La maza
Me pregunto que pensar¨¢ El Lute. Ser¨ªa interesante saber qu¨¦ le viene a la cabeza cuando oye hablar del mazazo, esa modalidad de atraco que ha causado estragos en las joyer¨ªas de Madrid. Toda la existencia de Eleuterio S¨¢nchez qued¨® condicionada el d¨ªa en que atrac¨® una joyer¨ªa de la calle de Bravo Murillo. Lo hizo en compa?¨ªa de El Medrano, un tipo cuyo entorno y circunstancias personales le predestinaron como al propio Lute a convertirse en carne de garrote vil. Ambos entraron a punta de pistola, que era como entraban entonces los que apenas ten¨ªan algo que perder. El atraco se complic¨®, hubo un tiroteo y una ni?a fue a cruzarse con la trayectoria de una bala que le dio muerte.
Aquel riesgo de la vida propia y ajena que supon¨ªa el atraco a mano armada contrasta hoy con el modus operandi que ha puesto al borde de la ruina a todo un sector del comercio madrile?o. Algo tan aparentemente primitivo como la maza se ha revelado como un instrumento delictivo extremadamente eficaz. Lo es, fundamentalmente, porque reduce los tiempos de riesgo a la m¨ªnima expresi¨®n y tambi¨¦n la gravedad legal del delito.
Dos individuos viajan a bordo de una moto de gran cilindrada, ambos llevan casco, un elemento de protecci¨®n obligatorio que pone a salvo su identidad sin despertar sospechas. Al llegar al establecimiento escogido, el de atr¨¢s se baja de la moto y saca la maza de hierro que oculta bajo su cazadora. Un solo golpe no suele ser suficiente para romper el vidrio de seguridad de los escaparates, pero en s¨®lo diez segundos habr¨¢n ca¨ªdo cinco mazazos que terminan abriendo un boquete en el cristal. A partir de ese instante es cuesti¨®n de recoger todo lo que est¨¦ al alcance de la mano con la mayor celeridad y sin complicarse en lo m¨¢s m¨ªnimo. El conductor de la moto que mantiene en todo momento la m¨¢quina en marcha vigila el entorno y se posiciona para emprender la huida. Cuando el de la maza vuelve a encaramarse al veh¨ªculo y reinician la marcha, apenas ha transcurrido un minuto desde que hicieron acto de presencia en el escenario del atraco. Todo ocurre tan deprisa que, cuando alguien llama a la polic¨ªa o sus agentes reaccionan al aviso de la central de alarmas, los asaltantes han logrado ya poner tierra de por medio y diluirse en la vor¨¢gine del tr¨¢fico. Las posibilidades de cazarlos son m¨ªnimas porque, aunque suelen ser vulgares chorizos sin m¨¢s ciencia ni conocimiento que la que se necesita para dar un mamporro, pertenecen a bandas bien organizadas. Ellos saben que en circunstancias normales s¨®lo la casualidad de que una patrulla est¨¦ muy cerca o el helic¨®ptero policial sobrevuele la zona elegida puede chafarles el atraco.
Como lo que m¨¢s les preocupa es el p¨¢jaro, como llaman al helic¨®ptero, habitualmente rastrean con esc¨¢neres las frecuencias que utiliza en sus comunicaciones la polic¨ªa para tenerlo bien localizado. As¨ª, con este sistema tan elemental y carente de sofisticaci¨®n, unas cuantos grupos compuestos por j¨®venes muchas veces menores dieron casi 70 golpes a joyer¨ªas de Madrid en el primer cuatrimestre del a?o. Un m¨¦todo heredero del alunizaje, aquel que oblig¨® a fortificar escaparates protegi¨¦ndolos con vigas o bloques de hormig¨®n, y que mantiene a decenas de agentes empleados en la llamada Operaci¨®n Maza.
Los resultados, como ocurriera con la Operaci¨®n Surco que fren¨® a los astronautas, son muy positivos, aunque s¨®lo en t¨¦rminos estad¨ªsticos. Han reducido los mazazos y detenido a algunos maceros, pero, como estas bandas le tienen cogido el truco a la legislaci¨®n espa?ola, saben que por los delitos contra la propiedad no tienen prisi¨®n preventiva.
Con todo, lo peor es que detr¨¢s de estas bandas ha de haber, necesariamente, alguien que compre todo lo que roban para ponerlo nuevamente en el mercado. Un equipo de inspectores, el grupo 13 de la Polic¨ªa Judicial, trabaja intensamente en el intento de descubrir a los peristas y profesionales del sector joyero y peletero que adquieren el material robado o incluso contratan atracos de encargo.
Queda mucho por hacer en este campo, donde algunas personas supuestamente respetables pueden estar por una parte rogando y por otra, con el mazo dando.
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