Ciudades
Las p¨¢ginas y espacios de los medios cada vez se ocupan m¨¢s de las pr¨®ximas elecciones municipales que tendr¨¢n lugar en la primavera de 2003. El PP ya ha designado a sus candidatos para las principales ciudades y el PSOE plantea estos comicios como el primer asalto en la lucha por arrebatar el poder a la derecha. Las otras formaciones minoritarias afilan sus mejores armas para mantener o ampliar sus m¨¢rgenes de influencia. Es la hora de los proyectos y las promesas, lo cual no es pernicioso, al contrario, es como el aceite y el vinagre de las ensaladas. ?Se imagina alguien a un candidato para alcalde que no plantee sus ofrecimientos y sus prop¨®sitos ante sus conciudadanos? Otra cosa es si se trata de hablar del cumplimiento de los mismos. La importancia de las elecciones reside en su condici¨®n de inobjetable rendici¨®n de cuentas. Es en ese momento cuando todos los accionistas de la cosa p¨²blica, los ciudadanos, dan su acuerdo o desacuerdo con la gesti¨®n del ejecutivo.
Parece muy conveniente en estos meses preelectorales que todos, y especialmente los alcaldes y concejales, fu¨¦ramos haciendo los respectivos balances de la gesti¨®n en nuestras ciudades y pueblos. Antes, la cosa p¨²blica se evaluaba m¨¢s en el aspecto de las calles, la limpieza de las aceras, el funcionamiento de las ventanillas administrativas o las subidas de tasas e impuestos. Hoy, para bien y para mal, en ¨¦poca tan tecnificada y tan dependiente de la mercadotecnia, el ayuntamiento de todos se nos aparece m¨¢s como una empresa vendedora de promesas y deseos donde la eficacia del servicio est¨¢ en saberlo vender aunque no funcione. El drama es que el af¨¢n por vender cada d¨ªa el futuro ha hecho olvidar el presente de una ciudad que pierde por momentos su habitabilidad y su sentido de comunidad de ciudadanos. Nos dicen que dentro de dos d¨¦cadas 5.500 millones de personas, el 82%, vivir¨¢n en las grandes ciudades del planeta, a las que habr¨¢ que dotar de servicios e infraestructuras capaces de ofrecer bienestar. Este simple dato nos obliga a pensar en el desquiciado presente que se est¨¢ construyendo para poder estar preparados ante lo que se nos viene encima.
JAVIER ARISTU
EL ROTO
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