El coraz¨®n loco de Stuart O'Grady
McEwen se toma la revancha en una llegada que Freire no disput¨® y tras la que Zabel se puso l¨ªder
De repente el coraz¨®n de Stuart O'Grady se volvi¨® loco. Lo supo porque el puls¨®metro se puso a pitar como una tetera cuando el agua hierve. Flash, flash, una cifra incre¨ªble aparec¨ªa y desaparec¨ªa de la peque?a pantalla: 230 pulsaciones por minuto. Un salto incre¨ªble desde 120 con que marchaba hasta entonces, un momento de marcha tranquila del pelot¨®n. Un ataque de taquicardia. S¨®lo faltaba esto.
Los ciclistas tienen gripe, resfriados, se mojan cuando llueve, se insolan cuando da el sol, se deshidratan a mitad de carrera (como le pas¨® al noruego Thor Hushvod la v¨ªspera), se caen y algunos se matan, otros se quedan paral¨ªticos, toman curvas ciegas a 70 por hora sin saber si al otro lado de la esquina hay una montonera, se lesionan de vez en cuando, a alguno le pica una avispa y le desata un shock anafil¨¢ctico que por poco le mata, otros se congelan bajando puertos de 2.500 metros bajo una lluvia helada, se ponen a m¨¢s de 100 por carreteras estrechas circulando sobre dos ruedas de un cent¨ªmetro de ancho, frenan, se rozan, se dan codazos, aguantan el equilibrio, 200 ciclistas en una carretera de ocho metros, apelotonados, pegados, oli¨¦ndose el sudor, oy¨¦ndose los tacos, aguantando por el auricular a directores hist¨¦ricos repiti¨¦ndoles por cent¨¦sima vez que mucho cuidado, que no se distraigan que se van a caer, que atenci¨®n a la curva, que ponte delante, que entra viento, que bajes a por agua, que te quites el chubasquero.... Y todo eso un d¨ªa tras otro, sin descanso, sabiendo que el abandono es definitivo y que no pueden dejar de dar pedales durante tres semanas. Les pasa todo eso y encima a algunos les dan taquicardias y no pueden dejar de correr porque si se paran a descansar, a esperar que el coraz¨®n recobre el ritmo normal, nadie les espera, pueden llegar fuera de control o tienen que abandonar y dejar al equipo con uno menos. Pero no se quejan, es su oficio.
O'Grady, pelirrojo australiano, robusto y risue?o, una fuerza de la naturaleza con pecas, se asust¨® un poco; no porque fuera la primera vez que sufr¨ªa una taquicardia, que ya le ocurri¨® en el pr¨®logo, y hace unos a?os en el Mundial de pista, sino porque nunca se le hab¨ªa disparado tanto el coraz¨®n. Ni tanto tiempo. 'Han sido casi 10 minutos, pens¨¦ que no acababa nunca', confes¨®. Baj¨® al coche del m¨¦dico, a ver qu¨¦ pod¨ªa hacer, y el doctor G¨¦rard Porte le dispens¨® un masaje en el seno carot¨ªdeo que hizo que entrara en acci¨®n el nervio vago, para que se frenara el simp¨¢tico. Poco a poco, se calm¨®. Se pas¨® el trastorno funcional del sistema el¨¦ctrico del coraz¨®n del sano australiano que se hab¨ªa disparado sin raz¨®n aparente. Tampoco es que lo de O'Grady sea nuevo, aunque nunca se hab¨ªa visto la crisis as¨ª, en directo, en medio de una etapa del Tour. Hist¨®rico es el coraz¨®n loco de Franco Bittossi, ciclista italiano de los sesenta, una afecci¨®n que por entonces se rodeaba de un halo rom¨¢ntico. Ahora, no, ahora se curan con una ablaci¨®n, un cat¨¦ter que transmite una radiofrecuencia y organiza un atajo que salva el cortocircuito en el coraz¨®n. Un par de ciclistas, el americano Julich y el aragon¨¦s David Ca?ada, ya se han sometido a esa intervenci¨®n, pero O'Grady no se decide.
A O'Grady le tranquilizaron sus compa?eros de equipo, que le llevaron media etapa empuj¨¢ndole del sill¨ªn (los comisarios actuaron con flexibilidad y no hubo penalizaci¨®n) y se recuper¨® tanto que entr¨® a disputar el sprint y acab¨® d¨¦cimo. Lo de su coraz¨®n se quedar¨¢ finalmente, es de suponer, como la an¨¦cdota de un d¨ªa que vivi¨® la revancha de otro australiano, Robbie McEwen, el sprinter superado por ?scar Freire la v¨ªspera, que gan¨® la etapa en una llegada en la que el c¨¢ntabro, agotado por unos kil¨®metros previos en los que tuvo que recuperar 70 posiciones, no entr¨®. Arranc¨® de lejos McEwen y aguant¨® la remontada del alem¨¢n Erik Zabel, quien, por lo menos, se lleva, de consolaci¨®n el premio a la constancia: los 42 segundos de bonificaci¨®n que lleva ara?ados disputando todos los sprints habidos y por haber, le han dado el maillot amarillo (la segunda vez que lo viste en su vida). Seguramente ser¨¢ un premio fugaz: hoy es la contrarreloj por equipos y a menos que el ONCE-Eroski lo evite, le toca a Lance Armstrong volver a por su querida prenda.
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