La Europa rica, desde la ventana de un autob¨²s
Los inmigrantes rumanos que recorren 3.000 kil¨®metros en autocar para llegar a Espa?a comparan la pobreza de su pa¨ªs con la prosperidad de las zonas que atraviesan en Austria, Italia y Francia
El polic¨ªa de la aduana austriaca ordena al conductor del autob¨²s que transporta a 50 rumanos con destino a Espa?a, en un viaje de 3.000 kil¨®metros, abrir las puertas. Son las cuatro y media de la madrugada. El v¨ªdeo se apaga de golpe. Tambi¨¦n el motor. Se encienden las luces. Despiertan algunos pasajeros, alertados por el repentino silencio. Nadie habla. El polic¨ªa recorre el pasillo. Los 50 rumanos enarbolan el pasaporte abierto por la p¨¢gina de la fotograf¨ªa; ense?an, algunos con las dos manos, en ramillete, los 700 euros o d¨®lares necesarios para justificar que viajan como turistas. Ninguna pega. El paso queda franco. Cada semana, cientos de rumanos cruzan as¨ª las fronteras de la Uni¨®n Europea.
Una pareja de gendarmes patrulla en bicicleta con una metralleta a la espalda
Ion Hubar pregunta todo el rato si hay monta?as en Madrid. Es lo ¨²nico que le importa
El conductor respira y arranca, y el autocar cruza lentamente la raya que separa la Europa pobre de la Europa rica, aunque se detiene unos metros m¨¢s adelante, en una gasolinera. Los pasajeros bajan, se guardan el pasaporte en el bolsillo, esconden el dinero, se encogen de fr¨ªo, pero sonr¨ªen. Una pareja de gendarmes patrulla en bicicleta con una metralleta de comando a la espalda. Jorge Otofan, de 30 a?os, carpintero, con pantalones cortos y camiseta sin mangas, los observa extra?ado. '?Qu¨¦ buscan ¨¦stos?', se pregunta. Y luego mira a la frontera. Dice que no le da ninguna pena dejar su pa¨ªs a la espalda. Sabe que la carretera que pisa no conduce al para¨ªso, pero ¨¦l no persigue el para¨ªso. Lo que quiere es dejar de ser pobre.
'All¨ª, en Rumania' -dice all¨ª como si Rumania quedara ya infinitamente lejos-, 'el dinero no vale nada'. Y a?ade: 'Todo est¨¢ car¨ªsimo. No puedes comprar ni un coche, ni un piso, y yo quiero comprarme un coche como los trabajadores que viven en Espa?a, en Italia o en Francia. No es tanto, ?no?'. Un kilo de pollo cuesta en una carnicer¨ªa de Bucarest 70.000 leis, unos dos euros, casi como en Espa?a; un kilo de pl¨¢tanos, 34.000 leis, un euro, algo menos que en una fruter¨ªa de Madrid o M¨¢laga. Los coches valen lo mismo en los dos pa¨ªses. Pero un taxista de Espa?a gana de media al mes 1.000 euros, y Adrian Popescu, taxista en Bucarest, de 50 a?os ('demasiado viejo ya para irme, que si no...'), no llega a 100. ?sa es la diferencia, ah¨ª est¨¢ la pobreza, eso es de lo que huye Jorge.
Otro Jorge, ¨¦ste de 27 a?os, tambi¨¦n trabajaba de taxista en su ciudad, Lugoj. Desde hace un a?o es alba?il en Zaragoza. Ahora deambula con una muleta por la gasolinera austriaca, muerto de fr¨ªo y de destemple, aburrido, cansado, harto de esperar. Emigr¨® a Espa?a hace m¨¢s de un a?o por la misma raz¨®n que su tocayo: 'Rumania se hunde, se hunde desde hace mucho...', se?ala con desprecio. Pas¨® las navidades en Lugoj, pero, una ma?ana, un coche desbocado se subi¨® a la acera mientras pasaba ¨¦l. Tuvo suerte y s¨®lo le rompieron los huesos de un pie. Jorge afirma que necesit¨® sobornar a un m¨¦dico del hospital de su ciudad para que le operase pronto y despu¨¦s quedarse en su patria para recuperarse. Ahora vuelve en el autob¨²s, con muleta y todo, porque le caduca el permiso de residencia. 'Le dir¨¦ a mi jefe que me d¨¦ trabajo para que me renueven la tarjeta, aunque tendr¨¢ que ser un trabajo m¨¢s flojo que en el andamio', dice. Su madre va con ¨¦l. Es una se?ora mayor, exhausta tras m¨¢s de treinta horas de autob¨²s sin dormir. Ella no se quedar¨¢ en Espa?a. Viaja para cuidar de su hijo. Tal vez sea la ¨²nica de todo el autocar que piense en volver pronto a Rumania.
El ch¨®fer pega un claxonazo. Suben los viajeros como son¨¢mbulos. '?Sintem toti?' ('?Estamos todos?'), pregunta el conductor. S¨ª. Est¨¢n todos: Dimitri, el ni?o travieso y moreno, los dos Jorges, la madre de Jorge, el hombre que paga dos asientos para ir m¨¢s c¨®modo, Ion Hubar, de 40 a?os, un empleado de un matadero de Timisoara parecid¨ªsimo al humorista Gila que buscar¨¢ trabajo de alba?il y que pregunta todo el rato si hay monta?as en Madrid, como si fuera lo ¨²nico que le importa del pa¨ªs en el que va a afincarse.
Arranca el autob¨²s, que devora la cinta de la carretera a 90 kil¨®metros por hora. A esa velocidad adelantaba a todos en Rumania. Ahora es al contrario. Amanece en los Alpes. Y con la luz desaparecen los miedos pasados en la frontera austriaca. Esto no hay ya quien lo pare. Los pasajeros se animan. Charlan. Un hombre degaldito y atildado, con un bigote de h¨¦roe de follet¨ªn rom¨¢ntico, cuenta a su compa?ero de viaje que se casar¨¢ en unos meses. 'Y f¨ªjate que ya soy viejo: 33 a?os', explica. El otro, un hombre fuerte y con el pelo rapado, echa un trago de agua y asiente como diciendo: 'Me alegro mucho, hombre'. La novia es rumana y esperar¨¢ en Bucarest a que el novio encuentre trabajo. 'Luego me la traer¨¦ con permiso de turista, y ya est¨¢', a?ade confiado. El otro vuelve a asentir y le invita a agua.
El ch¨®fer, Adrian Diminescu, pega un grito de alegr¨ªa sin que se sepa la raz¨®n, tal vez porque ya se ha superado la mitad del viaje, y pone una musiquita machacona y r¨¢pida, interpretada por una suerte de trompet¨ªn de ¨®rdenes que hace bailotear a m¨¢s de uno. Comparten bocadillos de lomo, de chorizo, pero tambi¨¦n direcciones, contactos, n¨²meros de tel¨¦fono en Zaragoza, en Barcelona, en Getafe.
El conductor al que le toca descansar (son tres los ch¨®feres y se relevan cada cuatro o cinco horas) come pipas y de paso coquetea con dos muchachas bell¨ªsimas y rubias que van en primera fila. Se deja atr¨¢s Graz, en Austria, y el autob¨²s, con la musiquita de la trompetilla, enfila hacia Italia: Udine, Venecia, la Lombard¨ªa, el Piamonte. La ruta parece dise?ada por una agencia de viajes. Y, oficialmente, este autob¨²s va cargado de turistas.
Pero todo se deja de lado: Verona, Brescia, Tur¨ªn. Saltando de gasolinera en gasolinera cada unas cuantas horas, da igual atravesar los alrededores de Padua que los de M¨®stoles. S¨®lo la lujosa Costa Azul, ya en Francia, se asoma desde lejos, abajo, al fondo, con sus mansiones colgadas sobre el Mediterr¨¢neo, y emboba a estos viajeros, unos de los m¨¢s pobres de Europa, que se imantan a la parte izquierda del autocar para ver mejor mientras mordisquean bocadillos secos de filete empanado.
Anochece en alg¨²n lugar de Francia. El autocar huele a ropa sucia. Vuelven las cabezadas. Alguien ronca al fondo. Ya no hay ganas de hablar. Pero Al¨¦xis, de 30 a?os, cuenta que un amigo volvi¨® hace poco de vacaciones a Sibiu, la ciudad natal de ambos, despu¨¦s de pasar dos a?os en Espa?a. 'Fui a buscarle a la estaci¨®n de autobuses, y en el camino a casa se dio cuenta de que el Ayuntamiento hab¨ªa arreglado una curva de la carretera, que alguien hab¨ªa construido una casa muy bonita y que una empresa hab¨ªa colocado una gasolinera moderna', dice. 'Tal vez cuando vuelva note que mi ciudad ha cambiado a¨²n m¨¢s', a?ade. 'Eso querr¨¢ decir que Rumania va para adelante'. Mientras, una se?al de la autopista indica que el grupo alcanza Montpellier.
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Ma?ana, cap¨ªtulo III: Llegada a Madrid
El baile de los remolques
Los autobuses en los que viajan cada semana cientos de rumanos a trav¨¦s de Europa con direcci¨®n a Espa?a arrastran por lo general un remolque. ?ste va casi vac¨ªo cuando el destino es Espa?a y lleno cuando la meta es Rumania. La raz¨®n es simple: los rumanos que residen en Espa?a (unos 23.000) aprovechan esta ruta para enviar objetos a sus familiares de Bucarest, Brasov o Timisoara. Los remolques van abarrotados de aspiradoras, calentadores de agua, televisores, radiocasetes, v¨ªdeos... La mayor¨ªa de estas cosas cuestan lo mismo en el pa¨ªs ex comunista que en Espa?a, pero con los sueldos medios de Rumania se convierten en inalcanzables. El porte cuesta un euro por kilo transportado. A lo largo del viaje no es extra?o que en una estaci¨®n de servicio de Italia o Hungr¨ªa los conductores de varios autocares de la misma compa?¨ªa se dediquen a trasladar objetos del remolque de un autob¨²s al de otro, eligi¨¦ndolos en funci¨®n de las diversas rutas que atraviesan Rumania. El s¨¢bado pasado, en una gasolinera de Austria, coincidieron dos autocares de la empresa rumana Atlassib con destino Bucarest. Los pocos pasajeros que iban hacia la capital rumana, aburridos del viaje, incluso ayudaron y acarrearon bultos. La gasolinera se transform¨® en un mar de cajas y maletas. Despu¨¦s se volvieron a encajar en los remolques apropiados a cada destino. Uno de los viajeros record¨® entonces que hace a?os, en Espa?a encontr¨® una bicicleta rota en un contenedor, que la arregl¨® y que se la envi¨® a su sobrino en Rumania a raz¨®n de un euro por kilo.
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