Escritos de mano
Para la visi¨®n que predominaba hasta hace poco tiempo, el despliegue de la imprenta va desplazando al manuscrito, y en el siglo XVII lo impreso habr¨ªa ocupado ya la mayor¨ªa del espacio, y s¨®lo quedar¨ªan usos residuales de los textos hechos a mano. No es as¨ª, como demuestra este precioso libro, y adem¨¢s el estudio de las pr¨¢cticas manuscritas permite entrar en un mundo de usos p¨²blicos y privados hasta ahora poco desvelados. No hay ninguna exageraci¨®n, pues, en decir que lo que se traza en este libro es una verdadera historia cultural de una ¨¦poca especialmente f¨¦rtil.
Quien parta, sin ir m¨¢s lejos, del Quijote podr¨¢ descubrir una presencia nutrida de la circulaci¨®n manuscrita: desde el ficticio origen de la obra (cartapacios comprados en la Alcan¨¢ de Toledo) hasta la carta que el caballero escribe a Dulcinea en Sierra Morena, con el encargo a Sancho: 'T¨² tendr¨¢s buen cuidado en hacerla trasladar en papel, de buena letra'; la novelita El curioso impertinente, que est¨¢ en papeles 'escritos de mano', o las cartas que pide Teresa Panza que le escriba un monacillo, a cambio de 'un bollo y dos huevos'.
CORRE MANUSCRITO. UNA HISTORIA CULTURAL DEL SIGLO DE ORO
Fernando Bouza Marcial Pons. Madrid, 2002 360 p¨¢ginas. 20,87 euros
Corre manuscrito arranca con un estudio de escritores profesionales con obras que no pasan a la imprenta (Jo?o de Barros dec¨ªa que 'se avia de escrivir aprisa y imprimir despacio'). Los ejemplos aportados van desde una autobiograf¨ªa, destinada a permanecer manuscrita, hasta (inevitablemente) obras que ning¨²n librero quer¨ªa estampar. Seg¨²n el testimonio de Lope de Vega, Manuel de Faria e Sousa, comentarista de Luis de Cam?es, ten¨ªa obras que s¨®lo se le¨ªan manuscritas. Todos los datos apuntan a que el no pasar por las prensas no imped¨ªa ser le¨ªdo, e incluso lograr fama por las obras.
Los copistas sol¨ªan ser gente de la Iglesia (sacristanes, monaguillos...) o estudiantes. El proceso estaba profesionalizado, como se ve por el sistema de copia a pecia, en el cual hasta cinco copistas se repart¨ªan los cuadernillos de un original, que as¨ª pod¨ªa quedar reproducido en una sola noche. Estos sistemas quedaban al margen de cualquier control, y as¨ª sabemos por un proceso inquisitorial c¨®mo unos copistas estaban trasladando en un mes¨®n de la Puerta del Sol, a partir de un libro impreso desencuadernado, unas Escrituras en lengua romance (cuya lectura estaba prohibida...). Otros, por fin, copiaban obras para luego ponerlas a la venta, y de ellos hay que destacar el caso de quienes cog¨ªan de o¨ªdo obras teatrales, que luego pod¨ªan acabar impresas. Como se quejaba Calder¨®n de la Barca: sus escritos circulaban 'mal trasladados, mal corregidos, defectuosos y no cabales'.
Entre los muchos ejemplos y casos que convierten la lectura de Corre manuscrito en un verdadero placer se encuentra el de Luis Rem¨ªrez de Haro, a quien un contempor¨¢neo describe como 'mancebo grandemente memorioso' que 'toma de memoria una comedia entera de tres vezes que la oye, sin discrepar un punto en tra?a y versos'. En cierta ocasi¨®n, en una representaci¨®n teatral el actor empez¨® a recitar apresuradamente, y a saltarse pasajes, hasta que, ante las quejas del p¨²blico, declar¨® que no lo har¨ªa de otra forma mientras estuviera entre el p¨²blico (y se?al¨®) 'quien en tres d¨ªas tomava de memoria cualquier comedia', y hasta que ¨¦ste no sali¨® del teatro, no sigui¨® la representaci¨®n.
El segundo cap¨ªtulo aborda un tema apasionante: el de los escritos con capacidades m¨¢gicas, las f¨®rmulas propiciatorias, los sortilegios, los talismanes. Un mundo de fe en la pura fuerza de lo escrito, com¨²n a muchas culturas, y del que tenemos noticia por los intentos que hizo la ortodoxia religiosa por erradicarlos. Las cartas de toque, escritos que obraban por contacto, pod¨ªan llevar tanto encantamientos amorosos como servir a fines de exorcismo: lo esencial era no tanto el texto como la especial disposici¨®n de ¨¦ste y el contacto con el sujeto.
'Sin duda', escribe Bouza, 'ser autor en el Siglo de Oro era estar preparado para ofender'. El tercer cap¨ªtulo de este libro est¨¢ dedicado a los libelos, vej¨¢menes, coplas y motes. Los carteles infamantes expuestos p¨²blicamente eran un medio que multiplicaba la fuerza de la injuria verbal, tan frecuente en la ¨¦poca, y que adem¨¢s -a trav¨¦s de encargos a especialistas- pod¨ªa profesionalizarse. En Rinconete y Cortadillo, la agenda de Monipodio inclu¨ªa una lista de encargos: cuchilladas, untada de excrementos... y libelos. Este cap¨ªtulo recoge, a trav¨¦s de procesos por injurias, casos tan curiosos como Juana de Gallegos, en La Orotava, hacia 1585, que con sus tres hijas pon¨ªa apodos a las personas principales de su localidad ('Papalaparra', 'Bruxa perpetua', entre los m¨¢s reproducibles). Cierto es que fueron contestadas con coplas y libelos, uno de los cuales comenzaba: 'Deslenguaras, desvergonsadas, triberas, bellacas...'.
Las tristes palabras de una esposa a su marido en Am¨¦rica, en 1624 ('no quiero Indias, ni oro ni plata, no quiero m¨¢s que a su persona'), sirven de introducci¨®n a una secci¨®n sobre las cartas personales. Medio privilegiado de comunicaci¨®n particular, debieron usar muchas veces los servicios de terceros, para ser escritas o para ser le¨ªdas... Pero junto a las nuevas personales, las cartas serv¨ªan para difundir noticias, cumpliendo una funci¨®n protoperiod¨ªstica, que lleg¨® a ser objeto de comercio y tuvo una circulaci¨®n en la imprenta (el g¨¦nero de los avisos).
Fernando Bouza (quien conoce el tema: Locos, enanos y hombres de placer en la corte de los Austrias, Temas de Hoy) no puede dejar de lado las cartas escritas por las 'sabandijas de palacio', a veces aut¨¦nticos correos de sus se?ores, y cuyas misivas engarzan con el g¨¦nero de la carta r¨²stica o burlesca.
Los ¨²ltimos cap¨ªtulos se dedican a las biograf¨ªas manuscritas (aut¨¦ntico manual moral de comportamiento, legado a los hijos o a una posteridad desconocida) y a los archivos de la corte. Ap¨¦ndices con una selecci¨®n de documentos de la ¨¦poca aumentan la utilidad de esta obra, que maneja datos de Espa?a y Portugal, del siglo XVI y del XVII, y a la que un ¨ªndice de nombres y lugares convierte en excelente objeto de consulta.
En siglos posteriores a los que abarca Bouza, la producci¨®n privada de escritos ha estado lejos de interrumpirse (manuscritos, pero tambi¨¦n mecanoscritos, fotocopias e impresos a ciclostil y por ordenador). A ellos se unen ahora los difundidos por e-mail y p¨¢ginas web. Las formas y practicas de los escritos del pasado iluminan las que apenas se est¨¢n configurando ante nuestros ojos. Hay razones, pues, para que el estudio de la cultura escrita est¨¦ experimentando un claro auge: la colecci¨®n LEA de Gedisa, la nueva revista Litterae, impulsada desde la Universidad Carlos III, la reciente creaci¨®n de un Instituto Espa?ol del Libro y la Lectura... y la edici¨®n de obras tan sugestivas como las de Fernando Bouza.
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