Koyaanisqatsi
Rara, fascinante pel¨ªcula. As¨ª acababa ayer M. Torreiro su cr¨ªtica de El verano de Anna, una extra?a coproducci¨®n hispano-alemana-griega que firma Jeanine Meerapfel y protagoniza ?ngela Molina. El productor espa?ol es un tipo extraordinario, Jos¨¦ Luis Borau, que une a su bondad de roca una ingenuidad con la que ha sobrevivido en un mundo que est¨¢ en contra de los ingenuos y de los poetas. El mejor apoyo espa?ol que ha conseguido hasta ahora para esta nueva incursi¨®n suya en la ilusi¨®n del cine, que alimenta al menos desde 1955, cuando era un joven periodista fascinado, y extra?ado, en Cannes. De resto, como un navegante solitario, ha ido con su pel¨ªcula por todas partes y ha encontrado la indiferencia de coproductores, distribuidores y responsables de ventanas que pudieron aligerarle el d¨¦ficit que siempre comporta todo riesgo. Rara, fascinante pel¨ªcula. Son palabras para entrar en el cine.
Si uno dice Koyaanisqatsi ya lo tiene peor. Koyaniqaatsi es una palabra que los indios hopi utilizan para definir el momento final, aquel lugar de no retorno en el que a veces se convierte la vida: cuando no hay salida. Es una palabra fascinante en la que cabe el mundo, y en la que, sobre todo, cabe nuestro mundo: esperanza y desolaci¨®n, ilusi¨®n y crisis, vida y muerte. Con esa palabra los indios hopi definen no s¨®lo un estado de ¨¢nimo, sino un estado del mundo, y de ella se sirvi¨® Godfrey Reggio para hacer una rara, fascinante pel¨ªcula, Koyaanisqatsi, cuya m¨²sica es de uno de los grandes del minimalismo y de la m¨²sica de cine en EE UU y en el mundo. Nosotros vimos en Valencia, en el Museo de las Ciencias, esta obra que quiz¨¢ no se vea m¨¢s en este pa¨ªs, aunque s¨ª se vea a su creador, que estuvo en Valencia, acaba de actuar en otras ciudades espa?olas y esta noche en Madrid.
Para hacer Koyaanisqatsi, Reggio y Glass trabajaron cuatro a?os, a principios de los ochenta; ten¨ªan ante s¨ª un panorama m¨¢s benigno que el actual, aunque la desgracia humana siempre es una serpiente que anda soterrada hasta en la celebraci¨®n de las grandes alegr¨ªas. Aun as¨ª, ellos se centraron primero en la bondad de las cosas y de los sitios, y filmaron con la delectaci¨®n de los turistas lugares inencontrables y bell¨ªsimos de la geograf¨ªa norteamericana; esos lugares fascinantes -y raros, sigamos con los adjetivos de Torreiro para El verano de Anna- van surgiendo en la pantalla como milagros de una naturaleza intacta. Inmediatamente despu¨¦s de ese festival en el que la humanidad canta su victoria, el cineasta y el m¨²sico acoplaron miles y miles de metros de celuloide en los que se ve ya c¨®mo la mano del hombre viene a destruir el castillo de las ilusiones, y aparecen en la pantalla edificios derruidos, grandes campos surcados por in¨²tiles y descomunales palas mec¨¢nicas, y en medio de esa desolaci¨®n caen y vuelven a caer torres -es 1983, cuando se estrena la pel¨ªcula- cuya inmediata evocaci¨®n provoca la m¨¢s negra de las met¨¢foras. Para acabar esta pel¨ªcula cuya fascinaci¨®n es triple -la realidad, el cine, la m¨²sica-, el hombre propiamente dicho: en los momentos m¨¢s dram¨¢ticos de la existencia, cuando todas las cosas parecen abrumarle y cuando ya ensaya su despedida, cuando sufre persecuci¨®n o martirio, cuando est¨¢ cercado por la despedida que tiene dentro todo dolor.
Fascinante y rara. Pero a¨²n m¨¢s por las circunstancias en que se exhibi¨®. La pel¨ªcula es muda, como muda es quiz¨¢ la memoria de los desastres -recuerden: a¨²n no se ha escuchado el estruendo de las torres cayendo el 11-S-, pero en el escenario del enorme cine -m¨¢s bien, un almac¨¦n- de Valencia se situ¨® la orquesta de Phillip Glass interpretando la m¨²sica de Koyaanisqatsi. Un p¨²blico muy variado, compuesto sobre todo de j¨®venes, guard¨® un silencio absoluto, sobrecogido por esa combinaci¨®n de memoria filmada y de ritmo que Glass ofreci¨® para cumplir con el rito memorable de darle a la imagen el ritmo interior que tiene la visi¨®n m¨¢s ¨ªntima de la historia del hombre.
Koyaanisqatsi. Cuando acab¨® la representaci¨®n, Glass se fue con sus m¨²sicos por los laberintos di¨¢fanos, y aparentemente in¨²tiles, de aquel palacio mussoliniano. No hallaban los vestuarios. Vestido de negro, como sus m¨²sicos, el compositor coment¨® luego las met¨¢foras que hay en el filme; dijo que a¨²n se le pon¨ªan los pelos de punta recordando la actualidad que tiene lo que ellos vislumbraron en 1980.
Babelia
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