El hurac¨¢n Van Morrison arrasa
La gran sorpresa fue la presencia de otro mito, Chris Farlowe
Sali¨® el sol en Vitoria, la noticia se coment¨® ampliamente, las prendas de abrigo volvieron al ropero y Mendizorrotza se puso al rojo vivo. Por la noche, el causante de la oleada de calor fue un peque?o y malencarado irland¨¦s escudado tras sus gafas de sol, con el sombrero calado hasta las cejas y un cierto aire de yo pasaba por aqu¨ª. La t¨ªpica imagen del Van Morrison de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Su norma es llegar y arrasar. Por Vitoria pas¨® como un aut¨¦ntico hurac¨¢n.
El vendaval Morrison se inici¨® semanas antes cuando su solo anuncio despert¨® una inusitada expectaci¨®n que ni siquiera hist¨®ricos del tama?o de Miles Davis hab¨ªan provocado en los 26 a?os de festival. En s¨®lo tres horas se colg¨® el cartelito de agotadas las localidades. Cientos de alaveses se quedaron con la miel en la boca y un cierto cabreo por no haber corrido lo suficiente. Los pol¨ªticos de todos los colores (gobierno, oposici¨®n y alcald¨ªa) fueron m¨¢s h¨¢biles y consiguieron su plaza en primeras filas, no era cuesti¨®n de desperdiciar una ocasi¨®n de oro para dejarse ver en un ambiente cool. La parte municipal se mostr¨® mucho m¨¢s entusiasta que la gubernamental, aunque pudo verse al lehendakari mover el pie a ritmo en un par de ocasiones.
Sin concesiones
M¨¢s que un horno, el polideportivo de Mendizorrotza parec¨ªa una olla a presi¨®n que estall¨® con la sola aparici¨®n de Van The Man. Este verano, Morrison presenta su cara rhythm and blues, sin duda la que mejor le sienta, as¨ª que fue empalmando un trallazo de ritmo tras otro. Justo lo que el respetable esperaba. Alg¨²n cl¨¢sico de la envergadura de Moondance se col¨® entre las melod¨ªas de su ¨²ltimo pl¨¢stico. Un concierto casi sin concesiones, duro y trepidante que se coron¨® con un Gloria apote¨®sico. Morrison cant¨® con esa desgana que se ha convertido en una de sus mejores armas, su voz atron¨® como de costumbre, hizo amagos de tocar el saxo alto, se desmelen¨® (poco) con la arm¨®nica y rasc¨® en alg¨²n momento su guitarra. A su lado, un grupo efectivo se encarg¨® de mantener el ritmo sin demasiadas ostentaciones. Los acompa?antes de lujo de hace unos a?os han sido sustituidos por m¨²sicos impecables, pero se echaron en falta solos de m¨¢s enjundia.
La gran sorpresa fue la presencia de otro mito del rock and blues brit¨¢nico: Chris Farlowe. El hist¨®rico cantante telefone¨® con un par de temas a Morrison y despu¨¦s comparti¨® micr¨®fono con el le¨®n amansado en varias canciones. Un d¨²o estremecedor en Sometimes we cry fue lo mejor y m¨¢s caliente de una velada calurosa y que el t¨¦cnico de sonido de m¨ªster Morrison boicote¨® a su invitado, cuya voz siempre sal¨ªa por los altavoces algunos decibelios por debajo de la del patr¨®n.
La noche podr¨ªa haber acabado aqu¨ª y todo el mundo habr¨ªa salido contento, pero la costumbre tan arraigada como discutible de programar dobles conciertos alarg¨® innecesariamente la velada con la presencia de la Mingus Big Band, que nada aport¨®.
La Mingus Big Band no es esencialmente un proyecto art¨ªstico, sino un buen negocio de Sue Mingus, viuda del llorado maestro, dispuesta exprimir hasta la saciedad la marca registrada de su marido. Bajo esa premisa re¨²ne a grandes solistas para que interpreten viejas partituras de Charles Mingus y otras que ha ido rescatando del desv¨¢n. Una idea que s¨®lo cuaja por momentos al no existir una direcci¨®n f¨¦rrea que controle tanta individualidad volc¨¢nica. En esa anarqu¨ªa, el recuerdo de Mingus es s¨®lo una excusa para tuttis nerviosos e intemporales explosiones personalistas.
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