Espacio para la disensi¨®n
Con la toma del islote Perejil y el mantenimiento de un contingente de la Legi¨®n hasta que Marruecos se avenga a garantizar el statu quo anterior al 11 de julio, Espa?a no ha dado una muestra de su solvencia en el ¨¢mbito internacional; antes por el contrario, ha tratado de reparar un insostenible c¨²mulo de errores en la gesti¨®n de unas complejas relaciones entre vecinos. El simple recordatorio de este hecho deber¨ªa servir para atemperar, no ya cualquier deriva de entusiasmo patri¨®tico, sino tambi¨¦n un sentimiento que, tal vez como sublimaci¨®n freudiana del anterior, cuenta con una creciente aceptaci¨®n en nuestra opini¨®n p¨²blica, y es el de que hab¨ªa llegado el momento de 'ense?ar los dientes' en las relaciones con Marruecos.La prosperidad econ¨®mica y la r¨¢pida modernizaci¨®n social experimentada por Espa?a desde la transici¨®n ha incrementado su peso en el mundo y, en consecuencia, ha modificado su proyecci¨®n internacional, haciendo que se perciba como lo que es: una potencia media con responsabilidades regionales de primer orden. Antes que cualquier otra cosa, fundamentar o justificar nuestra pol¨ªtica exterior en una idea como la de 'ense?ar los dientes' a Marruecos incluye, en realidad, un inquietante reconocimiento de que, mientras el mundo ha cambiado su mirada hacia nosotros, somos nosotros los que no hemos cambiado nuestra mirada hacia el mundo, y actuamos como si nuestras decisiones pudieran ser ajenas a unos equilibrios internacionales m¨¢s amplios en los que hemos reclamado un lugar. Y en los que, en efecto, ese lugar se nos ha atribuido y confiado.
Es en esta falta de encaje entre una mirada y otra donde con m¨¢s claridad se manifiesta la diplomacia rasante auspiciada por Aznar, su rancia ra¨ªz nacionalista. A tenor de sus continuas y desabridas declaraciones acerca de nuestro vecino del sur, culminadas con el incidente en curso sobre el islote Perejil, el presidente del Gobierno parece no entender, ni por lo m¨¢s remoto, que las relaciones de Espa?a con Marruecos son cruciales por razones que en estos momentos sobrepasan con mucho los intereses concretos de ambos pa¨ªses, y que conectan con los principales riesgos a los que se enfrenta la comunidad internacional en su conjunto. La inmigraci¨®n, sin duda; pero, tambi¨¦n, la multiplicaci¨®n de focos de tensi¨®n que puedan ser instrumentados para dar verosimilitud a la quimera de que Occidente est¨¢ en guerra abierta con el islam. En la secuela del 11 de septiembre, las fr¨¢giles costuras del orden internacional posterior a la guerra fr¨ªa est¨¢n cediendo en Cachemira, en Oriente Pr¨®ximo y, a lo que parece, el mismo Gobierno de Espa?a, que reclama para s¨ª un tratamiento de grande del planeta, es el que lleva considerando irrelevante este contexto desde hace meses, como si el ¨²nico horizonte que est¨¢ en disposici¨®n de contemplar fuese el de los 14 kil¨®metros que separan una punta y otra del Estrecho. Y, por si ello fuera poco, arrastrando a implicarse en este panorama de campanario a una Uni¨®n Europea y una Alianza Atl¨¢ntica cuya primera y tibia reacci¨®n al ¨²ltimo incidente con Marruecos conten¨ªa un soterrado mensaje: Espa?a no est¨¢ cumpliendo como se espera de ella el papel que tiene asignado en los equilibrios internacionales de los que forma parte. Por eso la reacci¨®n estadounidense, tard¨ªa y salom¨®nica, tampoco ha ido m¨¢s all¨¢.
Aunque hoy ya s¨®lo constituya un recuerdo enturbiado por el desdichado desarrollo de los acontecimientos posteriores, la llegada al trono de Muhammad VI ofreci¨® una oportunidad en gran medida irrepetible para estabilizar la situaci¨®n interna en Marruecos y, por consiguiente, para avanzar en un Mediterr¨¢neo m¨¢s seguro, que es precisamente una de las tareas internacionales que de modo m¨¢s directo conciernen a Espa?a. Hass¨¢n II hab¨ªa concluido su turbulento reinado estableciendo los fundamentos de una evoluci¨®n democr¨¢tica con la que el nuevo monarca pareci¨® comprometerse en sus inicios, cesando al ministro del Interior Basri -responsable de la represi¨®n pol¨ªtica- y anunciando la celebraci¨®n de unas elecciones que tendr¨¢n lugar el pr¨®ximo septiembre. Lejos de apoyar este proceso, dej¨¢ndose guiar por las evidencias y no por los prejuicios -el absurdo debate acerca de si son conciliables islam y democracia alcanz¨® una rara ubicuidad en aquellas fechas-, la diplomacia de Aznar se desentendi¨® de ¨¦l, haciendo un incomprensible mutis cuyos efectos sobre la transici¨®n marroqu¨ª ser¨¢n discutibles, pero no los que tuvo sobre la relaci¨®n bilateral. En particular, sobre la red de relaciones entre responsables pol¨ªticos y altos funcionarios de ambos pa¨ªses, que se redujo de manera sustancial en comparaci¨®n con la que exist¨ªa en tiempos de Hass¨¢n. En virtud de esta coyuntura, de este elemental error de gesti¨®n diplom¨¢tica, lo que hab¨ªa empezado como una oportunidad para Espa?a y para Marruecos se resolvi¨® como un rec¨ªproco desapego y, a la postre, como un progresivo desconocimiento mutuo, el caldo de cultivo id¨®neo para que prosperasen los malentendidos.
Y los malentendidos, por supuesto, han prosperado. Marruecos lleva a cabo un gesto inamistoso hacia Espa?a al no renovar el acuerdo de pesca con la Uni¨®n, pero por parte espa?ola nadie parece advertir que ese acuerdo ha dejado de ser rentable para nuestro vecino, que viene sugiriendo desde hace tiempo la f¨®rmula de empresas mixtas. Marruecos tensa las relaciones al retirar a su embajador en Espa?a, pero por parte espa?ola no parece existir la m¨¢s m¨ªnima conciencia de que las denuncias y amenazas que le dirigimos nos resultar¨ªan inaceptables si fu¨¦ramos nosotros los que las recibi¨¦semos de otro pa¨ªs. Marruecos falta gravemente a los principios de buena vecindad al ocupar el islote Perejil, pero por parte espa?ola se ignora o se minimiza que las concesiones petrol¨ªferas aprobadas por el Gobierno de Aznar frente a las costas de Canarias pod¨ªan resultar ofensivas, lo mismo que las inoportunas maniobras militares realizadas por nuestro ej¨¦rcito en Alhucemas. Y todo ello por no hablar del trato a los inmigrantes, las dificultades para abrir un consulado marroqu¨ª en Almer¨ªa, el desaire a Muhammad VI con motivo de la celebraci¨®n de su boda o, en efecto, la posici¨®n que mantiene Espa?a sobre el S¨¢hara, abandonada ya por socios y aliados como Francia o Estados Unidos.
En cualquier caso, la multiplicaci¨®n de incidentes durante el ¨²ltimo a?o no explica por s¨ª sola el grado de deterioro alcanzado por las relaciones entre Espa?a y Marruecos, ¨²nicamente comparable al que se vivi¨® durante la agon¨ªa de Franco y el v¨¦rtigo b¨¦lico provocado por la Marcha Verde. Desde la profunda sima en la que se precipitaron entonces, la diplomacia espa?ola fue construyendo un
marco de actuaci¨®n cuyo principal objetivo consist¨ªa en ir aislando los contenciosos, tratando de que los eventuales retrocesos en unos no pusieran en juego los avances realizados en otros, hasta erigir un aut¨¦ntico 'colch¨®n de intereses' que dotase de estabilidad a nuestras relaciones con Marruecos. Cuando, contrariado por la negativa de Rabat, Aznar declara que la no renovaci¨®n del acuerdo de pesca 'tendr¨¢ consecuencias', y acto seguido el vicepresidente primero habla extempor¨¢neamente de la operaci¨®n de paso del estrecho -lo mismo que acaba de repetir en estos d¨ªas-, el mayor error que cometen no es adoptar un lenguaje impropio de la diplomacia para tratar con un pa¨ªs soberano; el mayor error es que destruyen el marco de actuaci¨®n sobre el que se basaba el 'colch¨®n de intereses', poniendo de manifiesto que, a partir del instante en que Marruecos ha dicho no a la renovaci¨®n del acuerdo de pesca, Espa?a deja de distinguir entre contenciosos y se muestra decidida a echar sobre el tablero la totalidad de la relaci¨®n para imponer su punto de vista en cada caso.
Una vez instalados en esta l¨®gica, nada tiene de extra?o que de la confrontaci¨®n diplom¨¢tica se pase irremediablemente a la militar, y suerte que las dimensiones del incidente dejan a¨²n espacio para el humor y la astracanada. Sin embargo, existen pocas razones para la broma en las relaciones con Marruecos. Con la toma del islote Perejil y el mantenimiento de un contingente de la Legi¨®n hasta que Marruecos se avenga a garantizar el statu quo anterior al 11 de julio, la diplomacia rasante, de rancia ra¨ªz nacionalista, impulsada por Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ha dejado al descubierto todas sus insuficiencias. A una actuaci¨®n como la que llevamos contemplando con Marruecos desde hace m¨¢s de un a?o, en la que el Gobierno de Espa?a parece exigir de sus ciudadanos que se envuelvan con ¨¦l en la bandera de la patria, s¨®lo cabe responder defendiendo el espacio para la disensi¨®n; s¨®lo cabe responder sosteniendo, precisamente desde ese espacio, que las relaciones nunca deber¨ªan haber llegado al punto en el que hoy se encuentran, y que, de llegar, es m¨¢s que dudoso que hubiera que responder como se ha respondido y cuando se ha respondido. Entre otras cosas porque, todav¨ªa en este momento, desconocemos los t¨ªtulos que asisten a Espa?a para aposentarse en un islote a 200 metros de la costa marroqu¨ª e imponer al gobierno de Rabat una condici¨®n que nosotros mismos estamos incumpliendo con nuestra presencia militar en Perejil.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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