Un poco de carnaza, y nada m¨¢s
Si bien miran la foto, la excelente instant¨¢nea de F. J. Vargas, captada para este peri¨®dico el domingo pasado, en C¨®rdoba, ver¨¢n a dos tristes tigres como chup¨¢ndose el dedo. Pero no se f¨ªen de las apariencias, pues el gesto es dudoso. ?Fingen acaso haber recuperado la inocencia perdida? ?Se aprestan a usar el dedo de salvar o condenar en el circo del PP? Tal vez fue hasta demasiado r¨¢pida la toma, y medio segundo m¨¢s tarde los mismos dedos indiciaban, desde las respectivas narices, un turur¨² que te vi de la burla burlando, que aqu¨ª todo traidor Bellido que se mueve va a los leones. Puede que entonces cada uno ya algo supiera. Algo de lo que el emperador estaba tramando en las alturas. En tal caso, no ser¨ªa para menos la preocupaci¨®n que trasminan ambos proc¨®nsules de la B¨¦tica.
El uno por la que se le viene encima. La otra, por la que le dejan, de momento. O a lo mejor por las dudas que ya tiene. ?No ir¨¢ ella tambi¨¦n a los leones, carnaza para entretener a la chusma, como Aparicio, Lucas, Virul¨¦s, Cabanillas y Villalobos? ?No vendr¨¢ esta ¨²ltima, desde sus pucheros, sus orujos, a quitarle el sitio en la cocina andaluza? Preguntas y m¨¢s preguntas. C¨¢balas y m¨¢s c¨¢balas. Lo ¨²nico seguro es que Aparicio llam¨® vagos a los nativos, que Lucas dijo aquello tan filos¨®fico de 'Aznar siempre tendr¨¢ toda la raz¨®n', y ni por ¨¦sas qued¨® a salvo de las fieras, pues el C¨¦sar vomita a los pelotas; que P¨ªo minti¨® con el descaro de un monigote de feria cuando la huelga general, y que todo sali¨® aguado en la cumbre de H¨ªspalis. Que las naves de la p¨¦rfida Albi¨®n siguen fondeadas en Gibraltar. Que al vicec¨®nsul Hurtado todo se le vuelven sublevaciones en el agro y encierros de mauritanos traslaticios. Que el prefecto De la Torre, en M¨¢laca, ha quemado sus naves en volutas pestilentes, no sabiendo contener la revuelta de los esclavos de la mugre. Que al otro prefecto, el balomp¨¦dico de Onuba, le persiguen las furias de la ley. Que por Granada asoma una nueva insurrecci¨®n alpujarre?a. Lo dem¨¢s es silencio. A lo sumo, rumores de verdugo. El hacha sigue enhiesta y su hambre es curvil¨ªnea.
A estas horas, el proc¨®nsul Arenas ya habr¨¢ recibido las nuevas instrucciones en bronce delet¨¦reo: o me apaciguas las tribus de la B¨¦tica, o t¨² ser¨¢s el siguiente. Y el proc¨®nsul ha respondido con una consulta inacabable: ley de grandes urbes, traspaso de pol¨ªticas de empleo, modulaciones a los terratenientes de las generosas ayudas bruselenses, contribuci¨®n al artefacto que discurra por las catacumbas de H¨ªspalis, saldar los cuantiosos d¨¦bitos acumulados por a?os de ignorar en el erario p¨²blico cu¨¢ntos son los romanos de la B¨¦tica, levantar el pejaje de la calzada imperial a Gades... Y el C¨¦sar le ha contestado, casi a vuelta de emisario y de su propio cu?o, con esta enigm¨¢tica sentencia: 'D¨¦jate de chorradas, joder'.
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