El cuervo rehabilitado
El cuervo tiene, como se dice, mala prensa, y no ¨²nicamente en Occidente, porque Bash?, el maestro japon¨¦s del haiku, estilizando la representaci¨®n de lo l¨²gubre, escrib¨ªa en el siglo XVII: 'Sobre una rama muerta / se pos¨® un cuervo. / Noche de oto?o'. A causa de fabulistas y de rom¨¢nticos, en la distribuci¨®n de roles abusivamente practicada entre las especies animales para hacerlas simbolizar el estado de ¨¢nimo de los poetas, al cuervo siempre le ha venido tocando el papel m¨¢s luctuoso, cuando no el m¨¢s rid¨ªculo: gracias a La Fontaine, todos los ni?os de Francia saben que el zorro es capaz de envolver sin mucho esfuerzo la ideaci¨®n un poco laboriosa de los cuervos para tenerlos en sus manos. En su eleg¨ªa prefabricada, Poe calumnia directamente al ave oscura: cualquiera que haya observado la arrogante y casi malhumorada indiferencia de los cuervos sabe que ninguno de ellos se molestar¨ªa en venir a posarse sobre un busto de Palas, en un estudio polvoriento, a escuchar las reflexiones iterativas y m¨¢s bien trilladas del poeta. El cap¨ªtulo de Pylon, de William Faulkner, donde aparece una banda de periodistas ¨¢vidos de sensacionalismo, se titula como por casualidad Los cuervos. Y en cuanto a la opini¨®n popular, cuervo y avenegra son sin¨®nimos de cura para los anticlericales, y para el resto del mundo, de leguleyo tenebroso y venal.
Los apetitos del cuervo son la concupiscencia, la curiosidad y una insaciable comez¨®n de entremeterse en todo
Por suerte para el cuervo (y para nosotros), los indios haida, o mejor, lo que queda de ellos, ya que en 1951 apenas si sobreviv¨ªan unos quinientos, tienen una opini¨®n muy distinta sobre el tema. Los exaltantes Cuentos del cuervo, de Bill Reid y Robert Bringhurst, que tradujo Mar¨ªa C¨®ndor (si no se trata de un seud¨®nimo, este nombre lo debemos al azar objetivo, que fue sin duda inventado por el cuervo de los haidas mucho antes de que lo reivindicaran los surrealistas) y que hace unos meses public¨® Hiperi¨®n en Madrid con un pr¨®logo de Claude L¨¦vi-Strauss, ofrecen una imagen muy diferente del rango, las capacidades, los gustos y el comportamiento del cuervo en cada uno de los rincones, por apartado que se encuentre, del universo cuya creaci¨®n, dicho sea de paso, tambi¨¦n le debemos. Como los tsimshiam (en el centro), los nootka o los kwakiutl (en el sur), los haida, as¨ª como los tlingit y tinneh, (en el norte) habitaron desde tiempos inmemoriales en las Haida Gwaii (islas del pueblo), que ahora se llaman islas Carlota, en la Columbia Brit¨¢nica, al oeste de Canad¨¢. Bringhurst dice en un breve pr¨®logo: 'Reciben su nombre no de los haida, que siempre han vivido en ellas, ni del cuervo, que las puso all¨ª, un tanto por descuido, sino de una mujer que jam¨¢s las vio... la reina Carlota, esposa del rey loco de Inglaterra, Jorge III. As¨ª pues el cuervo, que muchas veces se complace en llamar rosa a una asaf¨¦tida s¨®lo para ver qu¨¦ complicaciones puede causar, nos ha enga?ado una vez m¨¢s, tanto a los haidas como a los forasteros...'.
El cuervo de los haida es una
criatura m¨²ltiple y complicada, capaz de ir a robar la luz para sacar de la oscuridad al mundo de los hombres, y de ir a robar el salm¨®n para regal¨¢rselo a los humanos y de paso deleitarse con ¨¦l, pero tambi¨¦n, apenas un pescador se va al mar a buscar su sustento, el cuervo, que es capaz de infinitas y m¨¢gicas metamorfosis, adopta la forma del pescador y, con un pretexto cualquiera, entra en la casa y se lleva a la mujer a la cama. Cuando lo sorprenden en alguno de esos enjuagues, lo muelen literalmente a golpes, y lo vuelven a machacar 'hasta dejarlo hecho una papilla de huesos destrozados, carne desgarrada y plumas aplastadas'. Y aunque atan los restos con unas piedras pesadas y los tiran al fondo en alta mar, no hay forma de desembarazarse realmente del cuervo, 'predestinado a continuar eternamente sus inquietos vagabundeos en busca de algo que satisfaga sus insaciables apetitos'. Esos apetitos son la concupiscencia, la curiosidad, la buena comida, 'y una insaciable comez¨®n de entremeterse en todo y provocar situaciones...'.
Los cuentos de Bill Reid y Robert Bringhusrt, dos artistas haidas, son de una comunicativa vivacidad y de una maravillosa gracia. Desembarazados de pruritos morales pero tambi¨¦n literarios, narran con humor, desenfado y precisi¨®n las aventuras de ese extraordinario personaje, que es a la vez Dionisios, Zeus y Prometeo, pero un poco tambi¨¦n uno de esos veloces, inasibles, crueles y ubicuos personajes de Tex Avery (el ¨²nico cineasta estadounidense aut¨¦nticamente inmoral en el buen sentido del t¨¦rmino). Seg¨²n L¨¦vi-Strauss, para narrar estos cuentos, que condensan una antigua y compleja tradici¨®n de bardos de muchas tribus, se requiere una considerable erudici¨®n, aunque Bill Reid, modestamente, llama en el pr¨®logo a estas historias 'ligeros entretenimientos, que no son m¨¢s que versiones de refil¨®n de los grandes relatos antiguos. Pero los Cuentos del cuervo tienen el sabor de los mitos inmemoriales, de esa extinguida transici¨®n arcaica del mundo en la que todo lo viviente conviv¨ªa -o se confund¨ªa m¨¢s bien- con la divinidad. Y los elaborados dibujos de Bill Reid que incluye el volumen nos restituyen algo de ese mundo de apetito y de lucha, de tiniebla y de luz, de placer y de crueldad, de muerte y de metamorfosis, de gravedad y de magia.
Frazer nos cuenta en sus Mitos
sobre el origen del fuego, que si el cuervo es negro, lo que tanto hace estremecer a muchos poetastros, es justamente porque se atrevi¨® a ir a robar el fuego para d¨¢rselo a los humanos: antes de eso era blanco. Pero como fracas¨® dos veces, el Gran Esp¨ªritu de los sioux y de otras tribus del valle del Misisip¨ª, enojado, lo volvi¨® negro. Sin embargo, en la versi¨®n cherokee del mito, aunque tambi¨¦n fracas¨®, lleg¨® tan cerca del fuego que las llamas chamuscaron su plumaje y lo ennegrecieron. ?se suena m¨¢s cierto como origen de su negrura. De modo que la silueta negra del cuervo representa los galones que obtuvo yendo a buscar el fuego para los hombres. Los sioux afirman que si fracas¨® fue porque se demor¨® m¨¢s de lo debido comiendo carro?a y que por eso el Gran Esp¨ªritu lo castig¨®. Tal vez sea cierto. Pero es l¨ªcito preguntarse qu¨¦ es m¨¢s condenable, si comer carro?a humana, cuando no se tiene otra cosa donde hincar el diente o dejar, por venganza, c¨®lera, patriotismo, inter¨¦s o ambici¨®n, el tendal de cad¨¢veres en los campos del mundo.
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