C¨¢diz-Jap¨®n
Hay en C¨¢diz una calle de la Soledad Moderna, perpendicular a la calle Sacramento, muy cerca del Teatro Falla. Me figuro que exist¨ªa o existe una antigua calle de la Soledad, y ¨¦sta ser¨¢ la calle nueva, pero dicho as¨ª, calle de la Soledad Moderna, el nombre parece rememorar una forma de soledad de nuestro tiempo, ¨²nica, no conocida en el pasado. Los habitantes de las ciudades somos una especie de soldados de guardia: de aqu¨ª para all¨¢, aburridos y vigilantes, modernamente solos. ?Qu¨¦ quiere ¨¦ste que se acerca? ?Me ha visto aqu¨¦l? Pero la gente de C¨¢diz es una sorpresa de cordialidad y alegr¨ªa de todos los d¨ªas (como esos seres excepcionales que se despiertan sonriendo por la ma?ana). ?No abunda la soledad moderna en C¨¢diz, aunque tenga la ¨²nica calle de la Soledad Moderna que debe de existir en el mundo?
Turista en C¨¢diz, miro antiguas fortificaciones y cuarteles y calles de comerciantes. Leo las placas en las fachadas, porque es una ciudad de muchas placas, agradecida, memoriosa. Aqu¨ª est¨¢ la casa oscura donde naci¨® Pem¨¢n, en la calle de Isabel la Cat¨®lica (creo, estoy recordando), hoy una delegaci¨®n municipal, y la casa blanca donde vivi¨® Pem¨¢n en la Plaza de San Antonio. En la calle Veedor el m¨¢rmol celebra que en esta casa par¨® en diciembre de 1812 el duque de Wellington y Ciudad Rodrigo, jefe del ej¨¦rcito hispano-brit¨¢nico contra el franc¨¦s. Me imagino la noche gaditana de diciembre, h¨²meda y negra, de barro, candiles y ruido de caballos: llega Wellington. En la provincia de Granada el rey le regal¨® una finca, seg¨²n la tradici¨®n de dar tierras andaluzas a los conquistadores.
No hay placa en el Hotel Par¨ªs-Francia, donde un amigo me dice que una vez durmi¨® el mariscal P¨¦tain, jef¨¦ franc¨¦s que colabor¨® con Hitler. ?Durmi¨® en C¨¢diz en agosto de 1925, cuando se entrevist¨® con Miguel Primo de Rivera en un buque franc¨¦s fondeado en el puerto de Algeciras, para acordar la intervenci¨®n franco-espa?ola en el Rif? ?O fue despu¨¦s de ser nombrado en 1939 primer embajador de Francia ante Franco, Franco, 'compa?ero muy querido en la pacificaci¨®n de Marruecos', como dijo un peri¨®dico franc¨¦s de la ¨¦poca?
Paseo por C¨¢diz como un turista, y frente al Par¨ªs-Francia compro un libro en una librer¨ªa de ocasi¨®n: Hidalgos y samurais. Espa?a y Jap¨®n en los siglos XVI y XVII, de Juan Gil (¨¦stas son las cosas que dan ganas de leer cerca del mar y el puerto). El cronista de una visita al Jap¨®n de 1544 me ense?a lo que debe mirar y anotar un viajero: el clima, el tama?o de los pueblos, el peinado y la barba de los habitantes, la pinta, las armas, la lengua y la escritura, los medios de transporte, los vestidos seg¨²n las clases sociales, las mujeres, las casas, los tejados, la comida, las distracciones, el calzado, los sombreros, la moneda. Cuenta el cronista que en el Jap¨®n saben que hay un rey del Jap¨®n, se?or de se?ores, pero nadie sabe decir d¨®nde vive. (En C¨¢diz, mientras hago turismo por el viejo Jap¨®n, veo que se acaba el turismo europeo familiar y de masas, quiz¨¢ porque iba ligado al trabajo pasablemente fijo y las vacaciones pagadas, es decir, a los derechos del Estado de Bienestar, esa cosa antigua.)
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