Cascadas de adrenalina
Fue un espect¨¢culo magn¨ªfico. Para llegar a lo m¨¢s emocionante de la jornada hay que adelantarse a la salida a escena del inefable Diego Carrasco, gitanazo de Jerez que cant¨®, toc¨® y bail¨® con lun¨¢tica heterodoxia para que le entendiera hasta el monstruo de Tazmania. Destil¨® arte y vida, dos t¨¦rminos que se abrazan para siempre cuando se han compartido experiencias con Fernanda de Utrera, Gregorio el Borrico o Antonio Mairena. Salir al escenario el t¨ªo Diego y abrirse las puertas a la juerga euforizantefue todo uno: la adrenalina empez¨® a caer en cascada. Como un Sun Ra del flamenco, anim¨® a todos a participar de una m¨²sica l¨²dica y festera
su poes¨ªa popular tuvo el poder de comunicar y produjo escalofr¨ªo epid¨¦rmico. Qui¨¦n sabe cu¨¢nta gente hab¨ªa sobre el escenario en los momentos m¨¢s bulliciosos. Los m¨²sicos se miraban entre ellos para ver por d¨®nde iba a ir la cosa, y c¨®mo acababa todo all¨ª arriba.
En el b¨¢rbaro concierto conmemorativo del 20? aniversario del sello Nuevos Medios hubo, adem¨¢s, muchas otras alegr¨ªas. La m¨¢s esperanzadora, la confirmaci¨®n como m¨²sico polifac¨¦tico de otro Diego, el menor de los hermanos Amador. El Churri, su apodo de guerra, cant¨® por buler¨ªas con Camar¨®n en mente, pero cuando se sent¨® al piano mostr¨® su m¨²sica ancha y desinhibida, sin nostalgias ni referencias. Y lo hizo ante el mismo teclado del que poco antes Chick Corea hab¨ªa sacado notas virtuosas y apol¨ªneas en uno de los conciertos m¨¢s ecl¨¦cticos y ensimismados que se le recuerdan.
Preludio de Scriabin
El estadounidense arranc¨® con La fiesta, pero despu¨¦s se fue replegando hasta llegar a algunas de sus delicadas Children songs, pasando por un preludio de Scriabin, uno de sus compositores cl¨¢sicos favoritos. Parec¨ªa como si presintiese que m¨¢s adelante podr¨ªa zafarse de partituras; y acert¨®, porque fue otro de los invitados al t¨®rrido aquelarre apadrinado por Diego Carrasco.
De la sesi¨®n de tarde en la sala de c¨¢mara del Kursaal tambi¨¦n se pueden contar maravillas. All¨ª estaban Brad Jones (bajo el¨¦ctrico vertical), Han Bennink (bater¨ªa), Dave Douglas (trompeta) y Misha Mengelberg (piano). El espect¨¢culo visual lo puso Bennink, con ocurrencias tan delirantes como liarse a toallazos con los platos o tensar los parches de los tambores con sus botas de viejo monta?ero. La mejor m¨²sica, en cambio, sali¨® de Mengelberg, magno hist¨®rico del jazz europeo que resumi¨® en cada intervenci¨®n su megal¨ªtica imaginaci¨®n. Tambi¨¦n Douglas estuvo bravo, pero en un contexto eminentemente libre su contribuci¨®n result¨® una pizca acad¨¦mica y ajena. De cualquier forma, el concierto del cuarteto entusiasm¨® incluso a quienes pudieran pensar que la vanguardia tiene prohibido ser divertida.
Las sesiones de noche estuvieron nuevamente dedicadas a las tendencias el¨¦ctricas. La Knitting Factory neoyorquina debutaba con el primero de los tres grupos que ha enviado a San Sebasti¨¢n. Br¨¹knahm Project practic¨® un hip hop casi de manual. Alrededor de 3.000 personas esperaban sobre la arena de la Zurriola la aparici¨®n de Llorca, banda creada por Ludovic Llorca, uno de los promotores del fen¨®meno St. Germain. Al pinchadiscos debieron de agot¨¢rsele las ideas en su labor de mecenazgo, porque su grupo tuvo la vulgaridad de las segundas partes, a pesar de que actu¨® en la primera.
A Uri Caine le correspondi¨® cerrar la jornada con su particular homenaje al jazz el¨¦ctrico de los a?os setenta, espolvoreado con samplers y ritmos pregrabados que no llegaron a ocultar su perfil de improvisador cabal. El pianista de Filadelfia hizo virtud de la intensidad y, muy bien ayudado por un bater¨ªa gran¨ªtico y un bajista abnegado, se mantuvo siempre en la cresta de la ola.
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