El gato que sab¨ªa demasiado
30 Se ha escrito que el cocker dorado es un animal con tendencias maniaco-depresivas: un d¨ªa amanece entusiasta y cari?oso, y otro hosco y agresivo. Tambi¨¦n se ha escrito lo contrario. Es mucho a¨²n lo que desconocemos del perro, un animal que comparte destino con el hombre desde hace cien mil a?os. De los gatos sabemos todav¨ªa menos. S¨®lo nos conocemos desde hace tres mil a?os. En el Antiguo Egipto los adoraban. No es raro: los gatos custodiaban las cosechas, las manten¨ªan a salvo de peque?os roedores y reptiles, y todos tendemos a adorar a quien nos garantiza el sustento, sea gato o Presidente del Gobierno.
Hoy los gatos han perdido esa utilidad para el hombre. Dentro de unos pocos miles de a?os se dir¨¢ que ni blancos ni negros cazan ratones. Para el perro todav¨ªa se conserva la funci¨®n de guardar la casa, sobre todo el que tiene casa que guardar, pero la relaci¨®n del gato con el ser humano ya es, casi exclusivamente, afectiva. Por eso, yo creo, es m¨¢s sincera.
-?Quiere usted decir, amigo, que Gufa y Cico, los dorados cockers del Presidente, est¨¢n fuera de la carrera sucesoria? -inquiri¨® Federico Trillo, sin abandonar la extra?a postura de sujetarse los ri?ones con las palmas de las manos.
-Probablemente, y eso garantiza su vida.
-?Y por ventura insin¨²a usted, mi querido amigo, que el gato Simbotas conoc¨ªa el nombre del sucesor de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar?
-Probablemente.
-?Y por eso fue envenenado?
-Simbotas no fue envenenado.
-?C¨®mo que no, pardiez! -grit¨® Trillo a los vientos.
-Simbotas fue muerto, no s¨¦ c¨®mo ni qui¨¦n lo mat¨®, pero no hubo cianuro.
-?V¨¢lgame Dios! -declam¨®-. Pobre animalito. Con lo malos que son los golpes en la cabeza.
-Disculpe, ?me puede decir por qu¨¦ lleva las manos a la espalda?
-Ay, amigo m¨ªo. ?sta era la postura habitual de mi admirado Juan Fitzgeraldo Keneddy, en cuyo homenaje mantengo igualmente el tup¨¦, aunque a algunos parezca peinado trasnochado.
-Pero Keneddy sufr¨ªa lumbago.
-Ay, amigo m¨ªo, ya me gustar¨ªa a m¨ª, si eso me acercara un punto m¨¢s a Juan Fitzgeraldo, padecer lumbalgias, aunque ello me privara de vestirme de nazareno en semana santa para llevar un paso cartagenero.
-Yo no he dicho que a Simbotas le dieran un golpe en la cabeza.
Trillo sigui¨® caminando, con las manos en los ri?ones, sin alterar sus andares ni hacer el menor adem¨¢n de girarse.
-Ah, yo qu¨¦ s¨¦. Tampoco hay tantas formas de matar a un gato, ?no?
31 -Soy un desastre, Laura: sospecho de todo el que veo.
-A lo mejor es que todos son culpables.
-Eso. T¨² m¨¦teme m¨¢s l¨ªo en la cabeza.
-En Asesinato en el Orient Expr¨¦s es as¨ª. Poirot se vuelve loco buscando asesinos y resulta que son todos.
-Vaya, ?y te ha dado por leer a Agatha Christie?
-Chico, por ayudarte. ?Qu¨¦ has comido hoy, Pepe Carvalho?
-Tortilla de patatas matutano caducadas al ketchup solidificado.
-Qu¨¦ asco.
-?C¨®mo est¨¢ Marta?
-Bien, con mam¨¢. Jugando.
-Vaya, vaya. ?Ahora es mam¨¢? ?Ya no es Mimadre? ?Ya no hace falta que vaya a verte para poner orden y decirle que Marta es tu hija y no la suya?
-Qu¨¦ tzontzo eres -ri¨®, blanda.
-?Qu¨¦ tiempo hace?
-Un calor pegajos¨ªsimo. Estoy toda h¨²meda.
-No me digas esas cosas a estas horas.
-Venga -se quej¨® sin quejarse-. ?Has o¨ªdo el l¨ªo que se ha montado en Barcelona?
-Te advert¨ª que no dejaras salir a tu madre del pueblo.
-Qu¨¦ tonto est¨¢s.
-Bueno, perdona, quer¨ªa decir a mam¨¢.
-Es un asunto medio pol¨ªtico tambi¨¦n. Han matado a un anticuario que era cu?ado de no s¨¦ qui¨¦n. Ten¨ªa un l¨ªo con la mujer de la limpieza o algo as¨ª.
-Deja, deja. Ya tengo bastante con un crimen.
-Marta te echa de menos, Paco, y yo tambi¨¦n.
-Con lo que me paguen por esto podr¨ªamos hacer un viaje en septiembre. Los ricos se van de vacaciones en septiembre.
-A un sitio lejos.
-Yo tambi¨¦n te echo de menos, Laura. Ser¨¢ que no tengo mujer de la limpieza.
-Pero qu¨¦ supertzontzo eres -susurr¨®, muy bajito, casi un suspirito.
Lo que me faltaba. Por si no ten¨ªa bastantes problemas, encima estaba enamor¨¢ndome de mi mujer.
32 -Yo le sugiero que me borre de su lista de sospechosos -dijo Mariano Rajoy.
-?Por qu¨¦ deber¨ªa hacer eso?
-Mire, caballerete. Est¨¢ claro como el agua que este asunto de Simbotas tiene que ver con la sucesi¨®n del Presidente, y m¨¢s claro es a¨²n que yo no tengo nada que ver con eso -hizo una pausa en su discurso, puls¨® la palanca de su silla el¨¦ctrica para girarse hacia m¨ª y a?adir, enigm¨¢tico-. O s¨ª.
-Expl¨ªquese.
-Ay, amigo, ?qu¨¦ m¨¢s quisiera yo que explicarme! Pero no puedo.
-?Y por qu¨¦?
-Yo qu¨¦ s¨¦. El car¨¢cter, la idiosincrasia... Vaya usted a saber. El caso es que no puedo explicarme. Traicionar¨ªa mi naturaleza.
?Me estaba tomando el pelo? Entraba dentro de lo posible, pero Mariano Rajoy no sonre¨ªa. Claro que tampoco dejaba de sonre¨ªr. ?Qui¨¦n pod¨ªa saber qu¨¦ estaba haciendo Rajoy incluso estando delante suyo?
-Y ahora, hablemos de cosas serias -era su f¨®rmula m¨¢gica: se inclin¨® hacia adelante, dio un chupada honda a su puro, burbuje¨® la cerveza, crepitaron las patatas fritas al salir de la bolsa, zumb¨® la silla para salvar los dos metros que nos separaban-. ?Usted cree que hacemos bien trayendo a Ronaldo al Madrid?
-Le recuerdo que ha querido usted violar la cava de puros privada del Presidente en el primer d¨ªa de su ausencia vacacional, que por esa causa va usted en silla de ruedas y que, por si eso no bastara para demostrar lo complicado de su situaci¨®n, el Presidente sospecha que usted pudo envenenar a su gato.
-Y yo le recuerdo que soy Vicepresidente, ministro de Presidencia, Portavoz, cinco veces exministro, y usted un simple veterinario.
-S¨ª, veterinario, pero al servicio del Presidente, y con simpat¨ªas en el c¨ªrculo de la Presidenta.
-?La Presidenta, dice?
-S¨ª, la Presidenta.
-Hum -medit¨®-. Eso son palabras mayores, desde luego. ?Un whiskito?
33 -Oye, Mayte -intent¨¦ dar un aire casual a la conversaci¨®n-. Te quer¨ªa preguntar: ?t¨² le har¨ªas la autopsia a un gato?
-?Para un concurso de televisi¨®n?
-No exactamente.
-?Entonces? ?Luis, aparta la tortilla del fuego!
Nunca se acostumbra uno a que un forense necesite motivos para abrir cad¨¢veres. Los forenses hacen lo que se les dice, dan una pista o una informaci¨®n clave y punto pelota. Nunca los forenses tienen una tortilla en el fuego, ni la mirada triste, ni una hija con s¨ªndrome de Down.
-Se trata de asaltar el Palacio de la Moncloa.
-Ah.
-Despu¨¦s buscar d¨®nde est¨¢ enterrado el gato del Presidente, robar el cad¨¢ver, salir sin ser vistos y hacer la autopsia.
-?Y no hay que devolver el cad¨¢ver despu¨¦s?
-No, eso no.
-Bueno. Av¨ªsame con tiempo, que le diga a Luis que se quede con la ni?a.
34 - M¨ªreme usted bien -me desafi¨® Rajoy, repentinamente serio, clav¨¢ndome los ojos-. Fumo diez o doce puros al d¨ªa, y de convicciones, qu¨¦ quiere que le diga: yo le vicepresido un Gobierno a Izquierda Unida, si hace falta. No digo que no las tenga, pero son muy el¨¢sticas. Mi trabajo me gusta, pero no le hago ascos al descanso. Creo que no puede haber persona m¨¢s distinta al Presidente que yo, de manera que no espero que su dedo me se?ale para sucederle. O s¨ª. ?Hubiera nombrado Jeckyll sucesor a Hyde? Pues no lo s¨¦, supongo que depende del momento, y hablando de todo un poco, y sin levantar en absoluto la voz, permitir¨¢ que le pregunte: ?se hace usted a la idea del n¨²mero de pimientos que me importa a m¨ª el gato del Presidente? No s¨¦ si me sigue el razonamiento. Espero que s¨ª, porque en Sportman¨ªa van a dar la semifinal del Campeonato del Mundo de 1966, un partidazo, Brasil-Suecia, y me gustar¨ªa que me dejara usted en paz con mis panchitos y mi silla de ruedas, al frente de la maquinaria del Estado.
35 El telediario de madrugada emiti¨® un par de reportajes sobre la anorexia, unas im¨¢genes del matrimonio Aznar posando en ba?ador en la playa, otro reportaje sobre el despilfarro que en otro tiempo supon¨ªan las vacaciones de los Presidentes del Gobierno, y, finalmente, la noticia sobre el l¨ªo de Barcelona del que hablaba Laura, el anticuario muerto, cu?ado de no s¨¦ qui¨¦n, liado con no s¨¦ qui¨¦n y no s¨¦ cu¨¢ntas cosas m¨¢s, leches, o maldita sea, como se diga, el sospechoso del crimen, el detenido, era Negro 1, el federico que s¨®lo una semana antes hab¨ªa venido a buscarme a mi consulta, menudo l¨ªo. Esto ya era un muerto de verdad.
Ma?ana, s¨¦ptimo cap¨ªtulo: Se presenta la leal oposici¨®n
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