio del 77 porque los del PSOE eran pocos y pod¨ªan aparecer los fascistas. Las grandes ilusiones del Partido, con may¨²scula, quedaron heridas de muerte y s¨®lo evit¨® el desastre que en Catalu?a el PSUC se acercara el 20%. M¨¢s tarde vendr¨ªa la exigencia de sacrificarse una vez m¨¢s por la democracia para salvar la situaci¨®n econ¨®mica con los Pactos de la Moncloa. Pudo apreciarse entonces que la f¨®rmula de base que confer¨ªa estabilidad a la transici¨®n era bien simple: el nuevo r¨¦gimen daba un vuelco al sistema pol¨ªtico, en tanto que manten¨ªa intactas las estructuras del poder econ¨®mico, incluso en los agentes encargados de su gesti¨®n desde el sector p¨²blico, ya en posiciones claves en la tecnocracia del tardofranquismo.
El testigo pas¨® entonces en la izquierda a un partido viejo y reci¨¦n nacido a la vez, que cuando alcance el poder se beneficiar¨¢ de la fase de crecimiento con la incorporaci¨®n a Europa, protagonizando una innegable modernizaci¨®n, pero sin lograr liberarse de las r¨¦moras de una corrupci¨®n heredada ni ser capaz de recuperar una cultura pol¨ªtica inspirada en la tradici¨®n socialdem¨®crata. A la sombra de estas insuficiencias, podr¨¢ la derecha ir preparando la restauraci¨®n de su hegemon¨ªa. Las elecciones del 15 de junio de 1977 fueron el acta de nacimiento de una clase pol¨ªtica de muy desigual val¨ªa, destinada a mantenerse en el poder a lo largo de dos d¨¦cadas, con unos partidos que s¨®lo en grado muy insuficiente integraron las demandas sociales. Ahora bien, si la capacidad de los hombres estuvo lastrada por la forma apresurada de su reclutamiento e incorporaci¨®n a los cargos, las instituciones funcionaron, con la Constituci¨®n como clave de b¨®veda, sirviendo de marco de las transformaciones decisivas que bajo el signo de la europeizaci¨®n el pa¨ªs experiment¨® en este cuarto de siglo. Hombres como Ortega y Aza?a, Urgoiti, Prieto y el primer Maeztu, hubieran aplaudido sin duda los resultados conseguidos en la l¨ªnea de sus predicciones.
Eso no significa, sin embargo, que hayan desaparecido las asignaturas pendientes. La m¨¢s grave es, sin duda, la fragilidad del Estado-naci¨®n, a pesar de que con la modernizaci¨®n econ¨®mica han ido super¨¢ndose los factores de estrangulamiento que hicieron surgir el llamado 'problema de Espa?a', no en un plano metaf¨ªsico, sino en el bien concreto de su articulaci¨®n y supervivencia. El Estado de las autonom¨ªas desminti¨® los pron¨®sticos pesimistas acerca de su funcionamiento, pero se ha mostrado incapaz de engarzar en el orden simb¨®lico el referente espa?ol con los nacionalismos perif¨¦ricos. Vascos y catalanes han podido desarrollar sus respectivas construcciones nacionales, se resolvieron cuestiones vidriosas tales como las demandas de normalizaci¨®n ling¨¹¨ªstica y s¨®lo la presencia del terrorismo de ETA impide que el balance pol¨ªtico sea abrumadoramente positivo. A pesar de lo cual, las tensiones centr¨ªfugas act¨²an cada vez con mayor intensidad a partir del epicentro vasco. Supuesto que en t¨¦rminos de organizaci¨®n pol¨ªtica no existe mucho margen para la invenci¨®n, siempre cabe temer que soluciones del tipo federalismo asim¨¦trico, confederaci¨®n, cosoberan¨ªa, etc¨¦tera, supongan s¨®lo el primer paso
para una disgregaci¨®n definitiva. La experiencia de Europa central y oriental en los a?os noventa hace aqu¨ª aconsejable la cautela antes que la improvisaci¨®n. Tampoco contribuyen al optimismo las limitadas concepciones que acerca de la configuraci¨®n plurinacional de Espa?a o del 'patriotismo constitucional' sustentan los dos grandes partidos, y en especial un PP escorado hacia un nacionalismo espa?ol de inspiraci¨®n tradicionalista, bueno para resistencias numantinas, pero no para articular una realidad plural.
Es un escollo que adem¨¢s bloquea la exigencia de proceder a una reforma de la Constituci¨®n en un punto tan claro en el plano t¨¦cnico como es la conversi¨®n del Senado en C¨¢mara aut¨¦nticamente territorial, abriendo camino a la federalizaci¨®n. Y que incluso afecta a la monarqu¨ªa, la cual, ante el reto planteado por los nacionalismos, no puede permitirse el papel estrictamente suntuario que la instituci¨®n desempe?a en pa¨ªses como el Reino Unido o Noruega, con los consiguientes deslices. Aqu¨ª resulta todav¨ªa preciso garantizar que el papel desempe?ado por don Juan Carlos va a tener continuidad sin fisuras, y esta garant¨ªa la ofrece hoy s¨®lo una persona, el sucesor. M¨¢s all¨¢, la nada.
No todos los males vienen, en fin, de los nacionalismos del centro y de la periferia. En el curso de la transici¨®n fueron siendo superados problemas de apariencia tan insoluble como el militar o la formaci¨®n de una polic¨ªa democr¨¢tica. Sobrevive, no obstante, una l¨®gica de funcionamiento del aparato estatal nada weberiana all¨ª donde el agente encuentra un margen para la actuaci¨®n discrecional. La corrupci¨®n, sea de Filesa o de Gescartera, indica el arraigo del mal por encima de la ideolog¨ªa de los partidos. El imperio de las influencias, y por consiguiente de la arbitrariedad, se mantiene con la misma lozan¨ªa que en el pasado, con el ¨²nico l¨ªmite impuesto por las posibilidades de control desde la informatizaci¨®n para temas econ¨®micos. Con excesiva frecuencia, tanto en la judicatura como en la Universidad, por hablar de dos campos sensibles (pienso en un caso reciente en la del Pa¨ªs Vasco que me toc¨® sufrir o en la tambi¨¦n reciente recuperaci¨®n como juez de G¨®mez de Lia?o, entre otros muchos dislates), la ley no es la base de las decisiones, sino la referencia que proporciona el asidero a una resoluci¨®n inicua por parte de quien detenta el poder. 'A los amigos, gracias y prebendas; a los enemigos, la ley a secas', que dec¨ªa Ju¨¢rez. La situaci¨®n del ciudadano atrapado en una de esas tramas es simplemente kafkiana y son demasiado frecuentes como para considerarlas el producto del acto aislado de un juez temeroso ante ETA, de un fiscal integrista o de un rector inclinado a la manipulaci¨®n. La libertad se torna gris cuando est¨¢ ausente la seguridad jur¨ªdica.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico en la Universidad Complutense.
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