Bajo el s¨ªndrome del p¨¢nico
El fiscal general dibuja diariamente a los norteamericanos una realidad de amenazas terribles, inminentes y casi inevitables
John Ashcroft, fiscal general y m¨¢ximo responsable de los servicios de seguridad de EE UU, interrumpi¨® una visita oficial a Rusia y pidi¨® una conexi¨®n por sat¨¦lite para efectuar, desde un estudio de Mosc¨², un anuncio televisado a todos los estadounidenses: 'Hemos impedido', dijo Ashcroft con el rostro crispado, 'una conspiraci¨®n terrorista para atacar a Estados Unidos con la detonaci¨®n de una bomba sucia radiactiva'. Eran las 10 de la ma?ana del lunes pasado y la aparici¨®n del fiscal general en las pantallas logr¨® atemorizar a millones de personas. Una vez m¨¢s, el fiscal general aviv¨® el miedo de la poblaci¨®n. Un miedo que favorece sus m¨¦todos y sus aspiraciones.
En una declaraci¨®n de 14 p¨¢rrafos, John Ashcroft mencion¨® cinco veces los t¨¦rminos 'radiactividad' y 'bomba sucia'. Y subray¨® que el presunto terrorista Jos¨¦ Padilla hab¨ªa sido entregado a la justicia militar 'para garantizar la seguridad de todos los estadounidenses'.
Su actitud acaba teniendo un efecto indeseado: fomentar la incredulidad
Las amenazas son reales, pero Ashcroft procura que parezcan todav¨ªa m¨¢s horribles
Una hora despu¨¦s, varios miembros del Gobierno aclararon que no hab¨ªa raz¨®n para alarmarse y que el artefacto radiactivo s¨®lo exist¨ªa en la imaginaci¨®n de Padilla, un antiguo pandillero de Chicago presuntamente captado por Al Qaeda.
El subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, uno de los m¨¢s preclaros representantes de la l¨ªnea dura en la Administraci¨®n de George W. Bush, se encarg¨® de explicar a la ciudadan¨ªa que Ashcroft hab¨ªa exagerado mucho. 'No creo que existiera conspiraci¨®n alguna, m¨¢s all¨¢ de algunos comentarios aislados y el hecho de que evidentemente viaj¨® para planear fechor¨ªas', dijo Wolfowitz. El propio Bush telefone¨® a Ashcroft para expresarle su descontento por el tremebundo mensaje televisado. Un alto cargo del Gobierno coment¨® a The Washington Post que el fiscal general hab¨ªa tenido 'muy poco tacto' y que hab¨ªa convertido la detenci¨®n de Padilla en un asunto 'mucho m¨¢s grave de lo que cualquiera de nosotros esperaba'. 'Nos esforzamos por informar sin alarmar', dijo el alto cargo, quej¨¢ndose del malestar causado por Ashcroft en la opini¨®n p¨²blica.
La actitud del fiscal general acaba teniendo un efecto indeseado, el de fomentar la incredulidad: una encuesta realizada el mi¨¦rcoles por encargo de la cadena CNN revel¨® que un 71% de los estadounidenses no consideraban que existiera riesgo inminente de ataque con una bomba sucia.
La Casa Blanca trat¨® de justificar, en p¨²blico, la actitud del fiscal. 'En un primer momento, las informaciones iniciales tienden a referirse a la peor hip¨®tesis entre las posibles', coment¨® el portavoz presidencial, Ari Fleischer. Pero la exageraci¨®n de Ashcroft era dif¨ªcilmente defendible. Padilla, nacido en 1970 en Nueva York, de origen puertorrique?o y convertido al islam bajo el nombre de Abdul¨¢ al Mujahir tras casarse con una musulmana, hab¨ªa sido detenido el 8 de mayo en el aeropuerto O'Hare de Chicago, cuando regresaba de un largo viaje por Pakist¨¢n, Egipto y Suiza. El FBI le hab¨ªa mantenido en detenci¨®n incomunicada durante semanas. Un mes m¨¢s tarde, el 9 de junio, Bush firm¨® una orden por la que se le consideraba 'combatiente enemigo' y fue entregado a la justicia militar. Una vez internado en una prisi¨®n castrense de m¨¢xima seguridad, en Carolina del Sur, sin que nada hubiera cambiado en 31 d¨ªas, Ashcroft hizo su exhibici¨®n de terrorismo informativo.
Ashcroft es la ofrenda de Bush a sus votantes ultraconservadores. En la anterior legislatura fue considerado el senador m¨¢s escorado a la derecha, y eso implica mucho extremismo cuando se compite con ultras como Jesse Helms; en las elecciones parlamentarias de noviembre de 2000, coincidentes con las presidenciales, fue derrotado por un muerto (su adversario dem¨®crata hab¨ªa fallecido durante la campa?a pero aun as¨ª gan¨®, representado por su viuda), lo que da una idea de su popularidad en su Estado natal, Misuri; y fue el miembro del Gobierno de Bush al que m¨¢s le cost¨® conseguir la preceptiva ratificaci¨®n del Congreso. Ya como fiscal general, fue el impulsor de las redadas masivas contra inmigrantes irregulares, cientos de ellos detenidos poco despu¨¦s del 11 de septiembre y a¨²n en prisi¨®n, sin haber comparecido ante un juez. Y a partir de septiembre obligar¨¢ a los extranjeros procedentes de pa¨ªses musulmanes a comparecer ante el FBI a su llegada a EE UU, para ser interrogados y fichados, aunque su documentaci¨®n est¨¦ en regla.
A Ashcroft le conviene que los estadounidenses est¨¦n bajo una angustia permanente. Las amenazas son reales, eso es indiscutible desde el 11 de septiembre, pero el fiscal general procura que, adem¨¢s, parezcan terribles e inminentes: su discurso rebosa de 'agentes infiltrados', 'bombas radiactivas' y 'ej¨¦rcitos de enemigos que conspiran en la sombra'. Sus medidas represivas, anticonstitucionales en opini¨®n de no pocos jueces y congresistas, reciben un apoyo mayoritario porque hay miedo y la poblaci¨®n est¨¢ dispuesta a admitir cualquier cosa, a cambio de una cierta seguridad. Seg¨²n Ashcroft, la ¨²nica v¨ªa hacia la seguridad es su pol¨ªtica. Hay que tener en cuenta que Ashcroft ya quiso ser presidente y no pierde la esperanza de ocupar la Casa Blanca alg¨²n d¨ªa. Es un ultraderechista que no tendr¨ªa la menor posibilidad electoral en ¨¦pocas de normalidad, pero el terrorismo, y el miedo consiguiente, le han abierto una rendija. Son obvios sus esfuerzos por evitar que se cierre.
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