Zweig
Sus libros estuvieron en los desvanes; debi¨® de ser que la dictadura los dej¨® entrar porque el hombre era anticomunista y que nuestra ¨¦poca los rechaz¨® precisamente por eso; pero lo cierto es que durante a?os nos perdimos esa prosa plet¨®rica, aunque melanc¨®lica, de Stefan Zweig. Ahora regresa, y entre todos los libros que ha tra¨ªdo consigo su ola de recuperaci¨®n hay uno, El mundo de ayer, que parece escrito hoy. Es curioso lo que pasa con este libro: parece escrito desde hoy. Lo escribi¨® el autor austriaco para contar qu¨¦ le pas¨® a Europa (y al mundo) entre las guerras, c¨®mo se fue consolidando el nacionalismo hitleriano y c¨®mo iban aliment¨¢ndose (en Espa?a tambi¨¦n, y de qu¨¦ modo; ¨¦l lo vio pasando por Vigo) las razones de la guerra, el odio por los diferentes, el ansia de acabar con los que pensaran de otra manera. Con rabia, con asco y siempre con melancol¨ªa, este hombre culto que quiso vivir sin patrias y que ten¨ªa nostalgia de los largos periodos de la historia en los que fue posible viajar sin pasaporte contempl¨® c¨®mo quemaban su casa, encarcelaban a sus amigos y hac¨ªan que el odio creciera, como las fronteras, hasta que el aliento f¨¦tido de un loco, Hitler, embauc¨® a sus vecinos y repiti¨® en Alemania, en Italia, en Espa?a, la misma patra?a de la paz mientras armaba de fusiles y de dientes nuevos a j¨®venes incautos que desfilaron en su favor, en el de Mussolini y en el de Franco para acabar con la ilusi¨®n de la paz que tuvo alg¨²n tiempo de vida despu¨¦s de la primera guerra. Es desgarrador el libro, como es desgarradora la historia, todo el tiempo perdido, de la cultura y de la vida, que Zweig relata en su recuento detenido, que tiene una almendra final, de suprema melancol¨ªa, cuando advierte que el tiempo se acab¨®, se le acab¨®: 'Me hab¨ªa sacudido la carga que me aplastaba el alma y me hab¨ªa restituido a m¨ª mismo: en el mismo instante en que en mi interior hab¨ªa dicho no a la ¨¦poca, hab¨ªa encontrado el s¨ª a m¨ª mismo'. Se suicid¨® en 1942, en Brasil, cuando Europa se descuartizaba y Espa?a, por ejemplo, ten¨ªa su brazo en alto. Cuando se lee hoy El mundo de ayer, da la impresi¨®n de que Zweig habla de una experiencia ajena, tan l¨²cido es su testimonio. Acaso por eso hoy da miedo su suicidio.
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