La Guatemala que visita el Papa
La Guatemala que visit¨® Juan Pablo II en 1996 invitaba a la esperanza. El m¨¢s poblado de los pa¨ªses centroamericanos acariciaba en aquel mes de febrero el final de una pesadilla interminable. Estaba por concretarse un acuerdo de paz largamente gestado que pondr¨ªa fin, ese mismo a?o, a 36 de guerra civil, con m¨¢s de 200.000 muertos, la mayor¨ªa indios mayas exterminados por el Ej¨¦rcito.
El Papa llega hoy a una Guatemala sombr¨ªa tras su periplo canadiense y camino de M¨¦xico. No porque los cat¨®licos abandonen cada vez m¨¢s su fe para acomodarse a otras iglesias que, adem¨¢s de vida eterna, ofrecen a las comunidades paup¨¦rrimas de campesinos gualtamatecos medios y ayudas que les permitan hacer m¨¢s llevadera la presente, o porque el porcentaje de protestantes figure entre los m¨¢s altos de Latinoam¨¦rica. Lo aut¨¦nticamente relevante es que el pa¨ªs de los mayas -donde seg¨²n el ¨²ltimo informe anual de la ONU son cada vez m¨¢s los que pasan hambre- regresa aceleradamente al desgobierno, la violencia y el protagonismo militar que caracterizaron sus peores a?os. La violaci¨®n de los derechos m¨¢s elementales de sus ciudadanos o las amenazas de muerte contra los m¨¢s comprometidos en su defensa est¨¢n a la orden del d¨ªa. Bandas paramilitares a las que se daba por disueltas protagonizan actividades abiertamente delictivas a la luz del d¨ªa para forzar del Gobierno recompensas econ¨®micas.
Que todo ello suceda pese a las id¨ªlicas promesas que hiciera el presidente Alfonso Portillo tras resultar elegido en 1999, indica hasta qu¨¦ punto ha abdicado el jefe del Estado, cuyo partido dominan los militares. El verdadero hombre fuerte de Guatemala es el general Efra¨ªn R¨ªos Montt, ahora presidente del Congreso y entre 1982 y 1983 cabecilla de una dictadura particularmente sangrienta, por la que afronta acusaciones de genocidio que nadie parece estar en condiciones de llevar adelante.
El mandato de Portillo expira el a?o pr¨®ximo. Pero ya hace dos a?os que el presidente ha paralizado la ejecuci¨®n de los acuerdos auspiciados por la ONU que pusieron fin a una de las guerras m¨¢s largas del continente y cuyo objetivo era el fortalecer las instituciones democr¨¢ticas. Bien al contrario, el Ej¨¦rcito, que dise?¨® el terrorismo de Estado durante sucesivas dictaduras, en vez de reducirse en tama?o y protagonismo, como estaba previsto, vuelve a ocupar un papel estelar: controla el Ministerio del Interior, maneja el espionaje y hasta combate la delincuencia. Sus asignaciones aumentan en cada presupuesto y se equiparan ya con los tiempos de guerra. Sus aliados paramilitares, que sembraron el terror entre los campesinos, han reverdecido. De nuevo, jueces, significados defensores de los derechos humanos o testigos de atrocidades se ven obligados a huir para salvar la vida.
Extinguido el resplandor de los focos que acompa?¨® al acuerdo de paz, Guatemala ha regresado al olvido. A ello no es ajeno que Estados Unidos, que auspici¨® hace m¨¢s de una d¨¦cada el final de los sistemas autoritarios, se haya olvidado del pa¨ªs, como de casi toda Latinoam¨¦rica, ensimismado en su guerra contra el terrorismo y su ci¨¦naga econ¨®mica.
Juan Pablo II, que se caracteriza por hablar alto y claro en favor de los oprimidos, tiene en Guatemala una oportunidad ¨²nica para contribuir a su dignificaci¨®n.
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