Reaparecieron Ponce y la caricatura de Ojeda
Enrique Ponce fue acogido con una gran ovaci¨®n antes de que saliera su primer enemigo, el de la reaparici¨®n, evento para el que, dado su car¨¢cter de convaleciente, hab¨ªa elegido una dieta blanda, quiz¨¢ sin darse cuenta de que el calor da?a la mantequilla y acarrea complicaciones. El terciado animal que hizo los honores baj¨®, y con un extra?o manejo de las patas, termin¨® atraves¨¢ndose. El primer tercio transcurri¨® sin estridencias y, tras la vara, parec¨ªa que el torillo iba a m¨¢s; Ponce solvent¨® la situaci¨®n con suficiencia, y cuando todo estaba dispuesto, h¨¦teme aqu¨ª que el animalito empez¨® a comportarse con gran variedad de recursos: unas veces rebrincadillo; otras, echando una mano para cada lado, encogido... Nada que implicara peligro, pero que desluc¨ªa la elegante predisposici¨®n del valenciano.
Torero / Ojeda, Ponce, Juli
Toros de El Torero, desiguales de presentaci¨®n; 6?, sobrero. Paco Ojeda: ovaci¨®n y silencio. Enrique Ponce: ovaci¨®n y vuelta al ruedo tras aviso. El Juli: ovaci¨®n y oreja. Plaza de la Merced, 2 de agosto, 2? de abono. Tres cuartos de entrada.
El quinto era m¨¢s razonable de trap¨ªo y hechuras. Ponce abri¨® su manual y reabri¨® aquellas lecciones que constituyen su seguro de ¨¦xito. La sorpresa lleg¨® en una tanda de naturales en la que, puesto en el sitio, adelant¨® el enga?o y remat¨® cada pase m¨¢s atr¨¢s para volver a ligar el siguiente. El resto fue para consumo popular, salv¨¢ndose un cambio de manos y un natural aislado. Le cost¨® cuadrar al toro -por algo ser¨ªa- y no fue capaz de cobrar una estocada en tarde de nueve pinchazos y dos descabellos.
Tambi¨¦n reapareci¨® Ojeda: todav¨ªa nos estamos preguntando para qu¨¦, ya que hay muchas formas de faltarse al respeto que uno mismo se debe y es lamentable verlo arrastrarse por las plazas preso de incapacidad e impotencia.
El Juli lidi¨®, o as¨ª, a otro ejemplar mantequilloso, que m¨¢s que humillar se zambull¨ªa, que no llegaba a andar, sino que de deambulaba con pasos de imposible previsi¨®n. En el ¨²ltimo, el madrile?o llen¨® los estantes de todo g¨¦nero de mercanc¨ªas a granel, encontrando la inestimable colaboraci¨®n del morlaco, que, en cuanto lo ve¨ªa a modo, se sentaba.
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