EE UU y los ¨¢rabes
Incluso acostumbrados a la p¨¦sima calidad de sus dem¨¢s discursos, las palabras que pronunci¨® George W. Bush el 24 de junio sobre Oriente Pr¨®ximo son un ejemplo sorprendente de esa execrable combinaci¨®n de ideas confusas, palabras que no quieren decir nada en el mundo real, acusaciones santurronas y racistas contra los palestinos, ceguera incre¨ªble -una ceguera enga?osa ante las realidades de una invasi¨®n y una conquista por parte de Israel que van en contra de todas las leyes de la paz y la guerra-, todo ello envuelto en el tono suficiente de un juez moralista, obstinado e ignorante que se ha arrogado privilegios divinos; una combinaci¨®n que domina en la actualidad la pol¨ªtica exterior estadounidense. Y todo ello -es importante recordarlo-, por parte de un hombre que pr¨¢cticamente rob¨® unas elecciones que no hab¨ªa ganado y cuyo historial como gobernador de Tejas incluye los peores niveles de contaminaci¨®n, esc¨¢ndalos de corrupci¨®n, los mayores ¨ªndices de poblaci¨®n carcelaria y aplicaci¨®n de la pena de muerte del mundo. Este hombre dudosamente dotado, con escasos dones salvo la ciega b¨²squeda del dinero y el poder, tiene la capacidad de condenar a los palestinos a estar, no s¨®lo a merced del criminal de guerra Sharon, sino a merced de las negativas consecuencias de las vacuas condenas que ¨¦l mismo hace. Rodeado de tres de los pol¨ªticos m¨¢s corruptos del mundo (Powell, Rumsfeld y Rice), pronunci¨® su discurso del 24 de junio con la voz entrecortada propia de un mediocre estudiante de oratoria y, con sus palabras, permiti¨® a Sharon matar o herir a muchos m¨¢s palestinos en una ocupaci¨®n militar ilegal que cuenta con el apoyo de EE UU.
No es s¨®lo que el discurso de Bush careciera de todo conocimiento hist¨®rico sobre lo que propon¨ªa, sino que su capacidad de causar gran da?o es inmensa. Era como si Sharon hubiera escrito el texto, mezclando la desproporcionada obsesi¨®n de los estadounidenses por el terrorismo con el empe?o de Sharon en eliminar la vida nacional palestina con la explicaci¨®n del terrorismo y la supremac¨ªa jud¨ªa en 'la tierra de Israel'. En cuanto a lo dem¨¢s, ni las concesiones superficiales de Bush a un Estado palestino 'provisional' (si es que esto quiere decir algo, ?tal vez es an¨¢logo a un embarazo provisional?) ni sus observaciones de pasada sobre las acciones para mitigar las dificultades de la vida palestina aportaron a su discurso nada que mereciera la generalizada reacci¨®n positiva -yo dir¨ªa que incluso c¨®mica- suscitada entre los dirigentes ¨¢rabes, con Yasir Arafat encabezando las muestras de entusiasmo.
M¨¢s de 50 a?os de negociaciones ¨¢rabes y palestinas con EE UU han ido a parar a la basura con el fin de que Bush y sus asesores pudieran convencerse a s¨ª mismos y a gran parte del electorado de su misi¨®n divina de exterminar el terrorismo, es decir, en definitiva, de acabar con los enemigos de Israel. Un r¨¢pido repaso a esos 50 a?os ofrece pruebas espectaculares de que ni las actitudes desafiantes ni las actitudes sumisas de los ¨¢rabes han servido para cambiar las ideas de EE UU sobre sus intereses en Oriente Pr¨®ximo, un dominio regional cuyos dos principales aspectos siguen siendo el abastecimiento r¨¢pido y barato de petr¨®leo y la protecci¨®n de Israel. Desde Nasser hasta Bashar, Abdul¨¢ y Mubarak, la pol¨ªtica ¨¢rabe ha dado un giro de 180 grados, pero los resultados han sido siempre, m¨¢s o menos, los mismos.
Primero, en los a?os posteriores a la independencia, hubo una actitud desafiante por parte de los ¨¢rabes, inspirada por la filosof¨ªa anti-imperialista y anti-guerra fr¨ªa de Bandung y Nasser. El final, catastr¨®fico, lleg¨® en 1967. A partir de entonces, bajo la direcci¨®n del Egipto de Sadat, se produjo el cambio que permiti¨® la cooperaci¨®n entre EE UU y los ¨¢rabes, con la justificaci¨®n totalmente falsa de que los norteamericanos ten¨ªan el 99% de las cartas en la mano. Lo que quedaba de la cooperaci¨®n entre ¨¢rabes fue marchit¨¢ndose lentamente, desde su momento culminante en la guerra de 1973 y el embargo del petr¨®leo hasta una guerra fr¨ªa del mundo ¨¢rabe que enfrent¨® a diversos Estados unos contra otros. A veces, como en Kuwait y L¨ªbano, los Estados d¨¦biles y peque?os se convirtieron en el campo de batalla, pero, a la hora de la verdad, la corriente oficial de pensamiento del sistema de Estados ¨¢rabes se centr¨® exclusivamente en que EE UU era el elemento fundamental de la pol¨ªtica ¨¢rabe. Con la primera guerra del Golfo (pronto habr¨¢ una segunda) y el final de la guerra fr¨ªa, EE UU qued¨® como ¨²nica superpotencia, y esto, en vez de suscitar una revisi¨®n de la pol¨ªtica ¨¢rabe, empuj¨® a los distintos Estados a una mayor adhesi¨®n individual -mejor dicho, bilateral- a Washington, cuya reacci¨®n consisti¨® en darlo por descontados. Las cumbres ¨¢rabes dejaron de ser ocasiones en las que proponer posturas cre¨ªbles y pasaron a ser objeto de desprecio y rid¨ªculo. Los pol¨ªticos estadounidenses pronto se dieron cuenta de que los dirigentes ¨¢rabes no representaban demasiado a sus pa¨ªses ni, mucho menos, al mundo ¨¢rabe en su conjunto; adem¨¢s, no hac¨ªa falta ser un genio para observar que los diversos acuerdos bilaterales entre los l¨ªderes ¨¢rabes y EE UU eran m¨¢s importantes para la seguridad de sus reg¨ªmenes que para los estadounidenses. Por no hablar de las envidias y mezquinas antipat¨ªas que pr¨¢cticamente arrebataron al pueblo ¨¢rabe la posibilidad de ser una potencia en el mundo moderno. No es raro que los palestinos que hoy sufren los horrores de la ocupaci¨®n israel¨ª culpen a 'los ¨¢rabes' tanto como a los jud¨ªos.
A principios de los ochenta, todas las regiones del mundo ¨¢rabe estaban dispuestas a alcanzar la paz con Israel como forma de asegurarse la buena fe de EE UU: por ejemplo, el Plan Fez de 1982, que estipulaba la paz con Israel a cambio de la retirada de todos los territorios ocupados. La cumbre ¨¢rabe de marzo de 2002 represent¨® la misma escena por segunda vez -habr¨ªa que a?adir que, en esta ocasi¨®n como farsa-, con los mismos resultados pr¨¢cticamente inapreciables. Fue precisamente a partir de aquel momento, hace dos d¨¦cadas, cuando la pol¨ªtica estadounidense sobre Palestina cambi¨® de intereses, para empeorar. Como destaca una antigua analista de la CIA, Kathleen Christison, en un estudio excelente publicado en la revista Counterpunch (16-31 de mayo de 2002), la Administraci¨®n de Reagan -y luego, con m¨¢s entusiasmo, la de Clinton- abandon¨® la vieja f¨®rmula de tierras por paz justo cuando, parad¨®jicamente, la pol¨ªtica ¨¢rabe en general y la palestina en particular hab¨ªa concentrado sus energ¨ªas en aplacar a EE UU en todos los frentes posibles. En noviembre de 1988, la OLP abandon¨® oficialmente la 'liberaci¨®n' y, en la reuni¨®n del CNP de Argel (a la que yo asist¨ª como miembro), vot¨® por la partici¨®n y la coexistencia de dos Estados; en diciembre de ese a?o, Arafat renunci¨® p¨²blicamente al terrorismo y en T¨²nez comenz¨® un di¨¢logo entre la OLP y EE UU.
El nuevo orden ¨¢rabe surgido tras la guerra del Golfo institucionaliz¨® el tr¨¢fico en una sola direcci¨®n entre ¨¢rabes y estadounidenses: los ¨¢rabes daban y EE UU conced¨ªa cada vez m¨¢s cosas a Israel. Los paestinos acudieron a la Conferencia de Madrid de 1991 con la idea de que Estados Unidos iba a reconocerlos y convencer¨ªa a Israel para hacer lo mismo. Recuerdo con claridad que, durante el verano de 1991, Arafat
nos pidi¨® a un grupo de miembros destacados de la OLP y de personalidades que formul¨¢ramos una serie de garant¨ªas exigibles a EE UU para incorporarnos a la reuni¨®n de Madrid, que (aunque en ese momento no lo sab¨ªamos) desembocar¨ªa en el proceso de Oslo de 1993. Arafat vet¨® todas nuestras sugerencias. S¨®lo quer¨ªa garant¨ªas de que ¨¦l iba a seguir siendo el principal negociador de los palestinos; no parec¨ªa importarle ninguna otra cosa, pese a que hab¨ªa una buena delegaci¨®n de Gaza y Cisjordania, encabezada por Haidar Abdel Shafir, que estaba negociando en Washington con un duro equipo israel¨ª al que Shamir hab¨ªa ordenado que no cediera en nada y que prolongara las conversaciones durante 10 a?os si era necesario. Lo que quer¨ªa Arafat era debilitar a toda su gente a base de ofrecer m¨¢s concesiones -por lo que no hizo ninguna exigencia previa a Israel ni a EE UU- para asegurar su permanencia en el poder.
Todo eso, unido al ambiente predominante tras 1967, afianz¨® s¨®lidamente la din¨¢mica Palestina-Estados Unidos en las distorsiones de Oslo y del periodo post-Oslo, que ya tienen car¨¢cter permanente. Por lo que yo s¨¦, EE UU nunca ha exigido a la Autoridad Palestina (ni a ning¨²n otro r¨¦gimen ¨¢rabe) que establezca procedimientos democr¨¢ticos. Muy al contrario, tanto Clinton como Gore aprobaron p¨²blicamente los tribunales de la Seguridad Palestina en sus respectivas visitas a Gaza y Jeric¨®, y dijeron poca cosa, o ninguna, de la necesidad de acabar con la corrupci¨®n, los monopolios, etc¨¦tera. Yo llevaba escribiendo sobre los problemas del Gobierno de Arafat desde mediados de los noventa y recibiendo reacciones de indiferencia o franco desprecio ante lo que dec¨ªa (que, en su mayor parte, demostr¨® ser acertado). Me acusaron de utopismo y falta de pragmatismo y realismo. Era evidente que un concierto de intereses, tanto para los israel¨ªes y los estadounidenses como para el resto de los pa¨ªses ¨¢rabes, produjo el nacimiento de la Autoridad y la mantuvo en su sitio, primero como polic¨ªa al servicio de los israel¨ªes y luego como objetivo del odio de Israel. Arafat no permiti¨® el desarrollo de ninguna resistencia real contra la ocupaci¨®n, y sigui¨® dejando que las bandas de activistas, las diversas facciones de la OLP y las fuerzas de seguridad camparan por sus respetos en la sociedad civil. Se gan¨® mucho dinero il¨ªcito y la poblaci¨®n en su conjunto perdi¨® m¨¢s del 50% de su nivel de vida anterior a Oslo.
Todo cambi¨® con la Intifada y con el Gobierno de Barak, que prepar¨® el terreno para la reaparici¨®n en escena de Sharon. Pero la pol¨ªtica de los ¨¢rabes sigui¨® consistiendo en aplacar a los estadounidenses. Un peque?o ejemplo es c¨®mo se modificaron las declaraciones de los ¨¢rabes en Estados Unidos. Abdul¨¢ de Jordania dej¨® de criticar a Israel en la televisi¨®n estadounidense y empez¨® a referirse siempre a la necesidad de que 'las dos partes' detuvieran 'la violencia'. El mismo lenguaje se oy¨® en boca de otros portavoces de pa¨ªses ¨¢rabes importantes, lo cual quer¨ªa decir, en definitiva, que Palestina ya no era una injusticia que hab¨ªa que reparar sino una molestia que era preciso contener.
Lo m¨¢s importante de todo es que ese conjunto de factores -las declaraciones, la propaganda israel¨ª, el desprecio estadounidense hacia los ¨¢rabes y la incapacidad ¨¢rabe (y palestina) de formular y representar los intereses de su propio pueblo- ha provocado una inmensa deshumanizaci¨®n de los palestinos, cuyos tremendos sufrimientos de todos los d¨ªas, de cada hora, de cada minuto, nadie reconoce. Es como si los palestinos no existieran m¨¢s que cuando alguien lleva a cabo un acto terrorista; entonces, todo el mundo medi¨¢tico se apresura a ahogar su existencia como pueblo vivo y sensible, con una historia real y una sociedad real, a base de cubrirlos con un enorme manto en el que se lee 'terroristas'. En toda la historia moderna, no conozco ning¨²n caso de deshumanizaci¨®n sistem¨¢tica que se aproxime a ¨¦ste, pese a las voces discrepantes ocasionales.
Lo que me preocupa, sobre todo, es la cooperaci¨®n de ¨¢rabes y palestinos (colaboraci¨®n ser¨ªa una palabra m¨¢s adecuada) en esa deshumanizaci¨®n. Nuestros escasos representantes en los medios de comunicaci¨®n se pronuncian, en el mejor de los casos, con competencia y sin pasi¨®n sobre los m¨¦ritos del discurso de Bush o el Plan Mitchell, pero nunca les he visto mostrar los sufrimientos de su pueblo, su historia, su realidad. He hablado muchas veces sobre la necesidad de una campa?a masiva en EE UU contra la ocupaci¨®n, pero, al final, he llegado a la conclusi¨®n de que, bajo esta espantosa y kafkiana ocupaci¨®n israel¨ª, los palestinos tienen pocas posibilidades de hacerla. En lo que s¨ª creo que tenemos posibilidades es en el intento (que suger¨ªa en mi ¨²ltimo art¨ªculo sobre las elecciones palestinas [EL PA?S, 18.6.02]) de establecer una asamblea constituyente asentada en la base. Llevamos tanto tiempo siendo objetos pasivos de la pol¨ªtica de Israel y los ¨¢rabes que no nos damos la suficiente cuenta de lo importante y urgente que es que los palestinos den por su cuenta un paso fundacional hacia la independencia, intenten instituir un nuevo proceso de construcci¨®n que genere legitimidad y la posibilidad de tener un sistema de gobierno mejor que el actual. Todos los cambios de Gabinete y las elecciones que se han anunciado hasta ahora son juegos rid¨ªculos que aprovechan los fragmentos y las ruinas de Oslo. Para Arafat y su asamblea, empezar a planear la democracia es como intentar reunir los pedazos de un cristal hecho a?icos.
Ahora bien, por suerte, la nueva Iniciativa Nacional Palestina anunciada hace dos semanas por sus autores, Ibrahim Dakkak, Mostafa Barghouti y Haidar Abdel Shafi, responde exactamente a esta necesidad, que nace del fracaso de la OLP y grupos como Ham¨¢s a la hora de ofrecer una v¨ªa de avance que no dependa (rid¨ªculamente, en mi opini¨®n) de la buena voluntad de estadounidenses e israel¨ªes. La Iniciativa propone una visi¨®n de paz con justicia, coexistencia y -cosa muy importante- una democracia social secular para nuestro pueblo, algo ¨²nico en la historia palestina. S¨®lo unas personas independientes con ra¨ªces firmes en la sociedad civil, limpias de toda colaboraci¨®n y corrupci¨®n, pueden aspirar a perfilar la nueva legitimidad que hace falta. Necesitamos una nueva Constituci¨®n, no una ley esencial manipulada por Arafat; necesitamos una aut¨¦ntica democracia representativa que s¨®lo los palestinos pueden darse a s¨ª mismos, a trav¨¦s de una Asamblea constituyente. ?sta es la ¨²nica medida positiva capaz de invertir el proceso de deshumanizaci¨®n que ha infectado tantos sectores del mundo ¨¢rabe. En caso contrario, nos hudiremos en nuestro sufrimiento y seguiremos padeciendo las horribles tribulaciones del castigo colectivo de Israel, que s¨®lo puede detenerse con una independencia pol¨ªtica colectiva para la que todav¨ªa tenemos gran capacidad. Jam¨¢s lo har¨¢n la buena voluntad y la famosa 'moderaci¨®n' de Colin Powell hacia nosotros. Jam¨¢s.
Edward W. Said es ensayista palestino, autor, entre otros libros, de Orientalismo, y profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.