Veraneantes
Como todos los veranos, la costa gallega recibe una invasi¨®n de madrile?os, tribu veraneante por antonomasia, pionera de las trashumancias agoste?as mediterr¨¢neas, cant¨¢bricas y atl¨¢nticas. Las hordas vikingas de los g¨¦lidos mares del norte fueron tal vez las primeras en descubrir los encantos tur¨ªsticos de las verdes y feraces r¨ªas galaicas, y sus feroces incursiones de anta?o inspiran actualmente una fiesta popular, no por reciente menos acendrada, en Catoira, villa ribere?a de la r¨ªa de Arosa. De los drakkars normandos de aguzada proa desembarcaron una vez m¨¢s este pasado domingo, con sus cornamentados cascos, los fieros invasores de enmara?adas pelambreras, encarnados en hirsutos nativos orgullosos de representar l¨²dicamente lo que para sus remotos ancestros fue tr¨¢gica y recurrente pesadilla.
En esta ocasi¨®n, los invasores aguardaban en la costa, invasores estacionales, veraneantes madrile?os, tocados con viseras y sombreros de paja y armados con sus c¨¢maras convencionales y digitales, que disparaban desde la costa para llevarse en sus maletas gr¨¢ficos trofeos con los que aliviar sus tediosas veladas invernales. Los turistas, for¨¢neos, del Foro, grandes depredadores de crust¨¢ceos, moluscos y bivalvos, colonizadores de playas y puertos, mentores de chiringuitos costeros, inquilinos de hoteles y apartamentos, pensiones familiares y alojamientos rurales. Los madrile?os que veranean en Galicia no vienen buscando el sol, m¨¢s esquivo que en el Mediterr¨¢neo, aunque no tanto como el t¨®pico dicta; los turistas galaicos son de una raza aparte que se considera, vaya usted a saber por qu¨¦, un pelda?o m¨¢s arriba en la escala social que las hormigas migratorias que se mudan al Levante y al Sur.
Los turistas madrile?os de Galicia formaban un eslab¨®n con pujos de grandeza. A principios del siglo pasado, espoleado por sus hu¨¦spedes de verano, el Ayuntamiento de la villa de Carril, la de las c¨¦lebres almejas, don¨® a su graciosa majestad Alfonso XIII la peque?a, hermosa y arbolada isla de Cortegada, muy cerca de su litoral, con el deseo expl¨ªcito de que los reyes rompieran su exclusiva cant¨¢brica y edificaran en ella una residencia de vacaciones. El campechano monarca acept¨® el donativo, pero impuso sus reglas y protocolos, las donaciones a la Real Casa hab¨ªan de ser incondicionales, el Ayuntamiento de Carril ceder¨ªa la tierra, pero su majestad podr¨ªa hacer con ella lo que le diera la real gana. Una vez dado el primer paso, los de Carril no pod¨ªan volverse atr¨¢s, aunque a?os despu¨¦s lamentar¨ªan su generosidad cuando a mediados de los a?os setenta comenz¨® a extenderse el rumor, fundamentado y verificable rumor, de que una empresa patrocinada por el heredero desheredado de la corona, don Juan, conde de Barcelona, proyectaba en el islote una lujos¨ªsima urbanizaci¨®n que destruir¨ªa el equilibrio ecol¨®gico y construir¨ªa una colonia de privilegiados chal¨¦s, cada uno con su pantal¨¢n privado.
El proyecto no se llevar¨ªa a cabo por varias razones, entre las que apuntan la mala prensa que podr¨ªa haber suscitado sobre la imagen de una monarqu¨ªa reci¨¦n reimplantada y ciertas peculiaridades de antiguos derechos forales y privilegios eclesi¨¢sticos. De unos d¨ªas atr¨¢s data la ¨²ltima sentencia judicial que prohibe urbanizar esta parcela del para¨ªso que hace tiempo que dej¨® de ser propiedad real, pero sigue siendo objetivo de especuladores y piratas inmobiliarios sin tanto pedigr¨ª.
Los madrile?os y sus complacientes anfitriones gallegos colonizaron y colonizan sobre todo las playas de las R¨ªas Bajas de Bayona, Vigo, Pontevedra y Arosa, generaciones y generaciones de madrile?os que forman casi el cien por cien del turismo de estas costas degradadas ecol¨®gica y arquitect¨®nicamente por la afluencia masiva de estos voraces consumidores que palian estacionalmente el despoblamiento progresivo de Galicia, que ya no se debe tanto a la emigraci¨®n como a la baj¨ªsima natalidad. Veraneantes madrile?os, turistas del Foro a los que por su amor a esta tierra y por su responsabilidad consuetudinaria con su degradaci¨®n cabr¨ªa exigirles, como a sus anfitriones, una mayor sensibilidad, m¨¢s respeto por las costas de este para¨ªso perdido en el que tan bien parecen encontrarse.
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