Mies en territorio Gaud¨ª
La gaudilatr¨ªa es compatible con el miesticismo. El culto a Gaud¨ª, que con el sesquicentenario est¨¢ alcanzando un paroxismo wagneriano, y la devoci¨®n por Mies, convertido en la divinidad familiar del actual minimalismo anor¨¦xico, son pulsiones paralelas. En apariencia, pocas arquitecturas tan distantes como las de estos dos maestros del siglo pasado: se dir¨ªa que no existen puntos de contacto entre el beinahe nichts -casi nada- del credo miesiano y el torrencial casi todo de la obra excesiva de Gaud¨ª; el reduccionismo lac¨®nico y rectil¨ªneo del alem¨¢n parece situarse en el polo opuesto al abigarramiento colorista y ondulante del autor del parque G¨¹ell; y la voluntad repetitiva y normativa de un Mies que ha sido universalmente imitado se antoja radicalmente enfrentada a la singularidad irrepetible y hu¨¦rfana de progenie de esa 'sublime anormalidad' que fue Gaud¨ª. Sin embargo, entre los dos arquitectos existe un territorio com¨²n: la dedicaci¨®n obsesiva y testaruda a la expresi¨®n material de una dimensi¨®n espiritual, la b¨²squeda extrema de la verdad trascendente a trav¨¦s de la belleza sensible, y la construcci¨®n de unas obras de exigente refinamiento visual e insuperable sensualidad t¨¢ctil.
Mies y Gaud¨ª comparten los or¨ªgenes artesanos -canteros de Aquisgr¨¢n, caldereros de Reus-, que dieron a ambos su peculiar sensibilidad ante la materialidad grave de la arquitectura; comparten las inquietudes teol¨®gicas que hicieron al Mies ferviente lector del cat¨®lico Romano Guardini un agustiniano convencido, y que pusieron al Gaud¨ª piadoso frecuentador de obispos en el camino de la canonizaci¨®n; y comparten el entendimiento metaf¨ªsico de la arquitectura como una actividad que persigue hacer visible la esencia del mundo. El lugar central que ocupa la construcci¨®n en la obra de ambos, su com¨²n fascinaci¨®n por el g¨®tico y la tenaz voluntad de trascendencia que ti?e las biograf¨ªas de estos dos hombres solitarios son rasgos que vinculan sus figuras m¨¢s all¨¢ del desfase cronol¨®gico, la diversidad de sus escenarios urbanos o la divergencia estil¨ªstica de sus formas: las masas p¨¦treas reblandecidas de Gaud¨ª y las geometr¨ªas v¨ªtreas y heladas de Mies se nutren de id¨¦ntica sustancia espiritual.
Si la construcci¨®n es impor
tante para Mies, lo es de una suerte ret¨®rica y expresiva sin apenas relaci¨®n con el pragmatismo utilitario o la proeza estructural, y otro tanto cabe decir de Gaud¨ª. Los perfiles de acero del maestro alem¨¢n dan voz arquitect¨®nica a la cultura t¨¦cnica contempor¨¢nea de la misma manera que las par¨¢bolas o las superficies regladas del catal¨¢n representan el orden org¨¢nico de una naturaleza arm¨®nica y sagrada, pero ni los p¨®rticos de uno ni las b¨®vedas del otro constituyen innovaciones o logros de car¨¢cter ingenieril. Tiene raz¨®n el comisario del a?o Gaud¨ª cuando subraya la dimensi¨®n mec¨¢nica de la obra del arquitecto, y la tienen tambi¨¦n sus cr¨ªticos cuando advierten que la l¨®gica estructural no convierte a Gaud¨ª en un protorracionalista. Mies, por su parte, monumentaliza la t¨¦cnica a trav¨¦s de la abstracci¨®n geom¨¦trica, y su disciplina modular remite m¨¢s a la voluntad de construir un espacio universal que al deseo de facilitar la repetici¨®n que se halla en la base de la producci¨®n seriada industrial.
Aunque a Mies siempre se le ha considerado un arquitecto clasicista, en la tradici¨®n de Schinkel que absorbe a trav¨¦s de su maestro Behrens, lo cierto es que el descubrimiento de la sinceridad g¨®tica de Berlage trastorna su trayectoria personal, desde entonces enriquecida por la tensi¨®n irresoluble entre el orden visual cl¨¢sico y el orden material g¨®tico; y en el caso de Gaud¨ª, ese conflicto entre las leyes est¨¦ticas y las leyes f¨ªsicas dota de pulso dram¨¢tico a la herencia g¨®tica -nacionalista y rom¨¢ntica- que le llega a trav¨¦s de Viollet-le-Duc y Ruskin, para conformar una obra donde el arca¨ªsmo m¨ªtico de un medievo originario se funde con el elementarismo primitivo de un d¨®rico aborigen. Su com¨²n secuestro por el expresionismo de Fr¨¹lich se explica por la presencia en el primer Mies y el ¨²ltimo Gaud¨ª de aquella luminosidad redentora que sue?a coronar la ciudad con una promesa de regeneraci¨®n: si la Sagrada Familia es una Stadtkrone expiatoria y cristiana, la ruta que lleva del edificio de oficinas en la Friedrichstrasse berlinesa al bloque de viviendas de la Weissenhof de Stuttgart dibuja un proyecto cristalino y laico de renovaci¨®n social que se eleva sobre el perfil fatigado de la urbe habitual.
Al cabo, es el empe?o en le
vantar una arquitectura que trascienda los l¨ªmites de la experiencia lo que hermana dos arquitecturas tan dis¨ªmiles. Si Gaud¨ª fue un m¨ªstico iluminado que exaltaba el esp¨ªritu a trav¨¦s de la mortificaci¨®n sensual de la carne pecaminosa en aquellas vanitas de piedra putrefacta que fascinaban a los surrealistas, y si Mies fue un or¨¢culo herm¨¦tico que buscaba la verdad arquitect¨®nica en el despojamiento progresivo de unas formas definidas con materiales de exquisita opulencia, ambos entendieron que en su obra la precisi¨®n impecable de la retina estaba subordinada a una pasi¨®n moral y metaf¨ªsica. Hoy podemos rescatar al Gaud¨ª ecol¨®gico que procura la comuni¨®n con la naturaleza en colonias campestres, y descubrir al Mies paisajista que integra la vanguardia art¨ªstica con los movimientos de reforma de la casa y el jard¨ªn; podemos advertir el desinter¨¦s de Gaud¨ª por la revoluci¨®n tecnol¨®gica del hierro, y constatar la displicencia de Mies frente al funcionalismo maquinal y la materialidad de la producci¨®n; y podemos deplorar la subordinaci¨®n de Gaud¨ª a la burgues¨ªa suntuaria y a la jerarqu¨ªa cat¨®lica conservadora, o censurar el oportunismo de Mies en sus esfuerzos por congraciarse con el r¨¦gimen nazi: pero todos estos rasgos superficialmente antimodernos palidecen frente a la cuesti¨®n esencial, la convicci¨®n ¨ªntegra y extrema que convierte a Gaud¨ª en un anacoreta de delgadez penitencial cuya narraci¨®n biogr¨¢fica parece sublimarse con su martirio tranviario, y que transforma a Mies en un taciturno solitario cuya masa artr¨ªtica e inm¨®vil se hace leve en sus postreros monumentos ingr¨¢vidos.
Dos arquitectos extremistas,
pues: una zarza ardiente que ilumina paisajes incandescentes de lava espiritual, y un buda ensimismado que preside impasible un territorio inmaterial de geometr¨ªas transparentes; dos artistas excesivos, con cuyas obras no podemos enfrentarnos distra¨ªdos, y de cuyo contacto ¨ªntimo se sale siempre malherido; y dos colosos cuya azarosa coincidencia expositiva hace de Barcelona la capital estival de la arquitectura del mundo: una ocasi¨®n ef¨ªmera que la cripta de la Colonia G¨¹ell o el Pabell¨®n de 1929 extienden en el tiempo detenido de una religi¨®n capaz de rendir culto simult¨¢neo al beato Gaud¨ª y a ese Mies que, como Teresa de Jes¨²s entre los pucheros, hall¨® a Dios en los detalles.
Mies van der Rohe. 1907-1938. CaixaForum. Marqu¨¨s de Comillas, 6-8. Hasta el 29 de septiembre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.