DYLAN VUELVE AL FESTIVAL QUE LE ECH? HACE 37 A?OS
Hace 37 a?os, Bob Dylan fue abucheado y expulsado del Newport Folk Festival por utilizar una guitarra el¨¦ctrica. Regres¨® el s¨¢bado, como si no hubiera pasado el tiempo. P¨²blico de todas las edades lo aclamaron hasta enloquecer
Bob Dylan volvi¨® el s¨¢bado, 37 a?os despu¨¦s, al escenario del crimen: el escenario del Newport Folk Festival, del que en 1965 fue escandalosamente expulsado por empu?ar una Fender el¨¦ctrica en lugar de la sacrosanta guitarra ac¨²stica. Aquella Fender ofendi¨® a los puristas del folk, algunos de los cuales, como el legendario Pete Seeger, huyeron enfurecidos del Fort Adams State Park antes de que los abucheos de 15.000 gargantas obligaran a Dylan a batirse en retirada. Ese ¨²ltimo domingo de agosto de 1965 cambi¨® para siempre la m¨²sica popular norteamericana y la banda sonora del movimiento contra la guerra de Vietnam, e hizo de Dylan mucho m¨¢s que un cantautor de canciones de protesta. Dylan volvi¨® al fin a Newport, y lo hizo con una guitarra ac¨²stica. Daba lo mismo: las 10.000 personas que abarrotaban el parque le hubieran aclamado igual si hubiera tocado la zambomba.
Fue, quiz¨¢, el concierto que no pudo realizarse en 1965, y en ese sentido result¨® perfecto
Muchos de los que participaron en la bronca del 65 comparecieron el s¨¢bado en Newport, una gran poblaci¨®n tur¨ªstica en la costa de Rhode Island, a medio camino entre Nueva York y Boston. ?Para pedir perd¨®n? ?Para celebrar la carrera de un gigante de la m¨²sica contempor¨¢nea? ?Para reencontrarse con su generaci¨®n? De todo un poco. Bob Beratti, coleta gris y panza espectacular, estudiante en 1965 y hoy propietario de una empresa de alquiler de lanchas a motor, acudi¨® con sus dos hijos, de 20 y 18 a?os, devotos como ¨¦l del gran Dylan: 'Somos amantes del folk americano, solemos venir al festival de Newport, y esta vez no pod¨ªamos faltar. ?Es un momento hist¨®rico, t¨ªo! Todos hemos cambiado, ¨¦l y nosotros, y es hermoso que sigamos vivos y que podamos darle el aplauso que le negamos entonces. Aunque yo le he visto actuar varias veces desde entonces, porque siempre, aquel d¨ªa tambi¨¦n, Bob Dylan ha sido el m¨¢s grande'.
Beratti no recuerda qu¨¦ hizo con la entrada de 1965. L¨¢stima. Porque una de esas entradas vale ahora miles de d¨®lares, y acompa?ada de la entrada de ayer supondr¨ªa una peque?a fortuna. El abono para los dos d¨ªas de festival, s¨¢bado y domingo, costaba 90 d¨®lares y el papel se agot¨® en pocas jornadas. Ayer tarde, en los alrededores del Fort Adams State Park, se pagaban 150 por una entrada sencilla. ?Qui¨¦n pod¨ªa perderse el acontecimiento? Hasta Al Gore, el hombre que consigui¨® perder una elecci¨®n presidencial pese a enfrentarse a un rival de la talla de George W. Bush y pese a obtener la mayor¨ªa de los votos, acudi¨® a la cita. A Gore no se le conocen aficiones musicales, pero es de Nashville, la capital del country, y en cualquier caso le conviene dejarse ver por ah¨ª por si decide volver a intentarlo en 2004.
Hac¨ªa much¨ªsimo calor. La gente se remojaba con agua, se desprend¨ªa de la ropa hasta quedarse en lo m¨ªnimo (el cuerpo humano siempre es digno, pero a ciertas edades es m¨¢s digno bien cubierto), vomitaba o sencillamente se desmayaba. A las cuatro de la tarde no cab¨ªa ya un alfiler en la explanada. Como en 1965, Dylan, al que precedieron desde las 11.30 Slaid Cleaves, The Waifs, Rosie Ledet, John Gorka, Jonatha Brooke y Shawn Colvin, iba a cerrar la jornada. Su aparici¨®n estaba prevista para las cinco, pero a esa hora no ocurri¨® nada. Pasaron los minutos y poco a poco se hizo el silencio, entrecortado por rachas de palmadas. Tal vez los veteranos entre el p¨²blico recordaban los acontecimientos de aquella noche fat¨ªdica 37 a?os atr¨¢s.
Bob Dylan era por entonces un muchacho flaco de 24 a?os, que hab¨ªa debutado en Newport en 1963 y pose¨ªa ya una gran fama en la Costa Este, pero no hab¨ªa alcanzado a¨²n una estatura m¨ªtica en los ambientes del folk. George Wein, fundador y director del festival, hab¨ªa decidido que el tr¨ªo Peter, Paul and Mary cerrara el evento. El tr¨ªo, que estaba disfrutando de un ¨¦xito sensacional con una versi¨®n de una canci¨®n de Dylan, Blowin' in the wind, pidi¨®, sin embargo, a Wein que situara a la joven revelaci¨®n en el puesto estelar. Bob Dylan acababa de publicar Bringing it all back home, un disco en el que ya mezclaba canciones ac¨²sticas y el¨¦ctricas, pero se daba por supuesto que ante los puristas de Newport se mantendr¨ªa dentro de la ortodoxia. La convicci¨®n se reforz¨® cuando, la v¨ªspera, ensay¨® con un grupo de blues ac¨²stico. Llegado el momento, todo se vino abajo: apareci¨® con chupa de cuero y Fender y atac¨® las notas de un cl¨¢sico del folk, Maggie's Farm, en versi¨®n rockera.
La reacci¨®n del p¨²blico fue furibunda. Pete Seeger, de quien se dice que trat¨® de cortar los cables el¨¦ctricos con un hacha, cosa que Peter Wein negaba el s¨¢bado en un art¨ªculo en The New York Times, huy¨® al aparcamiento y se quej¨® al director del festival: '?Ese ruido es terrible! ?Hay que pararlo como sea!'. Tras poco m¨¢s de 10 minutos, Bob Dylan abandon¨® el escenario entre abucheos. Wein le detuvo, le puso en las manos la ac¨²stica de Peter Yarrow y le oblig¨® a reaparecer. Dylan ofreci¨® por ¨²ltima vez la imagen del trovador solitario y cant¨® la melanc¨®lica It's all over now, Baby Blue. Fue su forma de despedirse del antiguo folk.
Hasta el s¨¢bado. A las 17.30 son¨® una voz: 'Buenas tardes, se?oras y se?ores. Por favor, den la bienvenida a... Bob Dylan'. Y fue el acab¨®se. Ante el entusiasmo desbocado del p¨²blico, Dylan, guitarra ac¨²stica a cuestas y sin decir una palabra, atac¨® los primeros acordes de Roving gambler. Y sigui¨®, por si alguien no se hab¨ªa rendido a¨²n, con The times they are a-changin', al ritmo levemente acelerado del rockabilly y marcando t¨ªmidos pasitos de country. Cayeron tambi¨¦n Subterranean homesick blues, Girl from the North Country y Mr. Tambourine Man hasta que, a las 14 canciones, se retir¨® del escenario. La gente, por supuesto, le exigi¨® m¨¢s. Y volvi¨® con otros cinco temas, entre ellos Blowin' in the wind y Like a Rolling Stone. En ese segundo tramo tocaba una guitarra el¨¦ctrica, un detalle sin importancia.
No fue un gran concierto desde un punto de vista musical. Fue, quiz¨¢, el concierto que no pudo realizarse en 1965, y en ese sentido result¨® perfecto. Dylan ya no vive mentalmente en Greenwich Village, sino en Nashville, la capital de la m¨²sica country, y en los ¨²ltimos a?os ha vuelto a las viejas ra¨ªces. No tuvo que hacer ning¨²n esfuerzo para acomodar su repertorio al festival de folk. Newport es, m¨¢s que nunca, su casa. Volvi¨® a ella, despu¨¦s de 37 a?os, como si la hubiera abandonado ayer mismo.
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El disfraz del trovador
Apareci¨® macilento, demacrado, con largas gre?as asomando bajo el sombrero blanco de vaquero y una barba deshilachada de profeta. Es Bob Dylan, y deber¨ªa bastar con eso, pero quiso que la imagen de su retorno a Newport causara el impacto que la ocasi¨®n merec¨ªa. Dylan, que a sus 61 a?os tiende a la pulcritud (cabello m¨¢s bien corto, bigotito y perilla ocasional), se disfraz¨® para la ocasi¨®n. La melena y la barba eran postizas, un simple atuendo, como el sombrero (ra¨ªces), el chaleco (ortodoxia) y la camisa de un blanco plateado (modernidad). Trataba de aparentar que aquella era una actuaci¨®n como cualquier otra: no dijo una palabra al p¨²blico, ni sobre su ausencia de 37 a?os ni sobre ninguna otra cosa, y mantuvo el rostro impasible mientras desgranaba, una tras otra, con su inefable voz nasal, las 19 canciones del concierto. Pero todo estaba preparado al detalle. Hab¨ªa exigido a su representante que para la semana previa le consiguiera un par de actuaciones en Nueva Inglaterra, la regi¨®n donde se encuentra Newport, con poca publicidad, con el fin de ensayar el repertorio. Tambi¨¦n quer¨ªa estar cerca de Newport para llegar en autom¨®vil y evitar el riesgo de resfriado y afon¨ªa que implican los aviones. La lista de canciones a interpretar estaba bien estudiada y no se admitieron cambios, pese a que la audiencia ped¨ªa determinados temas y en Newport es costumbre que se establezca una relaci¨®n de complicidad entre los m¨²sicos y el p¨²blico. Era su retorno triunfal, y no quiso dejar nada a la improvisaci¨®n.
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