En el subsuelo
Las hojas del oto?o, las cartas del amor difunto y otras ilusiones perdidas se agolpan en los desag¨¹es de la calzada y antes de que el barrendero proceda a retirarlas el im¨¢n de la gravedad las arrastra bajo tierra, donde un venerable caballero les busca acomodo entre los residuos de la civilizaci¨®n. 'Viva la libertad del subsuelo', canta el caballero desde el escenario del Teatro de la ?pera a los andrajosos reunidos en torno a la fogata. Y en su relato de mentirosas maravillas que sus oyentes siguen dormidos o pensando en sus asuntos o contrastando esas vivencias con las suyas, se habla de la sirena que circula por los mares con la ambici¨®n de superar la odisea de Ulises.
Remotamente parecida a la estrella de los almanaques de camioneros y gasolineras, esa sirena de piel de cobre sale en alg¨²n momento de su para¨ªso. Maniobrando a favor del viento y sin importarle el destino de su navegaci¨®n, atraviesa la geograf¨ªa del agua con el solo impulso de su brazo. Tras recorrer el planeta sin consultar br¨²jula ni mapas acaba llegando al Manzanares. A la altura del puente de Praga se incorpora por la curiosidad de saber d¨®nde se encuentra e inmediatamente recibe la agria bienvenida de Madrid: bocinazos de automovilistas retenidos, zanjas, insultos racistas, m¨²sica fren¨¦tica. La polic¨ªa se interesa por su suerte, pero antes de que se la lleve a comisar¨ªa o la expulse del pa¨ªs, la sirena se sumerge en la red de alcantarillado.
'Hab¨ªa un paso subterr¨¢neo de peatones en la calle de Men¨¦ndez Pelayo esquina a Sainz de Baranda', confiesa el caballero al sentir proclive el coraz¨®n de su auditorio a la amorosa deriva de su discurso. 'Ah¨ª vi a la sirena y me deslumbr¨® su piel de cobre'. En la mezquina sede de la miseria, el amor aviva la nostalgia de los desharrapados y el arrullo de los violines de la orquesta del teatro. 'Prendido de su sensual anadeo la hubiera seguido hasta el fin del mundo para casarme con ella entre fuentes de gambas coloradas y litros de fino revoltoso'. Ya se relamen sus oyentes con el op¨ªparo banquete de esponsales cuando el caballero confiesa su derrota: 'Ni hubo boda ni he vuelto a verla'. Con el amargo desenlace de la peripecia los menesterosos se duermen, la fogata se desanima ante el desinter¨¦s de los que la alimentaban y empieza a correr por el pasillo el fr¨ªo de la noche.
Ning¨²n instrumento de percusi¨®n supera el estr¨¦pito de la taladradora que despierta a los vagabundos. La autoridad se dispone a eliminar otro paso subterr¨¢neo, pero antes de cegarlo a cal y canto exige desocuparlo a quienes lo utilizan de hogar. Los afectados levantan el campamento sin resistencia, con la vivacidad de las ratas retiran mantas y cartones, y ya en la boca de salida se mezclan con jueces, sanitarios, bomberos y noct¨¢mbulos de chocolate con churros. El caballero desalojado les muestra un fajo de papeles con su historia de amor: 'De aquella aventura retengo la expresi¨®n de mi sentir', declama. Le atormenta que la sirena de piel de cobre pase por debajo de donde ¨¦l est¨¢ y ni siquiera pueda saludarla. 'En la superficie s¨®lo queda lo superficial', asegura.
En la noche de la ciudad, el caballero es la sombra que tira de un carromato en el que se transporta una cama con el dibujo de una sirena en la cabecera. Al llegar a la plaza de Isabel II el caballero se detiene, levanta la tapa de una alcantarilla, se asoma al pozo y llama a la sirena de piel de cobre. Pero su voz cae en el vac¨ªo y, desesperado de no tener respuesta, rompe sus papeles de amor y los arroja al sumidero por donde desapareci¨® su grito.
Una lluvia de papeles como motas de ceniza o copos de nieve tapiza los alrededores del Teatro de la ?pera y se posa en los abrigos de los que salen comentando la historia del caballero enamorado. Est¨¢n apagados los faroles municipales y en la noche negra como la tinta los espectadores de la funci¨®n caminan por la hojarasca sorteando el acoso de los mendigos. Se cruza con ellos la caravana de los traperos, que desde la plaza de Oriente sigue por Bail¨¦n hacia Puerta de Toledo y Pir¨¢mides. A la altura del puente de Praga un carromato se aparta de la fila y se acerca al pretil. Una mujer de piel de cobre, que parece surgir del Manzanares, va a su encuentro. '?Qui¨¦n echa esta basura?', pregunta la mujer al ver papelitos en la cama de la sirena. 'Encima est¨¢ Dios', se le responde. La mujer sube al carromato y, apartando papelitos, se tumba en el lecho. 'No se puede caer m¨¢s bajo', suspira, mientras el carromato se la lleva de la ciudad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.