Muerte entre las flores
1-Me han contratado para que investigue las alteraciones de comportamiento del gato del Presidente. Cuando me han llevado a ver al gato, estaba muerto. Envenenado. Ahora tengo que averiguar qui¨¦n ha envenenado al gato.
Siempre he cre¨ªdo que es mejor explicar las cosas de golpe, sin rodeos, aun sabiendo que se corre el riesgo de que el interlocutor responda: un momento, un momento, un momento.
-Un momento, un momento, un momento- replic¨® Laura, mi mujer-. ?De qu¨¦ presidente est¨¢s hablando?
-Del Presidente del Gobierno, claro.
-?De Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar?
-S¨ª, claro.
-No sab¨ªa que tuviera gato.
-Ya no lo tiene. Ha muerto envenenado esta ma?ana.
-?Y t¨² tienes que investigarlo?
-Me han contratado para eso, s¨ª.
-?Y por qu¨¦ no lo investiga la polic¨ªa?
-Mujer, ser¨ªa un esc¨¢ndalo pol¨ªtico.
-?Y por qu¨¦ t¨²? Se supone que eres experto en gatos vivos. ?Qu¨¦ sabes de gatos muertos?
-Cuando me contrataron el gato estaba vivo.
Tal vez debiera haber empezado de otra forma: me llamo Francisco Fern¨¢ndez Sanmart¨ªn y soy veterinario, especializado en etolog¨ªa. M¨¢s espec¨ªficamente, en el comportamiento de los gatos. Eso da poco dinero. Hay muchos prejuicios. Nadie quiere llevar a su gato al et¨®logo ni aunque le orine la cama todos los d¨ªas. Tengo la consulta en Boadilla del Monte, donde vivo, un pueblo en expansi¨®n de la periferia de Madrid rodeado de urbanizaciones lujos¨ªsimas. Eso a¨²n empeora las cosas. Los ricos no tienen gatos: tienen perros para protegerse de los pobres.
2-Hace una hora que esperamos.
-Lo siento. Hab¨ªa olvidado la cita.
-No ten¨ªamos cita. En el anuncio pone abierto de 9 a 20 horas.
-?En qu¨¦ anuncio?
-En las P¨¢ginas Amarillas.
-Un momento -me interrumpi¨® Laura de nuevo-. ?Te ha contratado el Presidente del Gobierno consultando las P¨¢ginas Amarillas? Eso no es cre¨ªble.
-?C¨®mo no va a ser cre¨ªble lo que me ha pasado?
-?Y por qu¨¦ un veterinario de Boadilla? -segu¨ªa incr¨¦dula.
-Nos pilla cerca de Moncloa. No hay quien se meta en Madrid con el coche.
Eran dos tipos de negro, como los de Caiga quien caiga pero sin micr¨®fono y sin chiste.
-Esto huele a pis de gato -dijo Negro 1.
-Es l¨®gico. Pasan muchos gatos por aqu¨ª.
-?Y se mean todos?
-Es su forma de marcar un territorio nuevo. Tambi¨¦n orinan por estr¨¦s.
-Tiene que acompa?arnos -dijo Negro 2.
-?Eran del CESID, o del CNI, o como se llame? -pregunt¨® Laura, ya convencida.
3-Federicos. Les llamamos federicos -dijo Mariano Rajoy-. Contratados por el ministerio de Defensa a empresas privadas de seguridad, ?no es as¨ª, Federico?
-Un estado moderno -sermone¨® Federico Trillo, siempre con la cabeza ladeada, como si le pesara el tup¨¦ de plomo- precisa de estructuras ¨¢giles. Si encargamos labores de polic¨ªa a empresas privadas, ?por qu¨¦ no labores de inteligencia? Y con m¨¢s motivo labores de tonter¨ªa como esta del gato, si se me permite, porque, como dijo Ch¨¦spir, manda huevos el se?orito.
-El Pdesidente quiere mucho a su gato -intervino ?ngel Acebes, como si jugara al scrabble con demasiadas des-. Tiene tres perros, dos vicepdesidentes y quince ministrods, yo entre ellos, lo que condstituye un honod, pero a quien verdaderamente quiede es a su gato. Aunque no se lo reconozcan, el Pdesidente es muy muy muy muy humano.
-Venga, se?ores, desalojen -chasque¨® los dedos Rajoy-. Se acab¨® el gabinete de crisis.
-?Jo! -se quej¨® Acebes, aunque aclar¨® enseguida-: Jo de jolines, ?eh?
-Ay, Angelito -zumb¨® Rajoy cuando estuvimos a solas-. El jefe quiere que le proteja, pero no s¨¦ si har¨¦ carrera de ¨¦l. Y ahora, ocup¨¦monos de cosas serias.
Rajoy se movi¨® con la habilidad de Juan Tamariz, y en sus manos aparecieron almendritas saladas, dos cervezas bien fr¨ªas y un par de puros. 'De la cava privada del Boss', me advirti¨® con un gui?o.
-Si uno se organiza -prendi¨® un mechero, dio un par de chupadas al puro- aqu¨ª se vive como Dios.
Su silueta se recortaba contra un panel de monitores con decenas de cadenas de televisi¨®n. En el monitor central, el Presidente del Gobierno, trabajando en su despacho.
-?Tiene usted una c¨¢mara para vigilar al Presidente?
-?C¨®mo? -se gir¨® brevemente, exhal¨® unas volutas de humo espeso-. Ah, no. No, no. Eso... En confianza: es una grabaci¨®n. Para que todo el que venga aqu¨ª vea que el Presidente trabaja. Haga usted el uso que considere de esa informaci¨®n, aunque yo no le he dicho nada. Le recomiendo, sin embargo, que no la use, porque, al hab¨¦rselo dicho solamente a usted, si la viera publicada, yo sabr¨ªa que usted es el origen, y podr¨ªa no agradarme. Bien. Y ahora que ya confiamos plenamente el uno en el otro, d¨ªgame, ?aceptar¨¢ usted el encargo?
-Depende -rechac¨¦ el puro-. ?Cu¨¢l es el encargo?
-Ah, cierto, el encargo, el gato -se encogi¨® de hombros, acerc¨® mi puro a la llama, lo chup¨® para fumarse los dos a la vez, se acomod¨® en el sill¨®n orejero-. Resulta que desde hace un tiempito orina por todo el palacio. ?Incluso sobre algunos invitados! Y sepa usted que aqu¨ª viene gente de mucho copete: ha orinado el bolso de la se?ora de Chirac, la pernera del pantal¨®n de Silvio Berlusconni, un malet¨ªn de Gerhard Schroeder y hasta una carta de George Bush, manuscrita, original, muy cari?osa. Sabr¨¢ usted que tenemos una alianza preferente con los Estados Unidos: somos los primeros en obedecer. Bien. En cuanto al precio, qu¨¦ quiere que le diga. Hoy d¨ªa no se hacen alegr¨ªas con los fondos reservados. Tendr¨¢ que conformarse usted con un programa sobre animales en TVE o alguna chorrada as¨ª. Si cura usted al gato antes de un mes, en La Primera. M¨¢s de dos meses, las madrugadas de La 2, despu¨¦s de Garci, aunque yo no digo nada ni puedo prometerle nada, ?queda claro?
-S¨ª.
-Entonces es que estoy perdiendo facultades. De los detalles se encargar¨¢ Javier Arenas. Compr¨¦ndame. Estoy desbordado: son las doce y ni siquiera he echado un vistazo al Marca.
-Pero Arenas -volv¨ªa a desconfiar Laura- ?no es de Administraciones P¨²blicas?
4-En todo este asunto, le hablar¨¦ como secretario general del PP -me salud¨® Javier Arenas-. Felipe Gonz¨¢lez es un ladr¨®n.
-?Perd¨®n?
-Comunicaci¨®n subliminal, campe¨®n -levant¨® la ceja izquierda en se?al de complicidad-. Aunque te parezca incoherente, o precisamente porque es incoherente, no olvidar¨¢s jam¨¢s esta frase. Como si ahora dijera: Aznar se r¨ªe como la mona Chita.
Se abri¨® la puerta y Arenas palideci¨®.
-Perdona, Javier. No sab¨ªa que tuvieras a nadie.
-No es nadie importante, Presidente, campe¨®n -se puso en pie, firmes.
-Olv¨ªdalo.
Aznar desapareci¨® y Arenas abati¨® la ceja, en se?al de tristeza.
-Nunca pasa por este despacho, qu¨¦ mala suerte. ?Me habr¨¢ o¨ªdo? -Arenas habla con las pupilas esquinadas, como quien teme un ataque por la espalda-. En resumen: que tienes que curar al gato.
-?Y no podr¨ªa hablar con ¨¦l?
-?Con el gato? -las pupilas le viajaron de esquina a esquina-. ?C¨®mo sabes que el Presidente habla con su gato? ?Los federicos se han ido de la lengua?
-Me refiero al Presidente. Los trastornos de comportamiento de los animales suelen responder a conductas equivocadas de los amos. Nosotros, los et¨®logos, tanto como veterinarios somos detectives: debemos investigar la relaci¨®n entre el amo y el animal, para dictaminar d¨®nde est¨¢ el error.
Parpade¨®. La ceja izquierda subi¨® y baj¨® tres veces. Estaba perplejo.
-?Est¨¢s insinuando -baj¨® la voz, precavido- que es el Presidente el trastornado?
-Para curar al gato hay que trabajar con el due?o.
-Eso es imposible, campe¨®n. El due?o est¨¢ perfectamente y, adem¨¢s, le importa un pimiento d¨®nde orine su gato. Es la se?ora la que quiere acabar con esto. El gato se llama Simbotas, todo junto y por lo tanto con eme. Si hablas con el Presidente, por lo que m¨¢s quieras, campe¨®n, procura hacer hincapi¨¦ en la eme. El Presidente no soporta las faltas de ortograf¨ªa.
5-Media hora despu¨¦s hall¨¦ el cad¨¢ver de Simbotas bajo uno de los cedros de los jardines de Palacio. Acababa de morir: su cuerpo a¨²n desprend¨ªa calor. Antes de dos horas, el Instituto de Toxicolog¨ªa dictaminaba que el platito de comida de Simbotas conten¨ªa restos de cianuro de potasio. A media tarde, Javier Arenas me hab¨ªa encargado la investigaci¨®n. Todo hab¨ªa transcurrido a la velocidad de los sue?os.
-T¨² mismo has dicho que eras un poco detective. No me dejes tirado, campe¨®n -me presion¨® el brazo en se?al de afecto ¨ªntimo-. Ma?ana, a las nueve, en el despacho del Presidente.
-Pero entonces, Paco -se alarm¨® Laura-, ?nuestras vacaciones?
-La ni?a y t¨² tendr¨¦is que iros sin m¨ª. Cr¨¦eme que lo siento. Estaba deseando pasar un mes en casa de tu madre.
-Eres un cerdo.
-Me espera un mes de locos, Laura.
Ma?ana, segundo cap¨ªtulo: Tres alegres herederos
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