Crisis de confianza
La profunda crisis de confianza que se ha apoderado de inversores y ahorradores est¨¢ teniendo consecuencias muy graves para las bolsas. Las causas de esa desconfianza han sido diagnosticadas con detalle. Por una parte, las salas de los tribunales estadounidenses trabajan a pleno rendimiento investigando los casos de fraude y manipulaci¨®n contable perpetrados por directivos y gestores obsesionados por obtener buenos resultados a cualquier precio y aumentar sus retribuciones extraordinarias; por otra, las empresas tecnol¨®gicas, la gran esperanza de los negocios para los comienzos del siglo XXI, se han hundido con estr¨¦pito y han arruinado los patrimonios de un gran n¨²mero de ahorradores.
Pero a¨²n hay m¨¢s. Las sociedades de auditor¨ªa y control empresarial se han revelado como incapaces de detectar los fraudes contables y, en algunos casos, han colaborado activamente en la falsificaci¨®n de las cuentas de resultados. Por si fuera poco, las autoridades pol¨ªticas, con George Bush y Dick Cheney a la cabeza, llamadas a convertirse en la referencia moral de la econom¨ªa del pa¨ªs, est¨¢n involucradas en operaciones econ¨®micas dudosas en su etapa anterior como directivos de empresa.
?sta es la situaci¨®n de fondo a la que se enfrentan inversores y ahorradores. No es de extra?ar que hayan comenzado a desertar de los mercados o se mantengan en una expectativa recelosa a la espera de un mensaje pol¨ªtico firme que reconstituya la creencia de que las empresas no est¨¢n al margen de la ley y se rigen por criterios de honradez y transparencia que permiten el juego limpio con el dinero.
Mientras llega el mensaje claro y n¨ªtido, las bolsas siguen cayendo de forma incontrolada, apenas aliviadas por rebotes espor¨¢dicos como el del mi¨¦rcoles pasado, cuando se aprobaron las nuevas y duras normas del Legislativo estadounidense para sancionar a los directivos pillados en faltas graves. Pero a medida que pasa el tiempo, el problema de las bolsas amenaza con afectar gravemente al conjunto de la econom¨ªa y compromete la recuperaci¨®n econ¨®mica que estaba en ciernes en el a?o 2001. El principal efecto corrosivo es, por supuesto, la evaporaci¨®n de una parte de la riqueza financiera de los ciudadanos, que en los ¨²ltimos a?os hab¨ªan depositado en las bolsas una parte nada desde?able de sus ahorros. En los ¨²ltimos dos a?os, los inversores estadounidenses han perdido m¨¢s de ocho billones de d¨®lares en sus operaciones de mercado. Y en esa situaci¨®n se encuentran tambi¨¦n una parte importante de ahorradores y peque?os inversores espa?oles. Esta p¨¦rdida descomunal de ahorro e inversi¨®n debe tener consecuencias inmediatas en la evoluci¨®n del consumo, aunque no necesariamente en esa misma cantidad.
Hay formas m¨¢s insidiosas y preocupantes de deterioro econ¨®mico originado por la inquietante crisis financiera. Las empresas empiezan a encontrar dificultades no s¨®lo para financiar sus nuevas inversiones, sino para refinanciar su deuda; y los bancos prestatarios de las grandes empresas en quiebra -Enron y WorldCom, entre otras- tender¨¢n a endurecer las condiciones de los cr¨¦ditos. Tambi¨¦n hay que contar con el enrarecimiento del clima econ¨®mico y la proliferaci¨®n de rumores que tienden a paralizar la actividad econ¨®mica, como por ejemplo los que sugieren que habr¨¢ nuevas reducciones de tipos de inter¨¦s en la econom¨ªa estadounidense o en la UEM.
As¨ª pues, la depresi¨®n financiera no s¨®lo puede abortar la recuperaci¨®n de las econom¨ªas occidentales, sino que, si no se corrige a tiempo, puede provocar una recesi¨®n. No obstante, el riesgo o la amenaza no equivale a hechos irreversibles. Para recuperar la confianza de los inversores y la credibilidad en los mercados, el primer paso es ahuyentar la histeria y la tentaci¨®n apocal¨ªptica. Es probable que los cambios legales para sancionar la corrupci¨®n empresarial aprobados por las c¨¢maras de EE UU puedan convencer a los inversores, grandes o peque?os, de que se puede confiar de nuevo en las reglas del juego.
Pero la restauraci¨®n de la confianza s¨®lo se producir¨¢ en el momento en que las nuevas leyes se apliquen y los responsables de los fraudes empresariales o abusos de confianza paguen la factura que les corresponde. Los hechos y no las declaraciones demostrar¨¢n que el sistema de mercado es fiable. No conviene olvidar que gran parte de los que hoy enarbolan la bandera de la honradez empresarial y el buen gobierno de las compa?¨ªas defend¨ªan ayer, cuando se gest¨® la crisis, 'la creaci¨®n del valor para el accionista' y el beneficio financiero a corto plazo como ¨²nico mandamiento de las corporaciones.
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