?La r¨¦mora de los lazos?
Recuerdo que entre sesi¨®n y sesi¨®n de unos interminables festivales de Tom y Jerry a los que acostumbraba a acudir a?o tras a?o con mi abuela, los tradicionales noticiarios del franquismo nos solazaban con las im¨¢genes del dictador imponiendo la medalla de oro al m¨¦rito en el trabajo a alg¨²n benem¨¦rito productor. Ese minuto de gloria premiaba 50 a?os al servicio de una empresa. Y, en aquella ¨¦poca, esa distinci¨®n era algo que se entend¨ªa como algo positivo y ejemplar. Me aturde pensar en ello, ya que, como dice un muy buen amigo m¨ªo, parecen recuerdos propios del 'hogar del jubilado'. Pero lo cierto es que no s¨¦ muy bien ad¨®nde nos va a llevar la actual fiebre por la 'desvinculaci¨®n' y lo 'ef¨ªmero' como valores centrales de nuestra sociedad. Si hace 20 a?os lo importante era durar en un trabajo, y generar v¨ªnculos fuertes y estables en el mismo, hoy d¨ªa, alguien que est¨¦ m¨¢s de dos o tres a?os seguidos en uno empieza a resultar sospechoso de obsolescencia galopante.
Nos lo vienen diciendo y advirtiendo. S¨®lo con menos enraizamiento y menos v¨ªnculos sociales lograr¨¢ la vieja Europa conseguir los ¨ªndices de productividad y eficiencia de nuestros amigos americanos. En la celebrada cumbre de Barcelona, las voces agoreras de los jerarcas europeos fueron tajantes: o nuestra mano de obra reacciona con rapidez a las necesidades cambiantes de los mercados y las empresas, y a sus desplazamientos en el territorio, o estamos abocados a la decrepitud. Mientras en EE UU han conseguido que nadie eche ra¨ªces, y que la gente se mueva al ritmo del mercado, aqu¨ª en Europa son excepci¨®n los que se mueven, aunque puedan ganar m¨¢s dinero en el cambio. Quieren imponer la moda del desvincularse. Y, mientras, los europeos seguimos atrapados en la mara?a de identidades, reciprocidades y lazos de familia o amistad que, dicen, s¨®lo nos crear¨¢n quebraderos de cabeza. Es curioso, ya que por otra parte, las grandes organizaciones econ¨®micas internacionales, o muchos economistas, est¨¢n descubriendo que a los territorios o las sociedades que no cuentan con el llamado 'capital social' (ese tejido de entidades, de comunidades, de lazos y de sentido de reciprocidad colectivo) les es muy dif¨ªcil sustentar procesos de desarrollo econ¨®mico o afrontar con posibilidades de ¨¦xito los retos de futuro.
En este sentido me sorprendi¨® la concesi¨®n, hace unas semanas, por parte de la Generalitat, del Premio Nacional de Educaci¨®n a alguien como Teresa Codina, que ha hecho del sentido de comunidad, de proyecto colectivo, de lazos y v¨ªnculos de solidaridad, su propia vida. La maestra y pedagoga Teresa Codina fund¨® hace a?os la escuela Talitha junto con otro mito de la escuela catalana, Marta Mata, y sigui¨® luego su peregrinar educativo hacia Nostra Senyora del Port, en Can Tunis. Estos d¨ªas, en esa escuela que fund¨®, hoy convertida en un centro p¨²blico de ense?anza primaria, Orlandai, una maestra que vivi¨® esos momentos fundacionales se ha jubilado. Tras 36 a?os de aprender y ense?ar, Elo Velasco ha cerrado la puerta de su clase y se ha ido con la liviana carga de centenares de ni?os que han aprendido de ella y de los que ella ha aprendido. Dos mujeres unidas por unos lazos, unos v¨ªnculos, unos proyectos personales y colectivos. Dos personas que dif¨ªcilmente pueden separarse de su comunidad. Dos seres hoy convertidos, para muchos, en el s¨ªmbolo de lo que deber¨ªamos dejar atr¨¢s. Para ambas, la educaci¨®n no puede consistir en transmitir conocimientos y formar 'corredores' que s¨®lo miren hacia delante sin preocuparse de los que siguen o no. Educar no es un problema de buenas o malas notas, es sobre todo formar personas con capacidad de sentir lo que es vivir en com¨²n, lo que implica compartir problemas y soluciones con los dem¨¢s. No es una aventura o carrera personal de alguien que aprovecha sus oportunidades y que s¨®lo mira atr¨¢s para ayudar caritativamente a los que no pueden seguir. Por eso me sorprende la distinci¨®n de la Generalitat. No porque no se la merezca Teresa Codina, o muchas otras Teresas o Elos que cada d¨ªa llegan y salen de nuestras escuelas. Me sorprende porque no veo la coherencia de esa distinci¨®n con los mensajes que Pujol y buena parte de su Gobierno nos lanzan, ni con el apoyo constante a lo largo de estos a?os al Gobierno del Partido Popular, que defiende una concepci¨®n de la ense?anza y de la sociedad muy alejados de lo que personas como las mencionadas representan.
Como dice de manera extraordinaria Richard Sennet en La corrosi¨®n del car¨¢cter, el capitalismo actual, el modelo que los populares, y por acci¨®n u omisi¨®n tambi¨¦n los convergentes, defienden, no entiende la historia como una narrativa compartida de dificultad, sino como una simple carrera individual. Para ellos, dice Sennet, 'nosotros es un pronombre peligroso..., los caminos de acci¨®n sostenidos y duraderos son territorios desconocidos'. Teresa Codina o Elo Velasco son ejemplos de personas fiables porque a su vez se sintieron necesitadas. Se sintieron necesitadas porque se enfrentaron a situaciones de carencia. Y entendieron que val¨ªa la pena trabajar continuadamente ante esa realidad. Las empresas y las organizaciones conf¨ªan cada vez menos en las personas mayores. Son contenedores de v¨ªnculos, de lazos, de respuestas a carencias, son menos indiferentes a lo que sucede a su alrededor. Son gente a la que se le han pegado otras gentes, otras vidas, que se siente apegada a lugares e historias. Y hoy lo que cuenta, lo que se postula, es la vulnerabilidad permanente, la flexibilidad hecha regla de oro. En ese contexto, no me sorprende que ciertos filmes logren permanecer semanas y semanas en las carteleras proclamando el valor de los lazos, de los v¨ªnculos elementales de la familia, de la amistad, del compa?erismo. El hijo de la novia, o la recientemente estrenada Un ni?o grande, reflejan de manera distinta esa b¨²squeda y reividicaci¨®n de esas conexiones sociales. Mientras que otra pel¨ªcula, La cuadrilla, de Ken Loach, nos mostraba lo que suced¨ªa en un contexto laboral en el que cada d¨ªa se empieza de cero, donde no cuenta ni el aprendizaje, ni el compa?erismo ni la solidaridad. Me debo estar volviendo viejo.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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