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Cr¨®nica:APROXIMACIONES
Cr¨®nica
Texto informativo con interpretaci¨®n

Las 'novelas' de Espa?a

En el campo de lo digno de historia, nada vale injustificadamente como 'nuestro', si antes no fue anejado como 'suyo', en alguna forma, por los extra?os. Am¨¦rico Castro

La historia, si no es nuestra, no debe existir. Radovan Karadzic

1

Medio siglo y pico despu¨¦s de su publicaci¨®n, la obra de Am¨¦rico Castro sigue siendo objeto de vivos debates, no s¨®lo en el campo de quienes civilizadamente o no la combaten y ponen en tela de juicio sus planteamientos y perspectivas, sino tambi¨¦n en el de sus seguidores y disc¨ªpulos recientes y antiguos. Todo ello atestigua su lozan¨ªa y vitalidad: a nadie se le ocurrir¨ªa la idea de impugnarla o defenderla si la evoluci¨®n de nuestros conocimientos hist¨®ricos y literarios la hubiese arrinconado en el desv¨¢n de los trastos viejos.

La Espa?a medieval no vivi¨® un idilio intercultural como imaginan quienes hablan de mestizaje y multiculturalismo
La ¨²nica superioridad que cabe admitir es la de la democracia sobre cualquier otro sistema pol¨ªtico
Los flujos migratorios alentados por la mundializaci¨®n econ¨®mica resucitan la islamofobia de una Europa menos democr¨¢tica

En su libro La novela de Espa?a -t¨ªtulo de singular acierto-, Javier Varela descalifica cort¨¦smente la visi¨®n del pasado de Castro ('parcial, deformada, err¨®nea') y la pone en el mismo saco que la de su enemigo S¨¢nchez Albornoz, en raz¨®n del empe?o de ambos, dice en s¨ªntesis, en sostener una irreductible singularidad hispana a partir de un sustrato romano visigodo anterior y opuesto al islam (en el caso del autor de Espa?a enigma hist¨®rico) o de la coexistencia e intercambio de saberes y prejuicios de las castas cristiana, mora y jud¨ªa (en el de La realidad hist¨®rica de Espa?a). Frente a ellos, y a los historiadores que les precedieron, tanto liberales como nacionalcat¨®licos, Javier Varela opone el europe¨ªsmo normalizador, sin fisuras, de Jos¨¦ Antonio Maravall, cuya evoluci¨®n gradual del falangismo a la democracia le convierte en espejo de conductas en la Espa?a de Aznar, castellanista y comunitaria. Pero, si las reflexiones de Castro acerca de nuestra historia -en especial las de la ¨²ltima etapa de su vida, sobre las que Varela pasa de puntillas- resultan muy oportunas en este inquietante comienzo de milenio en la medida en que contienen propuestas de convivencia como la que plasm¨® en la actual Constituci¨®n, no puede decirse lo mismo de las de S¨¢nchez Albornoz, cuya evoluci¨®n, inversa a la de Maravall, le condujo en sus postrimer¨ªas a una defensa 'a espa?etazo limpio', como dir¨ªa Cernuda, del papel providencial de Espa?a como centinela de Occidente (esta vez no contra el comunismo ateo sino, de nuevo, contra el islam), defensa que anticipa los recientes clamores de Marta Ferrusola, Heribert Barrera y el arzobispo de Granada, sobre el peligro de la inmigraci¨®n de origen musulm¨¢n en Espa?a:

'Temo que otra gran tronada hist¨®rica pueda ma?ana poner en peligro la civilizaci¨®n occidental, que lo estuvo por obra del islam en los siglos VI y VII. La cultura europea fue salvada por don Pelayo en Covadonga. ?D¨®nde se iniciar¨¢ una nueva reconquista que salve al cabo las esencias de la civilizaci¨®n nieta de aquella por la que, con el nombre de Dios en los labios, pele¨® el primer vencedor cristiano del islam en Europa?'.

M¨¢s extremoso que Varela, el arabista y notable traductor de Al Yahiz e Ibn Battuta, Seraf¨ªn Fanjul, arremete contra Castro y la 'camada' o 'caterva' de sus 'beatos disc¨ªpulos' en una obra de indudable inter¨¦s pese a sus arranques de agresividad y a la percepci¨®n simplista de algunos autores, desde el 'buen cat¨®lico' Mateo Alem¨¢n (en realidad tan creyente en la divinidad como Fanjul o como yo, aunque tomara, como es obvio -primum vivere-, las necesarias precauciones para ocultarlo) al que escribe estas l¨ªneas (su lectura au premier degr¨¦, en Don Juli¨¢n, del episodio del espachurramiento de insectos entre las p¨¢ginas de los cl¨¢sicos en la antigua biblioteca espa?ola de T¨¢nger es una de las m¨¢s rudimentarias o chuscas que recuerdo despu¨¦s de la -en verdad inefable- del profesor Aranguren: seg¨²n nuestro a?orado fil¨®sofo, frente al dilema espa?ol de aceptar el modelo occidental europeo o el del comunismo sovi¨¦tico yo propondr¨ªa nada menos que ?el del reino alau¨ª de Marruecos!).

Al-?ndalus frente a Espa?a. La forja de un mito contiene cap¨ªtulos incentivos en los que Fanjul desmonta la f¨¢brica de algunos juicios y creencias cuando menos discutibles o vagos: el andalucismo m¨ªtico o folcl¨®rico que identifica a la Andaluc¨ªa de hoy con un Al-?ndalus sin duda glorioso pero extinto; el incierto origen ¨¢rabe (yo dir¨ªa m¨¢s bien paquistan¨ª) del cante flamenco (me acuerdo de la convincente, por fallida, experiencia de Macamahonda, en la que la voz del Lebrijano y la orquesta de c¨¢mara de T¨¢nger se yuxtapon¨ªan, como agua y aceite, sin armonizar jam¨¢s); la visi¨®n orientalista de algunos autores como Alarc¨®n, que yo tambi¨¦n analic¨¦ en Cr¨®nicas sarracinas; la idealizaci¨®n rom¨¢ntica de la Espa?a de las tres culturas...

Para cualquier historiador, incluso para un modesto aficionado como yo, resulta evidente que la coexistencia de cristianos, musulmanes y jud¨ªos, tanto en Al-?ndalus como en los reinos del norte de la Pen¨ªnsula, fue de ordinario conflictiva y que los periodos de relativa tolerancia alternaron con otros de franca enemistad y de persecuciones, guerras y algaradas. La Espa?a medieval no vivi¨® -y esto lo deja bien claro Castro- una especie de idilio intercultural como imaginan hoy quienes hablan ingenuamente de mestizaje y multiculturalismo obviando el hecho b¨¢sico de que las culturas -la espa?ola, la francesa, la ¨¢rabe, etc¨¦tera- se componen de la suma global de las influencias que han recibido y asimilado a lo largo de la historia y son por tanto h¨ªbridas, mutantes, bastardas, abiertas al cambio y la novedad al menos cuando disfrutan de buena salud y de capacidad integradora. S¨®lo en los periodos de decadencia se acartonan y atrincheran en sus ruinosos bastiones en busca de sus esencias castizas, como nos prueba el ensimismamiento de la cultura ¨¢rabe a partir de Ibn Jald¨²n y la espa?ola de los ¨²ltimos Habsburgos.

M¨¢s discutible es el af¨¢n de minimizar la influencia ¨¢rabe en el idioma y las creaciones literarias y art¨ªsticas peninsulares inspirada, seg¨²n algunos, en la limpieza ling¨¹¨ªstica de Nebrija. Allende los disparates etimol¨®gicos que denuncia Fanjul, el lector interesado por el tema deber¨ªa consultar el excelente volumen de Felipe Ma¨ªllo Salgado Los arabismos del castellano en la Baja Edad Media en el que ¨¦ste pone las cosas en su lugar, muestra el grado de penetraci¨®n del vocabulario ¨¢rabe en la lengua espa?ola y refuerza las ideas de Castro acerca de los fen¨®menos de ¨®smosis y permeabilidad que configuraron la sociedad medieval, en la que no hubo ¨²nicamente cristianos, moros y jud¨ªos, sino tambi¨¦n unas identidades peculiares, a menudo fronterizas e inestables, como las de los moz¨¢rabes, mud¨¦jares, tornadizos, mulad¨ªes, elches, enaciados... Las huellas del pasado no se borran nunca del todo, ni en Espa?a ni en el Magreb, y reaparecen al hilo de las vicisitudes hist¨®ricas en nuevos fen¨®menos de hibridaci¨®n, como el de los neologismos de origen hispano en el darixa o ¨¢rabe dialectal de Marruecos o el del patu¨¦ alicantino de los antiguos colonos de Argelia, con t¨¦rminos como ma (por agua) o canar¨ªa (por cardo borriquero).

El mudejarismo art¨ªstico que, junto al barroco, constituye una de las aportaciones m¨¢s originales de Espa?a a la cultura europea, no se redujo, como vulgarmente se cree y ense?a, al campo arquitect¨®nico, y gracias a ¨¦l, la literatura peninsular, desde el Cantar de m¨ªo Cid hasta el Libro de buen amor, presenta unos rasgos diferenciales respecto a la escrita en otras lenguas rom¨¢nicas, rasgos que Am¨¦rico Castro capt¨® muy bien y que autores tan distintos como Galm¨¦s de Fuentes, Gilman, M¨¢rquez Villanueva o Rodr¨ªguez Pu¨¦rtolas han precisado con indudable competencia y rigor. Sin demorarme aqu¨ª en el problema obsesivo de la limpieza de sangre y el papel que desempe?¨® en la elaboraci¨®n de la obra de numerosos creadores conversos -que los seguidores de Eugenio Asensio y de Maravall reducen a simple an¨¦cdota-, el punto flaco de muchos anticastrianos es precisamente el que reprochan a Am¨¦rico Castro: echar mano a todos los datos que confortan sus tesis y excluir los que las desmienten. Por mi parte, la lectura de obras como las de Rojas, Delicado, fray Luis de Le¨®n, Mateo Alem¨¢n o Cervantes me parece reductiva y empobrecedora si descarta a priori los planteamientos e ideas de Castro y de quienes se aproximan a ellas sin anteojeras, tanto en Espa?a como fuera de ella.

2

La 'novela de Espa?a' no con

cluye con Maravall, como parece indicar Javier Varela. Las 'novelas' castellanistas han sido sustituidas en las ¨²ltimas d¨¦cadas con relatos m¨¢s o menos mitol¨®gicos de las nacionalidades hist¨®ricas -catalana, vasca, gallega- e incluso de algunas entidades auton¨®micas como Andaluc¨ªa y Valencia (en donde se propuso excluir por decreto la ense?anza de autores catalanes y se trata de convertir al valenciano en un idioma distinto del de Foix, Espriu o Pla). La historiograf¨ªa nacionalista de Ferran Soldevila y Rovira i Virgili es la adoptada oficialmente por la Generalitat; las elucubraciones y fantas¨ªas hist¨®ricas de Sabino Arana sirven de fundamento a los proyectos de creaci¨®n 'de un ¨¢mbito vasco de decisi¨®n' de la direcci¨®n del PNV y de los extremistas abertzales; en la Galicia del incombustible Fraga Iribarne se pasa en derechura del estudio de los suevos y las dinast¨ªas gallegas o galaicoleonesas al estatuto de autonom¨ªa de 1980. Y, en reacci¨®n a esta cacofon¨ªa, el actual Gobierno de Aznar parece empe?ado en rescatar el viejo nacionalismo castellanista, reactivando as¨ª los problemas resueltos por la Constituci¨®n de 1978. Las invocaciones a Covadonga y Santiago (episodio y figura puramente m¨ªticos) y las visitas rituales (o de 'ejercicios espirituales') al monasterio de Silos resultan perfectamente sim¨¦tricas a las de Arzallus y Pujol a sus respectivos t¨®tems. La 'novela de Espa?a' o, por mejor decir, de las Espa?as, se prolonga con nuevos cap¨ªtulos y amenaza convertirse en un follet¨ªn. Al lector atosigado por tanta noveler¨ªa y desatino, le aconsejo vivamente la lectura de La gesti¨®n de la memoria: La historia de Espa?a al servicio del poder, obra de Juan Sinisio P¨¦rez Garz¨®n y un grupo de colaboradores suyos: en ella encontrar¨¢ abundantes motivos de reflexi¨®n sobre los abusos de la ense?anza regida por motivos electoralistas, ya del Gobierno central, ya de las diferentes autonom¨ªas. Como se?alan los autores, se trata de una memoria hist¨®rica 'que ha funcionado en todos los casos, no tanto a base de registrar los sucesos del pasado como construir su significado en cada presente de cara a determinados proyectos de futuro'. Los temores de Am¨¦rico Castro al respecto hallan as¨ª su confirmaci¨®n m¨¢s rotunda.

La reactivaci¨®n virulenta del nacionalismo vasco por los disc¨ªpulos armados de Sabino Arana pone de manifiesto la coincidencia objetiva de la cr¨ªtica castriana al casticismo cristiano viejo vigente en Castilla del siglo XV a fines del XVIII -y reactualizado luego por los ide¨®logos del 98 y sus ep¨ªgonos nacionalcat¨®licos y falangistas- con la que han llevado a cabo a la mitolog¨ªa patri¨®tica vasca un grupo de historiadores y ensayistas de muy diverso cu?o, como Jon Juaristi y Juan Aranzadi. La transmutaci¨®n casi m¨¢gica del vizca¨ªno o 'espa?ol al cuadrado' -en cuanto libre de toda sospecha de contaminaci¨®n judaica ni mora por obra de antepasados 'impuros'- en vasco castizo -v¨ªctima de la 'opresi¨®n espa?ola desde la abolici¨®n de los fueros a consecuencia de las guerras carlistas- deber¨ªa incitarnos a releer los escritos de Castro de los a?os sesenta en donde la preocupaci¨®n por la futura convivencia de los espa?oles se revela con mayor claridad.

Aunque el autor de Sacra N¨¦mesis y El linaje de Aitor no se refiera expresamente a Castro -repudiado, no lo olvidemos, en los medios marxistas radicales en los que se form¨®-, las concordancias entre sus an¨¢lisis y los que desenvuelve nuestro historiador a partir de Cristianos, moros y jud¨ªos son innegables. En fechas recientes, ensayistas antag¨®nicos como Antonio Elorza (Filoxenia, EL PA?S, 9 de septiembre de 2000) y Juan Aranzadi (Moros y maketos, EL PA?S, 2 de agosto de 2000) han trazado un sugestivo paralelo entre el rechazo del maketo castellano o andaluz por los nacionalistas radicales y el de los inmigrantes moros de El Ejido por esos cristianos viejos disfrazados de europeos nuevos que encarna a la perfecci¨®n Luis Enciso. As¨ª, dos de los mayores problemas de Espa?a al inicio del tercer milenio -el auge de los nacionalismos agresivos o victimistas y el de una inmigraci¨®n necesaria pero conflictiva- pueden ser mejor aprehendidos e interpretados a la luz del pensamiento de Castro.

(A la inversa de sus colegas, Mike1 Azurmendi parece haber descubierto las virtudes y valores castizos de los empresarios almerienses del pl¨¢stico -nadie duda de que entre ellos haya gente sencilla y honrada- pero evita centrarse en lo esencial: esas vidas de moro tan descarnadamente expuestas en el documental de este t¨ªtulo de Canal +. El paso del antinacionalismo vasco al patriotismo reaccionario espa?ol y con tintes xen¨®fobos es m¨¢s f¨¢cil de lo que parece).

3

El rechazo at¨¢vico al moro

-sentimiento que contradice la visi¨®n id¨ªlica y un tanto folcl¨®rica de la Espa?a de las tres culturas- hunde sus ra¨ªces en el enfrentamiento pol¨ªtico-religioso de la mal llamada Reconquista, se fortalece a lo largo del siglo XVI con la animalizaci¨®n o satanizaci¨®n del morisco, renace con la absurda y anacr¨®nica cruzada de O'Donnell, se alimenta de los lances y episodios sangrientos de la campa?a contra Abdel Krim y se reaviva a¨²n durante la guerra civil, en el bando republicano, a causa de la utilizaci¨®n por los militares golpistas de mercenarios rife?os. Resulta instructivo cotejar, como he hecho en otras ocasiones, la aversi¨®n a 'la morisma salvaje y violadora' que revelan las citas de pol¨ªticos e intelectuales de izquierda reproducidas por Miguel Mart¨ªn en El colonialismo espa?ol en Marruecos con las soflamas antijud¨ªas de los propagandistas del 'Glorioso Alzamiento Nacional', recogidas y prologadas por Julio Rodr¨ªguez Pu¨¦rtolas en Literatura fascista espa?ola. Sobre el mismo tema, Gonzalo ?lvarez Chillida public¨® un elocuente ensayo, El mito antisemita en la crisis espa?ola del siglo XX, sobre el discurso delirante de algunos tenores del nacionalcatolicismo y de la Falange durante la dictadura franquista. Los antagonismos y rencores de la Espa?a de las tres castas, tan bien analizados por Castro, manten¨ªan el pasado siglo su corrosiva vigencia.

Si el antisemitismo sin jud¨ªos -o con jud¨ªos mentales- ha cedido hoy, al menos superficialmente, a la presi¨®n de lo pol¨ªticamente correcto, los flujos migratorios alentados por la mundializaci¨®n econ¨®mica resucitan la islamofobia de una Europa menos democr¨¢tica que integrista y conservadora, islamofobia que, con m¨²sica y registros distintos, se expresa en las homil¨ªas patri¨®ticas de Le Pen, Haider, Berlusconi y de algunas jerarqu¨ªas de la Iglesia cat¨®lica. El grito alarmista de quienes invocan a don Pelayo y Covadonga, Carlos Martel y Poitiers, apunta al pasado para mejor ennegrecer el presente: los inmigrantes oriundos del ¨¢rea que se extiende de Marruecos a Pakist¨¢n ser¨ªan una quinta columna al servicio de una religi¨®n expansiva, belicosa e intolerante.

La boga de las doctrinas sobre el choque de civilizaciones y de la versi¨®n light y supuestamente laica de Giovanni Sartori acerca de la incapacidad cultural de los musulmanes para adaptarse a las sociedades democr¨¢ticas (una tesis desmentida por los hechos, salvo en el caso de peque?as minor¨ªas, si se llevan a cabo pol¨ªticas educativas e integradoras), robustece la creencia en diferencias insalvables y subraya la superioridad de un nosotros (nacional, cultural, religioso) sobre un ellos que excusa el trato dado a los inmigrantes en los bastiones fronterizos de la 'Europa del miedo'. (La ¨²nica superioridad que cabe admitir es la de la democracia sobre cualquier otro sistema pol¨ªtico sea del orden que fuere).

Frente a las incitaciones a una sicosis que sustituye la raz¨®n por un conjunto de prejuicios y recelos, las advertencias de Am¨¦rico Castro respecto a una posible reiteraci¨®n de pasados errores estimulan a cuantos sostenemos, independientemente de toda creencia religiosa, la democracia que no discrimina y el pluralismo constitucional.

En lo que toca al resurgir de los nacionalismos perif¨¦ricos y el recurso sim¨¦trico al retrocastellanismo por el partido del Gobierno, convendr¨ªa reflexionar sobre las palabras de nuestro autor en su ¨²ltima introducci¨®n a La realidad hist¨®rica de Espa?a (Porr¨²a, M¨¦xico, 1966) 'la angustia espa?ola de los subnacionalismos y separatismos no tendr¨¢ alivio mientras los cap¨ªtulos de agravios y dicterios no cedan el paso al examen estricto de c¨®mo y por qu¨¦ fue como fue lo acaecido -las bienandanzas y las desdichas-. El convivir de los individuos y de las colectividades requiere un almohadillado de cultura moral, racional e interesada. Cuando el individuo o la colectividad persisten en la contemplaci¨®n y en el regodeo de este o el otro modo (muy suyos, muy peculiares, muy tradicionales, muy entra?ables, muy sentidos), florecer¨¢n, en el mejor caso, el lirismo con matiz de eleg¨ªa y la a?oranza. El individuo y la colectividad permanecer¨¢n recluidos indefinidamente en su vallado ¨¢mbito. Al poeta l¨ªrico no le importa, pero la colectividad en torno a ¨¦l ser¨¢ muy poco venturosa'.

4

Contrariamente a lo que sostie

nen los adversarios profesionales de nuestro historiador, quienes nos sentimos en deuda con su extensa y enjundiosa obra no la consideramos una Biblia intangible. Dado que la reconstrucci¨®n de los procesos hist¨®ricos var¨ªa conforme al nivel de los conocimientos y datos emp¨ªricos a nuestro alcance, no tomamos sus conclusiones como absolutas ni definitivas: el autor de Cristianos, moros y jud¨ªos nos da, al rev¨¦s, un ejemplo de alguien que corrigi¨® y matiz¨® sus juicios a lo largo de su vida, y podemos contemplar as¨ª, desde un mirador m¨¢s alto, las realidades que ¨¦l enfoc¨® desde su propio prisma.

Dicho esto, y ci?¨¦ndome ahora al ¨¢mbito de la historia de la literatura espa?ola, la masa de elementos y fuentes documentales de que disponemos, corroboran de ordinario sus razones y pareceres: su percepci¨®n de la literatura peninsular de la Baja Edad Media y del denominado Siglo de Oro, temeraria y a¨²n disparatada seg¨²n sus antagonistas, resulta hoy mucho m¨¢s aceptable y clara a la luz de cuanto sabemos no obstante la resistencia de los misone¨ªstas y defensores de una hispanidad cat¨®lica y europea sin m¨¢cula. La originalidad de la cultura espa?ola estriba precisamente en el hecho de ser producto de un vasto crisol de aportaciones e influencias romano-visig¨®ticas y semitas, y no a razones esencialistas como raza, temperamento, idiosincrasia, etc¨¦tera, como las aducidas por Med¨¦ndez Pidal en el pr¨®logo a su Historia general de Espa?a. A partir de unos supuestos sociol¨®gicos y filos¨®ficos que muchos no compartimos -la influencia de Dilthey y Scheler en la formulaci¨®n de algunas nociones de Castro como 'vividura' y 'morada vital' resulta indudable-, su percepci¨®n de lo que fue la vida espa?ola a trav¨¦s del corpus de las literaturas escritas en la Pen¨ªnsula durante el Medioevo y la 'Edad Conflictiva' le condujo a unas conclusiones, provisionales desde luego, pero fructuosas y enriquecedoras y cuya fuerza aguijadora no ha descaecido. La novedad de sus planteamientos sigue siendo pues un est¨ªmulo para los que nos interesamos por una cultura espa?ola integradora, en los ant¨ªpodas de la imagen ic¨®nica, incapaz de abarcar la riqueza de su propio contenido, que todav¨ªa se promueve en algunos medios acad¨¦micos y oficiales. El que Averroes fuera un fil¨®sofo ¨¢rabe y no espa?ol, como a veces veo escrito, no obsta para que el averro¨ªsmo sea un elemento fundamental en la historia espa?ola e incluso europea en los siglos XIII, XIV y XV, mal que les pese a los europe¨ªstas a ultranza. Los cruces y saltos de una cultura a otra fueron m¨¢s frecuentes de lo que se cree y se ense?a en las aulas universitarias: Ramon Llull redact¨® alguno de sus tratados en ¨¢rabe y un morisco desterrado en T¨²nez a comienzos del XVII compuso una obra sobre el goce sexual -nada machista, por cierto- editada hace unos a?os por Luce L¨®pez Baralt.

Ninguneados por el r¨¦gimen franquista, los libros y art¨ªculos de Am¨¦rico Castro -le¨ªdos, comentados y criticados en los c¨ªrculos intelectuales y universitarios m¨¢s o menos marginados por la dictadura- se abrieron lentamente camino en Espa?a. Gracias a la iniciativa 'aperturista' de La¨ªn Entralgo, la publicaci¨®n de Estudios sobre la obra de Am¨¦rico Castro en 1971 re¨²ne en un volumen a los autores exiliados o transterrados y a los residentes en Espa?a (Garagorri, Garc¨ªa Sabell, Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano -con un excelente ensayo que no ha perdido un ¨¢pice de su actualidad-, Rafael Lapesa, L¨®pez Estrada, Antonio Tovar, Zamora Vicente y el propio La¨ªn). Pero, fuera de este homenaje -el ¨²nico que nuestro historiador recibi¨® en su pa¨ªs despu¨¦s de la guerra civil-, la tarea de extender el campo de sus ideas y de profundizar en ellas se ha llevado a cabo en las universidades norteamericanas. Los lectores de Castro -y tambi¨¦n de Bataillon, Dom¨ªnguez Ortiz, Caro Baroja y Sicroff- realizaron una labor inmensa en los distintos ¨¢mbitos de su especialidad: el arabismo (James Monroe), la cr¨ªtica literaria (Stephen Gilman, Manuel Duran), los estudios sefard¨ªes (Samuel Armistead, Joseph Silverman), el medievalismo (Rodr¨ªguez Pu¨¦rtolas y M¨¢rquez Villanueva)... La obra del ¨²ltimo -uno de los mejores conocedores de la literatura espa?ola y due?o de un saber enciclop¨¦dico digno del de Med¨¦ndez Pelayo, pero sin las anteojeras ideol¨®gico-religiosas de ¨¦ste- prueba la fecundidad de los planteamientos e ideas de Castro, pese al silencio y hostilidad latente con los que se acoge de ordinario su labor entre quienes detentan en Espa?a el poder acad¨¦mico y el medi¨¢tico.

Junto a los ensayistas antes mencionados, hay que destacar la extraordinaria labor de Eduardo Subirats, autor de libros incisivos y esclarecedores como El continente vac¨ªo y Espa?a: miradas de fin de siglo, y organizador con James Fern¨¢ndez de los recientes simposios sobre Am¨¦rico Castro en la New York University y el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid, simposios que congregaron en torno a la obra de nuestro historiador a investigadores y cr¨ªticos de la originalidad y talento de Mar¨ªa Rosa Menocal, Luce L¨®pez Baralt o Georgina Dopico, am¨¦n de M¨¢rquez Villanueva, Rodr¨ªguez Pu¨¦rtolas y yo mismo. Este trabajo colectivo, y el inter¨¦s que suscit¨® en las dos orillas del Atl¨¢ntico, abren el campo de la historiografia y la cr¨ªtica literaria a nuevas y fecundas calas en el espacio a¨²n insuficientemente explorado de nuestra cultura y cuyo origen com¨²n nos conduce, a veces de modo guadianesco, a los ojos o fuentes de La realidad hist¨®rica de Espa?a.

Volviendo al tema que nos ata?e. Como advirti¨® Walter Benjamin, la selecci¨®n del pasado, tanto en los textos autobiogr¨¢ficos, biogr¨¢ficos o de historia, ser¨¢ siempre una manera de manipularlo en cuanto se le dota de posterior coherencia, se le ama?a en sutil o zafia continuidad argumental. La faena inicial del arque¨®logo deviene as¨ª la de un arquitecto o ingeniero o novelista. Pero hay buenas y malas novelas, y las de Espa?a no constituyen una excepci¨®n.

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