ALESSANDRO CORBELLI DA UNA LECCI?N DE CANTO EN PESARO
Un tratamiento esc¨¦nico convencional de Guido de Monticelli dej¨®, en el Festival de Pesaro, el protagonismo de la genial ¨®pera 'Il turco in Italia' a los cantantes. Corbelli estuvo en gran maestro y Patrizia Ciofi fue una Fiorilla de muchos quilates
En Il turco in Italia, el director teatral Guido de Monticelli opta directamente por los convencionalismos escenogr¨¢ficos, con algunos detalles que, sin llegar a osados, al menos desprenden simpat¨ªa, como el baile de m¨¢scaras, la mesa que se prolonga fuera del escenario o el armario que posee ciertas analog¨ªas de automatismo para una caja de m¨²sica.
Monticelli se dedica preferentemente a los cantantes-actores y de ellos saca petr¨®leo, no tanto por su definici¨®n psicol¨®gica como por su contundente presencia en escena. Adem¨¢s cantan bien, y en el caso de Alessandro Corbelli, maravillosamente bien, con lo que lo mejor es dejarse llevar por una partitura rebosante de inventiva, de genialidad, de frescura. Il turco in Italia es una de las ¨®peras m¨¢s hermosas de Rossini. Y el aire pirandelliano que posee a trav¨¦s del personaje de Prostocimo -magn¨ªficamente resuelto por Roberto de Candia, arrastrando un inseparable lote de libros- da a la ¨®pera cierto atractivo intelectual adicional. La poes¨ªa, la melancol¨ªa creativa, complementan las burbujeantes matem¨¢ticas del canto. Rossini se manifiesta en plenitud en esta comedia de caracteres que aparca a un lado la risa en beneficio de la sonrisa, una sonrisa que al final puede resultar hasta agridulce.
El turco Selim fue correctamente perfilado por Ildar Abdrazakov. Pero en esta ¨®pera el personaje fundamental vocalmente es el de Fiorilla, uno de esos roles en que Mar¨ªa Callas sent¨® c¨¢tedra. La dif¨ªcil papeleta le correspondi¨® a Patrizia Ciofi, que en la pasada edici¨®n del Festival de Pesaro sorprendi¨® muy favorablemente en La gazzetta. Ciofi comenz¨® un tanto indecisa, con cierta fragilidad, pero se fue haciendo con el personaje conforme la representaci¨®n transcurr¨ªa, y acab¨® en punta con la endemoniada aria final.
La lecci¨®n de canto, de principio a fin, vino de Alessandro Corbelli en el personaje de Geronio, que desarroll¨® con una precisi¨®n y una elegancia admirables. Desde que lo cant¨® con Riccardo Chailly, en la Scala y en el disco correspondiente, ha madurado much¨ªsimo el nivel vocal e interpretativo. Marisa Martins (Zaida) estuvo din¨¢mica y voluntariosa. Y lo mismo se puede decir del resto del reparto. La fiesta del canto prevalec¨ªa sobre cualquier otra consideraci¨®n.
La orquesta del festival no pas¨® de la discreci¨®n. El trompa solista, por ejemplo, no tuvo su d¨ªa y ya pifi¨® desde la mism¨ªsima obertura. Curiosamente, la orquesta fue dirigida con vivacidad, capacidad concertadora y mucho sentido rossiniano por Riccardo Frizza.
En la valoraci¨®n del Festival de Pesaro de 2001 pesaba en la balanza de una forma fundamental la convivencia de estilos tan dispares como los de Dar¨ªo Fo, Pier Luigi Pizzi y Luca Ronconi. En ¨¦sta de 2002 se da algo parecido con la complementariedad de los trabajos de Pizzi, Emilio Sagi y Guido de Monticelli. Rossini lo absorbe todo. A la cena despu¨¦s de la premi¨¨re se acercaron tenores rossianianos de varias generaciones tan ilustres como Ernesto Palacio o Juan Diego Fl¨®rez. Y es que Rossini siempre invita a cenar. Su m¨²sica despierta apetito adem¨¢s de placer. Y en Pesaro, su lugar natal, m¨¢s que en ninguna otra parte.
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