Hamlet de una noche de verano
Estuve viendo hace unas semanas en Barcelona el Hamlet dirigido y adaptado por Peter Brook en una traducci¨®n al franc¨¦s de Jean-Claude Carri¨¨re que est¨¢ en la l¨ªnea de las grandes versiones a este idioma que encabez¨® Andr¨¦ Gide: un fenomenal ejercicio teatral basado en el absoluto predominio de la palabra gracias en parte a la extrema concisi¨®n de la escenograf¨ªa. Sin apenas decorado, con la sola ayuda de alfombras, telas y almohadones manipulados con precisa versatilidad, Brook consegu¨ªa una continua metamorfosis ambiental demostrando, incluso, que el poder interno de los versos shakespearianos es tan fuerte que triunfa sobre pa¨ªses y culturas. La universalidad de la poes¨ªa de Shakespeare permite, en este caso, que las brumas del castillo medieval de Dinamarca den paso a un escueto paisaje de resonancias africanas.
Tambi¨¦n son de origen africano algunos de los principales actores: Emile Abossolo-mbo, que alterna los papeles del Espectro y de Claudio; el extraordinario Sotigui Kouyat¨¦, que hace lo propio con los de Polonio y el sepulturero; William Nadylam es un Hamlet felino que lanza algunos versos como si fueran cuchillos y se mueve con una agilidad endiablada. Pero pese a su espectacularidad interpretativa, los tres actores -as¨ª como los dem¨¢s que integran un elenco reducido- mantienen durante la entera representaci¨®n una contenci¨®n, rayana en la sobriedad, que favorece el protagonismo verbal sin distraer la atenci¨®n del espectador hacia elementos perif¨¦ricos. En la versi¨®n de Brook todo es, por as¨ª decirlo, central y cualquier palabra es tan necesaria como la anterior o la siguiente. La concentraci¨®n que consigue es, creo, absoluta.
Pero tambi¨¦n deja pensar, al contrario de lo que persiguen las representaciones construidas a trav¨¦s de apabullantes escenograf¨ªas. Durante casi tres horas, que es lo que dura el espect¨¢culo concebido por Brook, se ofrecen muchas oportunidades de intercalaci¨®n mental en la obra. Ser¨ªa curioso que pudi¨¦ramos plasmar en un texto, de Shakespeare o de cualquier otro autor, las sensaciones, pensamientos o simplemente ausencias con que recibimos su representaci¨®n o participamos de su lectura. Si pudi¨¦ramos intercalar textualmente -y visualmente- nuestras propias aportaciones, el texto original se convertir¨ªa en un nuevo texto con sorprendentes rodeos, fulgurantes interrogaciones, oscuras huidas y abruptos vac¨ªos. Quiz¨¢ la aut¨¦ntica obra ser¨ªa la que se ir¨ªa constituyendo con la subrepticia autor¨ªa paralela de an¨®nimos lectores y espectadores. Con el paso de los a?os o de los siglos lo que llamamos 'el texto' s¨®lo ser¨ªa el peque?o v¨¦rtice de un descomunal iceberg.
En esas tres horas, sin dejar de estar atado a lo que ocurr¨ªa en el escenario de la mano de tan magn¨ªficos actores, hu¨ª muchas veces del estricto recinto shakespeariano y hacia rumbos muy distintos. Tuve tiempo para pensar en cien cosas ajenas al Hamlet propuesto por Brook y, entre ellas, en mi propio Hamlet, esa silueta que yo he ido dibujando a lo largo de a?os y que seguramente no coincide con la silueta que tantos otros han dibujado y, mucho menos, con la que imagin¨® Shakespeare en el momento de escribir su drama.
Personalmente tengo admiraci¨®n por la obra pero no por el personaje. Como obra, Hamlet es la m¨¢s perfecta de las escritas por Shakespeare y la segunda m¨¢s perfecta de toda la historia, tras Edipo Rey, de S¨®focles. Pero as¨ª como simpatizo con Edipo, con su lucha contra el destino, con su desgracia y, por fin, con esa sabidur¨ªa ¨²nica que el mismo S¨®focles reflej¨® en su ¨²ltima tragedia Edipo en Colono, el personaje de Hamlet ya no suscita mi simpat¨ªa si es que alguna vez en una primera aproximaci¨®n pudo suscitarla.
Pensaba en esa silueta m¨ªa de Hamlet y la representaci¨®n a la que estaba asistiendo me la corroboraba: un autista ensimismado en su propio narcisismo. Puede que Hamlet amara sinceramente a su padre, el anterior rey asesinado, pero en lo que se transluce luego hay m¨¢s despecho que n¨ªtido deseo de justa restituci¨®n, m¨¢s rencor que desesperaci¨®n. Hamlet, sin mostrarle demasiado respeto, preserva la vida de Horacio, no tanto por ser su amigo sino su fiel servidor. Con todos los dem¨¢s es una m¨¢quina implacable de desprecio que ¨²nicamente se engrasa por sus privilegios principescos.
Cada vez que me he acercado a la figura de Hamlet mayor ha sido mi repulsi¨®n y, acaso injustamente, he acabado viendo su duda como cobard¨ªa y su fingida locura como argucia insoportable. Prefiero a la incestuosa pareja formada por su madre y su t¨ªo asesino, el nuevo rey Claudio, porque, pese a su crimen, parecen intentar vivir frente al acoso del perpetuamente infeliz e incapaz para la vida, Hamlet; prefiero al pobre Polonio, demasiado locuaz pero en definitiva un buen hombre, al que el pr¨ªncipe autista asesina, llam¨¢ndole luego, ocurrente, 'una rata'. ?Y qu¨¦ decir de la desdichada Ofelia, arrastrada, ella s¨ª, a la aut¨¦ntica locura y a la muerte s¨®lo porque Hamlet es incapaz de enfrentarse directamente a lo que el espectro de su padre le ha solicitado?
Hamlet es el primer gran exponente de la adolescencia en cuanto a sistema de vida y en este sentido es un profeta de una ¨¦poca como la nuestra en la que el adolescente es la petrificada figura central: sin la imaginaci¨®n viva del ni?o, sin la responsabilidad y la lucha del adulto, sin el saber del anciano. El adolescente perpetuo es aquel que rehuye, a cualquier precio, las pruebas de iniciaci¨®n, o fracasa en ellas, disfrazando este fracaso recurriendo a la culpabilidad ajena. Como Hamlet.
No me gusta Hamlet y, no obstante, a disgusto con su protagonista, qu¨¦ placer volver otra vez a Hamlet. Como toda obra maestra su misterio aumenta en cada nuevo abordaje. Y ¨¦sta es la ense?anza que podemos esperar de tales obras. ?Alguien sabe qu¨¦ quiso expresar exactamente el Giorgione en La Tempestad o Beethoven en la Gran Fuga? Cuando nos preguntamos qu¨¦ nos quiso decir Shakespeare en Hamlet la respuesta es la misma: todo y nada. El barullo del mundo y lo que queda despu¨¦s del silencio. Hamlet va mucho m¨¢s all¨¢ del extra?o Hamlet. Se ramifica en sucesivas explosiones de iron¨ªa, temor y lucidez, dando pie a nuevas ramas. Pero siempre vuelve a ese tronco desconcertante y m¨¢gico que parece tener sus ra¨ªces en el centro de la Tierra.
Tres horas ante Hamlet dan para mucho, sobre todo ante una versi¨®n tan excelente como la de Peter Brook y en una noche de bochorno que acab¨® convirtiendo la Sala Maria Aur¨¨lia Capmany del Mercat de les Flors en un delirio tropical. Al final, como siempre en Shakespeare, no hay respuesta. ?Qu¨¦ nos quiso decir? Matthew Arnold lo resumi¨® muy bien: 'Otros admiten nuestra pregunta. T¨² eres libre. Preguntamos y preguntamos. Tu sonr¨ªes...'. Quiz¨¢ esperando que nuestro propio delirio d¨¦ sus frutos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.