Pise a una mujer
A veces la realidad deja de ser ella, abrimos un libro, entramos al cine o a un museo y lo que llamamos la realidad se va por el desag¨¹e de un buen poema, de una pel¨ªcula interesante o de un cuadro hermoso como el agua sucia por un fregadero. La realidad de ayer, por ejemplo, era que otro canalla hab¨ªa matado a tiros a su novia, en Tenerife, y que una ni?a egipcia de 17 a?os se hab¨ªa suicidado bebiendo un insecticida para evitar la boda pactada que hab¨ªa decidido para ella su padre. Muy lejos de esas dos cosas, yo le¨ªa un libro de poemas de Anne Sexton y la escritora norteamericana dijo de pronto: 'Yo mor¨ª siete veces / y de siete maneras, / dejando que la muerte me diera una se?al, / dejando que pusiera sus marcas en mi frente, / se?alada, se?alada'. En lo que va de a?o, 22 mujeres han sido asesinadas por 22 asquerosos y es terrible pensar que cualquiera de ellas habr¨ªa podido decir lo que dicen esos cinco versos de Anne Sexton, quiz¨¢ porque, como escribi¨® otra gran poeta llamada Ingeborg Bachmann, tambi¨¦n suicida como la propia Anne Sexton y como la adolescente egipcia de los peri¨®dicos de ayer, 'la principal tarea del poeta consiste en no negar el dolor'.
No negar el dolor, no esconderlo, no ponerle matices. Anteayer ocurri¨® algo prodigioso en Madrid, y fue que los personajes de una serie de obras de arte abandonaron las fotograf¨ªas en las que estaban, una im¨¢genes hermosas y acusadoras colgadas en los muros de la Casa de Am¨¦rica, y se lanzaron a recorrer las calles de la ciudad, atravesaron el paseo del Prado, pasaron junto a la estatua de la diosa Cibeles y junto a la del dios Neptuno y despu¨¦s volvieron a sus fotograf¨ªas. Las protagonistas de esa performance fueron 150 mujeres vestidas de novia que encarnaron las creaciones de la artista brasile?a Beth Moys¨¦s, cuyas exposiciones son siempre, adem¨¢s de un prodigio de imaginaci¨®n y poes¨ªa, un grito contra la violencia llamada de g¨¦nero, aunque ?a qu¨¦ genero pertenecen los miserables que golpean, hieren, aniquilan? ?Son seres humanos como los dem¨¢s o son animales? Por desgracia, son seres humanos, hablan nuestra lengua, comen lo que nosotros, cobran sus n¨®minas a fin de mes, est¨¢n afiliados a la Seguridad Social y te hacen pensar en otro poema, esta vez de Leonard Cohen, que habla de uno de los monstruos del nazismo, se titula Todo lo que hay que saber de Adolf Eichmann y est¨¢ escrito con una objetividad hiriente: 'Ojos: normales. / Pelo: normal. / Peso: medio. / Estatura: media. / Caracter¨ªsticas especiales: ninguna. / N¨²mero de dedos de las manos: diez. / N¨²mero de dedos de los pies: diez. / Inteligencia: normal. / ?Qu¨¦ esper¨¢bais? / ?Espolones? / ?Incisivos inmensos? / ?Saliva verde? / ?Locura?'.
Preocupa pensar que quien de puertas adentro es un monstruo pueda ser por la parte de fuera de su vida -esa parte que los dem¨¢s vemos a diario, saludamos en la escalera o abrazamos en los bautizos y las bodas- una persona normal. O a lo mejor no. A lo mejor esa parte del desalmado que colinda con nosotros ya es un extremo visible de la bestia: esa parte que un d¨ªa hace un chiste de mal gusto o un comentario sexista que los otros le re¨ªmos; que menosprecia ante nosotros, sin que le paremos los pies, a una compa?era de trabajo o a la conductora del coche contiguo; que alardea de su machismo, insulta o degrada a una periodista, una escritora, una cantante o una actriz, menuda zorra, con qui¨¦n se habr¨¢ acostado ¨¦sa, son todas iguales. ?No es ¨¦se el mismo monstruo, s¨®lo que unos pasos m¨¢s atr¨¢s?
La acci¨®n de la artista Beth Moys¨¦s, tan hermosa y tan oportuna, porque consiste en reclamar nuestros ojos y obligarnos a no negar el dolor, como quer¨ªa Ingeborg Bachmann. Ahora, Moys¨¦s saca a sus novias dram¨¢ticas a las calles de Madrid como en sus exposiciones hace otros experimentos dirigidos no s¨®lo a nuestra mirada, sino tambi¨¦n a nuestra conciencia: por ejemplo, cubrir el piso de la sala con otros trajes de novia y hacer que los espectadores caminen sobre ellos, los aplasten y los desgarren. ?Qu¨¦ se siente al hacer eso, al pisotear ese s¨ªmbolo -sin duda discutible pero innegable- del amor matrimonial que son los blancos trajes de novia? Se siente lo mismo que al ver a sus novias terribles por las calles de Madrid: se sienten ganas de no re¨ªrse o callar ante ciertas cosas; se sienten ganas de volver a pensarlo todo desde el principio. Pisen y tal vez comprendan.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.