Tregua tur¨ªstica en Marruecos
Las tensas relaciones entre los gobiernos provoca un considerable descenso de viajeros espa?oles en el pa¨ªs norteafricano
'Los espa?oles han cerrado el grifo'. Ahmed Houbayei, gu¨ªa tur¨ªstico que cada d¨ªa se busca la vida en las puertas de los hoteles de Marraquech,
retrata con esta sentencia una de las consecuencias de la crisis por la que atraviesan las relaciones entre los gobiernos de Espa?a y Marruecos. Marraquech, una de las seis ciudades imperiales marroqu¨ªes que pasa por ser el principal n¨²cleo tur¨ªstico del pa¨ªs, es estos d¨ªas un hervidero de visitantes, pero en el mes vacacional por excelencia los espa?oles s¨®lo llaman la atenci¨®n por su ausencia. La ciudad est¨¢ tomada por franceses, italianos, alemanes y, en menor medida, portugueses y japoneses.
'Es una pena, pero este a?o el cat¨¢logo de Marruecos se va a quedar como lleg¨®, casi sin abrirlo', corrobora una empleada de una de las m¨¢s importantes agencias de viajes espa?olas. La n¨®mina de desencuentros entre los gobiernos de ambos pa¨ªses (conflicto por el islote Perejil, la llamada a la movilizaci¨®n del rey Mohamed VI para reivindicar la soberan¨ªa de Ceuta y Melilla, o la posici¨®n de Espa?a respecto al refer¨¦ndum de independencia en el S¨¢hara) parece demasiado extensa para que el turista obtenga buenas sensaciones sobre la consecuci¨®n lo que m¨¢s codicia: tranquilidad y bienestar.
'Una cosa son los gobiernos y otra la gente', asegura un gu¨ªa de Marrakech
Los visitantes reconocen un trato exquisito, pero se quejan de que les piden dinero por todo
Pero como el mismo Ahmed explica, 'una cosa son los gobiernos y otra cosa la gente'. Y apostilla: 'Es una verg¨¹enza; Espa?a y Marruecos somos vecinos, amigos desde hace siglos, y siempre nos hemos entendido y tendremos que seguir entendi¨¦ndonos'. Ahmed sabe mejor que nadie sobre los efectos negativos que la ca¨ªda del turismo espa?ol puede tener sobre la econom¨ªa real marroqu¨ª, entre otros, la merma de sus propios ingresos. Y los de sus vecinos y amigos, como el taxista con el que se reparte 300 dirhams (unos 30 euros) por el recorrido de una ma?ana, o de tal o cual vendedor de cer¨¢mica, teteras, mesas y cajas de madera y metal, o, sencillamente babuchas, con los que comparte complicidades y beneficios.
Y la realidad es que el trato que los marroqu¨ªes dispensan al turista espa?ol es, por lo general, sencillamente exquisito. Incluso en caso de p¨¦rdida de una maleta. A diferencia de lo habitual en otras l¨ªneas a¨¦reas, la Royal Air Maroc siempre ofrece una respuesta amable y convincente, hasta empe?arse en hacer real la eficacia que la compa?¨ªa asegura tener en la autopropaganda insertada en el dorso de la copia del impreso de reclamaciones. Primero: 'Su maleta llegar¨¢ a Casablanca en un vuelo a las cuatro de la tarde procedente de Madrid'. M¨¢s tarde: 'Su maleta est¨¢ en Casablanca y saldr¨¢ en un vuelo hacia Marraquech a las 6 de la tarde'. Y por fin una llamada telef¨®nica al hotel sobre las 7 de la tarde informa de que la maleta ya est¨¢ a disposici¨®n de quien deb¨ªa haberla tenido 20 horas antes.
Hay conductores como Mohamed El Harrad que acaban haciendo agradable la tortuosa traves¨ªa en coche entre Casablanca y Marraquech, unas tres horas y media para 216 kil¨®metros. Pese a su desconocimiento del castellano, no cesa en la conversaci¨®n ni en satisfacer de su propio bolsillo las necesidades del viajero: comer, beber, un caf¨¦... El conductor se carcajea sin pudor cuando se le pregunta por Laila (nombre marroqu¨ª de la isla Perejil) y balbucea en ¨¢rabe algo que suena a 'menuda tonter¨ªa'.
La carretera ofrece una intensa circulaci¨®n de coches que transportan familias numerosas cargadas de equipaje. Igual que las que llegan a Algeciras, a fin de cuentas el Estrecho de Gibraltar s¨®lo es un paso en el camino; llegar a T¨¢nger s¨®lo supone en muchos casos el anuncio de las 8 o 10 ¨²ltimas horas de viaje. Las ventas est¨¢n atestadas de viajeros que comen cordero y beben t¨¦, y en quienes nunca se aprecia una mirada desconfiada.
Hay quien como El Larbhi, camarero de la sala de fiestas Semiramis, echa de menos a los espa?oles. 'Son como nosotros, les gusta estar en grupo y conversar mucho, pero ahora vienen muy pocos, siempre en verano y en Semana Santa han venido muchos', afirma. El vac¨ªo de la discoteca a medianoche atestigua que los franceses son m¨¢s aburridos.
?scar, un turista onubense, reconoce que cuando surgi¨® el conflicto del islote Perejil pens¨® suprimir el viaje que ya ten¨ªa contratado con su novia por varias ciudades de Marruecos, y confiesa: 'Me alegro de no haberlo hecho, todo esto es precioso y no s¨®lo no hemos tenido ning¨²n problema, sino que en todos sitios nos han tratado de maravilla'.
Trinidad, una mujer malague?a, s¨®lo se queja del 'continuo sacali?eo' de los marroqu¨ªes, y asevera que llega a ser 'muy inc¨®modo y muy molesto'. Y es que en Marruecos se pide por todo, incluso saber hablar espa?ol es considerado por algunos motivo suficiente para una recompensa. Tomar fotograf¨ªas en la medina de cualquier ciudad resulta imposible sin rascarse el bolsillo. De ello viven los saltimbanquis, encantadores de serpientes, cuentacuentos, m¨²sicos y aguadores que cada atardecer ambientan la plaza Jemaa el-Fna de Marraquech.
'El otro d¨ªa compramos una supuesta daga bereber que no s¨¦ para qu¨¦ queremos, pero el vendedor nos cogi¨® por el brazo y antes de que mi marido pudiera reaccionar ya ten¨ªa tres cuchillos en la mano, le ped¨ªa 600 dirhams y se la llev¨® en 300; as¨ª contado parece una buena operaci¨®n, pero al final te queda la sensaci¨®n de que te han enga?ado', cuenta Trinidad.
La turista malague?a pone otro pero: 'Es barato, pero no tanto como nos hab¨ªan contado'. Aunque al final reconoce: 'Marruecos es estupendo'.
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