Raz¨®n y delirio
Hay m¨¢rgenes insoslayables. M¨¢rgenes que, adem¨¢s de marcar el tiempo -hist¨®rico y vital- de la escritura situ¨¢ndola en un contexto, albergan claves importantes para el correcto entendimiento del impulso -el pulso interior- que dio origen a dicha escritura. Anotaciones y connotaciones: notas, no como m¨²sica de fondo que distrae o aturde, sino como el comp¨¢s y la m¨¦trica que la vida, la cotidiana vida, le imprime a la melod¨ªa, siempre (dis)cursiva, del pensamiento. M¨¢rgenes, pues, como notaci¨®n o como contrapunto a la obra, si se entiende ¨¦sta como el punto o n¨²cleo dilatado en el tiempo, en el que se condensa el pensamiento de un escritor. Algunos diarios construyen esos m¨¢rgenes, pero m¨¢s abruptamente, y m¨¢s ¨ªntimamente tambi¨¦n, lo hacen ciertos epistolarios, en los que la periodicidad le imprime al acto comunicativo el car¨¢cter a la vez reservado y p¨²blico de lo inmediato.
CARTAS DE LA PI?CE (CORRESPONDENCIA CON AGUST?N ANDREU)
Mar¨ªa Zambrano Edici¨®n de Agust¨ªn Andreu Pre-Textos. Valencia, 2002 405 p¨¢ginas. 22,50 euros
La correspondencia de Mar¨ªa
Zambrano con Agust¨ªn Andreu es uno de los m¨¢rgenes m¨¢s interesantes de la obra de esta escritora. Su lectura no s¨®lo nos hace part¨ªcipes de los contactos que mantuvo en aquella ¨¦poca con los amigos m¨¢s cercanos (Valente, por ejemplo, muy presente en esos a?os) o de los recuerdos que formar¨ªan parte de un anecdotario personal (Zubiri: 'Esbelto, elegant¨ªsimo. Un raro lirio oscuro'), sino que nos invita a reclinarnos sobre su mesa de trabajo, en su casa de La Pi¨¨ce, a que paseemos con ella por aquellos parajes del Jura franc¨¦s a los que empieza a ver borrosos porque su vista declina, o a velar con ella, en esos insomnios de los que se levanta para componer las p¨¢ginas m¨¢s hermosas de la ¨²ltima parte de su exilio.
Las cartas de La Pi¨¨ce constituyen casi el diario, personal y filos¨®fico, de los a?os 1974-1978. Zambrano tiene entonces 70 a?os y hace tan s¨®lo dos que ha sufrido la p¨¦rdida de su hermana Araceli, con quien vivi¨® y a la que cuid¨® desde que la recogiera en Par¨ªs, en 1946, habiendo sido v¨ªctima de la persecuci¨®n nazi que acab¨® con la extradici¨®n de su marido, l¨ªder de la Resistencia, y su fusilamiento por orden del r¨¦gimen franquista. Con Araceli continu¨® su periplo de exiliada en M¨¦xico, en Cuba y en Italia, de donde recibieron orden de expulsi¨®n, denunciadas por un vecino fascista a causa... de sus gatos. Al caser¨ªo de La Pi¨¨ce, no lejos de Ginebra, llegaron en 1964 y all¨ª, descargada de la funci¨®n docente, empieza a escribir ininterrumpidamente. Tras la muerte de Araceli y un tiempo pasado en Roma, vuelve a instalarse en La Pi¨¨ce y en esa soledad compone los fragmentos de Claros del bosque al tiempo que se gesta una de sus obras magistrales: Notas de un m¨¦todo.
El 'm¨¦todo' y el 'delirio'
son, probablemente, las dos grandes claves de la obra zambraniana, y se nos ofrecen, en esta correspondencia, a modo de migas de pan que han de conducirnos a ese 'claro' del bosque, ese lugar donde la luz juega con las sombras, un lugar-l¨ªmite, fronterizo entre la vigilia y el sue?o, donde la lucidez se fragua y rasga el velo para que la realidad -la ¨²nica realidad que a Zambrano le importa: la del hombre que sufre un ineludible af¨¢n de trascendencia- pueda ser expresada. Por ello, se levanta Mar¨ªa, insomne, para escribir en el l¨ªmite de la locura, teniendo que discriminar, en esos 'delirios', cu¨¢ndo debe y cu¨¢ndo no, pues 'a veces s¨ª es todo un mundo que deber¨¢ de ser transcrito y a veces no, no es eso'. Y en esa empresa en la que la cabeza 'siendo tan de raz¨®n', no puede le salva, dice, 'el no temer el deshacerme, el derretirme como gota de cera, el borrarme, el no amarme en mi existencia'. El delirio, pero un delirio controlado por una conciencia entrenada en el arte de reconocer lo que de la raz¨®n es urdimbre y, en sus brechas, revelaci¨®n. Pues de eso se trata, de esa revelaci¨®n del hombre que, a su juicio, no pudo hacer la filosof¨ªa griega, ocupada en el logos que es concepto y no 'concepci¨®n' o alumbramiento de lo divino en el hombre, ese abismo cordial sin el cual, seg¨²n ella, no hay hombre posible; ni tampoco la lograr¨ªa Ortega, el maestro a quien dice seguir¨ªa amando malgr¨¦... (pues 'qu¨¦ contrasolo estaba contrasolo: solo y condicionado'). No son pocos los amargos p¨¢rrafos que le dedica a Ortega en ese sentido: 'Encall¨® cuando quiso, asist¨ª a ello, convertir la R. V. [raz¨®n vital] o hist¨®rica o viviente en sistema. El m¨¦todo es otra cosa'. El m¨¦todo no es discursivo, es experiencia; se trata de 'ir de intuici¨®n en intuici¨®n, sin dejar interferir'; un mirar que atiende sin convertir la realidad en fen¨®meno de an¨¢lisis, un m¨¦todo que se arrepiente haber utilizado por considerarlo una traici¨®n a su pensar.
Y no se trataba de suprimir la raz¨®n, sino de eliminar, en ella, la soberbia que la llevar¨ªa -lo vaticinaba- al descr¨¦dito. Nunca rechaz¨® su herencia filos¨®fica, pero entendi¨® que los caminos que se hab¨ªan inaugurado para la recuperaci¨®n de la vida en el pensamiento deb¨ªan de andarse con otro talante: 'Me he seguido moviendo dentro de la Raz¨®n Vital, que su autor o descubridor dej¨® a medio fundar para usarla como Raz¨®n Hist¨®rica, lo que hizo imposible abridarla tan siquiera como Raz¨®n Viviente. La R. H. es el modo como entendi¨® y quiso usar Ortega la R. V. cuando ni siquiera hab¨ªa explorado indispensablemente la Vida y menos a¨²n el sujeto viviente'. Duras palabras, pero coherentes si entendemos de qu¨¦ se nutr¨ªa Zambrano y qu¨¦ es lo que quer¨ªa alumbrar. El sufismo, los gn¨®sticos y los textos de escritores 'tradicionales' como Massignon y R. Gu¨¦non le hab¨ªan confirmado en su voluntad de recuperar las ra¨ªces de un cristianismo al que siempre quiso entender como una religi¨®n no sacrificial, una religi¨®n en la que, en vez de pasi¨®n y muerte, hubiese nupcias espirituales; su empe?o era la recuperaci¨®n de ese sentido nupcial de la vida que la Iglesia cat¨®lica, a la que nunca quiso dejar de pertenecer, se encarg¨® siempre de condenar.
Hay muchos exilios en el exilio de Zambrano. Uno fue el de Espa?a, 'la Madrastra' a la que, seg¨²n sus propias palabras, no quiso volver hasta que se hubiese dulcificado y liberado un tanto. Pero el exilio espiritual no fue menos acuciante. Y la soledad, que se dice de muchas maneras, como el ser, era en ella condensaci¨®n de amor. Amor sublimado en la escritura, fuego que no se consume y ha de expresarse en la letra. Aqu¨ª, en estas cartas la raz¨®n de amor se nos ofrece casi en su tramoya. Gracias hemos de darle al tambi¨¦n amoroso cuidado de Agust¨ªn Andreu (traductor de Jacob B?hme, de Lessing, de Shaftesbury y de Leibniz, entre otras cosas), a quien m¨¢s de un lector requerir¨¢ ese otro contrapunto: su parte, no entregada aqu¨ª, del epistolario.
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