CLAROSCUROS DE PALMA DE MALLORCA
La capital balear se debate entre la pureza de su arquitectura mediterr¨¢nea y los excesos urban¨ªsticos del litoral
Hay ciudades que acaban siendo v¨ªctimas de su propia notoriedad o de los sistem¨¢ticos manoseos a que las someten ciertos promotores publicitarios. Algo de eso le ocurre a Mallorca, a la ciutat y a la ?lle, acosadas desde hace cosa de dos siglos por los excesos de no pocos especialistas en bellezas naturales y reposos del guerrero. No es ¨¦ste un dato halag¨¹e?o ni para los mallorquines ni para unos visitantes cuyos objetivos difieran de los del turista al uso. Y no lo es sobre todo para la propia divulgaci¨®n de la personalidad insular.
Parece ser que ese turismo obedeci¨® inicialmente a un cierto refinamiento libresco, de burgueses europeos incitados de alg¨²n modo por las a?agazas viajeras de Jorge Sand, que era una latiniparla de mucho cuidado, o por el eco efusivo de Luis Salvador de Austria, un err¨¢tico archiduque que se prend¨® de Mallorca, compr¨® tierras, pre?¨® a zagalas y mand¨® construir excelentes mansiones. Por cierto, una de ellas -S'Estaca- fue adquirida no hace mucho por el actor Michael Douglas, quien la utiliza indistintamente como tregua del instinto b¨¢sico y como escenario de alguna que otra verbena cultural. El archiduque Luis Salvador conoci¨® la isla palmo a palmo, y describi¨® con precisi¨®n mani¨¢tica en un libro monumental -Die Balearem- todo lo que ve¨ªa. El libro es un paradigma interpretativo cuya generosidad a lo mejor todav¨ªa abochorna a algunos mallorquines, m¨¢s que nada por lo que tiene de contraste entre el fervor magn¨¢nimo de un foraster y la codicia de cierta sociedad comercial ind¨ªgena.
Se dec¨ªa que el mundo estaba dividido en cuatro partes: 'Mallorca, fora Mallorca, Par¨ªs de Fran?a i terra de moros'
Ha pasado casi medio siglo desde que estuve por primera vez en Palma. La imagen que suele conservarse de una ciudad tiene mucho que ver con esa inicial experiencia viajera. Pero luego, a medida que pasan los a?os, esas evocaciones van pareci¨¦ndose cada vez m¨¢s a una falsa pista de la memoria. Todo lo que la piqueta del tiempo ha modificado urban¨ªsticamente viene a ser como la r¨¦plica de los cambios operados en la propia mentalidad. Entre la isla por la que yo anduve hace bastantes a?os y la de ahora hay, obviamente, diferencias notables. Se trata de una comparaci¨®n imposible: son im¨¢genes congeladas que ya no tienen mucho sentido relacionar con las actuales. Pero tampoco resulta razonable soslayar esa emocionante constataci¨®n entre una realidad perdida y la hallada en sucesivos reencuentros.
Para llegar a Mallorca, yo recomendar¨ªa el menos confortable pero m¨¢s placentero medio de transporte. Se trata naturalmente de la v¨ªa mar¨ªtima regular, que resulta de hecho mucho m¨¢s inc¨®moda, pero que es tambi¨¦n la m¨¢s remunerativa. La isla va apareciendo en el horizonte con una suavidad crom¨¢tica deliciosa, y el paulatino acercamiento del barco proporciona todo un muestrario paisaj¨ªstico: un promontorio de pinos al que se encarama el castillo de Bellver, unas campi?as punteadas de almendros y algarrobos, unas piedras que la distancia ennoblece, una selva de m¨¢stiles emergiendo de la d¨¢rsena. El viajero quiz¨¢ empiece a intuir que llega a un lugar hermoso, a una isla hospitalaria muy bien dispuesta para acomodarse a sus gustos. Pero enseguida surge por ah¨ª otra evidencia: la de un desvar¨ªo urban¨ªstico que invade literalmente la costa y a¨²n parece considerar al mar zona edificable. Como en muchos otros enclaves mediterr¨¢neos, el litoral es ya un grosero circuito de hoteles, apartamentos y playas amuebladas.
A pesar de los profusos reclamos tur¨ªsticos y de las met¨®dicas cursiler¨ªas municipales, a¨²n puede encontrarse en Palma un cierto regusto aldeano, como de intercomunicaci¨®n sigilosa entre el campo y la ciudad. Y eso le otorga al clima c¨ªvico un encanto prestigioso, como si la propia personalidad palmesana adquiriera unas atribuciones m¨¢s acogedoras, m¨¢s dom¨¦sticas. Si el viajero consigue esquivar la ramplona ilustraci¨®n del turismo de calzona y mochila, puede valorar en toda su extensa gama de seducciones la venerable y s¨®lida belleza esc¨¦nica de Palma, toda ella como te?ida de un tono acusadamente italiano. Caminar por las vecindades de la catedral y del palacio ¨¢rabe de la Almudaina, o por callejas que confluyen en el Borne o la Lonja, puede llegar a ser una experiencia grat¨ªsima. Casi todo lo que se ve est¨¢ vinculado a alg¨²n ¨ªntegro linaje popular que se resiste a ser desplazado por las faramallas de la moda: casi todo depende a¨²n de las viejas memorias se?oriales: los elegantes, solemnes palacios de Sollerich, Oleza, Berga, Zavell¨¢. Lo dem¨¢s es lo que se exhibe en las vitrinas de un tipismo de cromo marinero, de souvenirs imposibles, de bolero balear con letra de agencias de viajes.
Aconsejo lo que nunca dejo de hacer: deambular por los adarves de unas murallas contra las que ya no rompe ning¨²n oleaje, salvo el del tr¨¢fico a lo largo de una carretera forzosamente ganada a la mar de Ulises. Lo mejor es perderse por las inmediaciones del bello palacio episcopal. Desde ah¨ª hasta Santa Eulalia pueden irse aprendiendo no pocas lecciones sobre las magn¨ªficas intimidades de Palma, esa ruta m¨¢s bien imperceptible a primera vista y donde la tradici¨®n se hospeda -o se hospeda-ba- en tiendas de ultramarinos y de efectos navales, talleres de plateros, peque?os cellers ya casi absorbidos por la peor colonizaci¨®n consumista, pero en los que todav¨ªa humea la f¨¦rtil cocina local: tumbet, greixera, frit, escalduns, coca amb verdura.
Como bien se sabe, Palma y el litoral circunvecino han ido paulatinamente adecu¨¢ndose a las exigencias tur¨ªsticas. Apenas quedan parajes confabulados con la integridad hist¨®rica insular. La avidez urbanizadora creci¨® al mismo ritmo ca¨®tico que las leyes de la oferta y la demanda. Por supuesto que sobreviven a¨²n espacios espl¨¦ndidos: Sa Calobra, el Torrent de Par¨¨is, el monte del com¨²n de Bunyola, Formentor, Dei¨¤, Lluch-Alcari, las inmediaciones del Puig Major, algunos pueblos de casi inusitada pureza arquitect¨®nica -Sineu, Orient, Llub¨ª, Binissalem, Galilea-, am¨¦n de los fastuosos recreos de Raixa y Alfabia, muy parecidos a las mejores villas del cintur¨®n de Roma. Pero, ?hasta cu¨¢ndo podr¨¢n seguir libr¨¢ndose de la voracidad especulativa? ?ltimamente, incluso algunas antiguas possessions, con sus hermosas casonas enclavadas en fichas de origen se?orial -por donde vagan los fantasmas novel¨ªsticos de Villalonga-, est¨¢n siendo habilitadas como hostales y mesones.
Portals Nous, por ejemplo, no lejos de Palma, era un ameno altozano gustosamente transitable, y hoy es una comarca invadida por alemanes, no otra vez por tribus germ¨¢nicas de visigodos o suevos, sino por huestes inn¨²meras de pensionistas que disponen de comercios alemanes, prensa alemana, colegios alemanes, hospitales alemanes y no s¨¦ si autogobierno alem¨¢n. Esas irrupciones de turistas en r¨¦gimen de estables son ya frecuentes en Mallorca, o en esa funcionalidad de c¨¢mara de comercio que ostenta cierta Mallorca. Tengo le¨ªdo, no obstante, que la reciente ca¨ªda de los mercados brit¨¢nico y alem¨¢n ha hecho descender el c¨®mputo de turistas casi en un 25%, que es v¨¦rtigo descrito en el manual de primeros auxilios de los tours operators.
Aparte de las tendencias noveleras de cada cual, Mallorca est¨¢ muy bien abastecida de recordatorios culturales unidos a paisajes muy concretos: por ejemplo, la cueva de Randa, cerca de Lluchmajor, en que se refugi¨® el fascinante Ram¨®n Llull; el presidio de Bellver, donde purg¨® Jovellanos su denuedo racionalista; la intrincada, dif¨ªcil Valldemossa de Chopin; la enf¨¢tica resonancia de Camp de Mar en la poes¨ªa de Rub¨¦n Dar¨ªo; la ciutat cr¨ªticamente auscultada por Miquel y Loren? Villalonga; el sensorial reflejo de Pollen?a en la pintura de Anglada Camarasa; la simb¨®lica Dei¨¤ de Robert Graves... Todo eso es lo que no podr¨¢ desvanecerse nunca. Todo eso pertenece a aquella sociedad mallorquina, a caballo entre el glamour decimon¨®nico y las innovaciones modernistas, entre el inmovilismo y la decadencia, que prefiri¨® vivir al margen de los consecutivos contagios extranjeros. Era cuando se dec¨ªa con minuciosa jactancia que el mundo estaba dividido en cuatro partes, a saber: 'Mallorca, fora Mallorca, Par¨ªs de Fran?a i terra de moros'. Como lecci¨®n de geograf¨ªa humana no est¨¢ nada mal.
Gu¨ªa pr¨¢ctica
Datos b¨¢sicos
Poblaci¨®n: Palma tiene una poblaci¨®n estable de 333.900 personas. En 2001 han pasado por la isla 7,21 millones de turistas y visitantes.
C¨®mo ir
Hasta el 1 de septiembre, Iberia (902 400 500; www.iberia.com) ofrece vuelos de ida y vuelta desde 72 euros, m¨¢s tasas.
Air Europa (902 401 501; www.aireuropa.com). Desde 99 euros, m¨¢s tasas.
Trasmediterr¨¢nea (902 454 645; www.trasmediterranea.es). Ferries y fast ferries desde Barcelona por 90,86 y 107,60 euros, respectivamente (ida y vuelta).
Dormir
Hotel Born (971 712 942). Sant Jaime, 3. Palma de Mallorca. La habitaci¨®n doble cuesta 91,95 euros, con desayuno y tasas incluidos.
Santa Ana (971 401 512). Gaviota, 9. La doble, 90,40 euros, con desayuno y tasas.
Tryp Bosque (971 734 445). Camilo Jos¨¦ Cela, 5. Palma de Mallorca. La doble con desayuno y tasas, 82,32 euros.
Comer
Can Nofre (971 462 359). Manacor, 27. Pescados. Precio medio, 18 euros.
Bodega Binissalem (971 468 764). Foners, 51. 20 euros.
La Cuchara (971 710 000). Paseo de Mallorca, 18. 33 euros.
Informaci¨®n
971 724 090; www.a-palma.es.
ISIDORO MERINO
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