Adi¨®s al sue?o de La Floresta
El Casal de La Floresta, catalogado por la Generalitat como 'edificio de inter¨¦s hist¨®rico y arquitect¨®nico', es ahora mismo una pura ruina. Las puertas y ventanas est¨¢n tapiadas, las balaustradas ca¨ªdas, las paredes llenas de grafitos, las escaleras destrozadas y la antigua pista invadida por la maleza y el olvido. Una ruina. Y, sin embargo, todav¨ªa puede leerse entre l¨ªneas, o intuirse entre la implacable decadencia, el antiguo esplendor. Y es que este edificio ha tenido en el pasado varios momentos de gloria. Nacido como casino en la d¨¦cada de 1920, se cuenta que el presidente Llu¨ªs Companys y el rey Alfonso XIII fueron vistos en sus salas. Poco antes de la guerra civil, se convirti¨® en centro familiar y en escenario de verbenas, meriendas y bailes de la burgues¨ªa feliz que veraneaba en La Floresta. Al final de la guerra, el Casal qued¨® bajo la tutela de la parroquia, hasta que, tras la muerte del dictador, a principios de 1976 pas¨® a gestionarlo la Associaci¨® de Ve?ns de La Floresta. De esos a?os data la ¨²ltima etapa gloriosa del Casal, el canto del cisne de una instituci¨®n que, tras ser comprada en 1982 por el Ayuntamiento de Sant Cugat, agoniza en medio de un marasmo de desidia y burocracia.
Los m¨²sicos de la escuela Zeleste pasaron por el Casal de La Floresta convirti¨¦ndolo en un local m¨ªtico
Fue en la segunda mitad de los a?os setenta cuando los grupos alternativos descubrieron en La Floresta una especie de para¨ªso perdido, a tan s¨®lo un paso de Barcelona. Los hippies se instalaron en las antiguas villas de veraneo -casas con nombre de mujer, p¨¦rgolas, parterres y jardines de sombra- y Sisa, Pau Riba, Gato P¨¦rez y otros m¨²sicos de la escuela Zeleste actuaron a menudo en el Casal. Aquellos tiempos de euforia, tocados de sue?os lis¨¦rgicos y de lejanas utop¨ªas, acabaron por convertir el Casal en un local m¨ªtico, pero el sue?o se esfum¨® en 1982, cuando las utop¨ªas pasaron de largo y el Ayuntamiento de Sant Cugat se hizo cargo (es un decir) del Casal de La Floresta. Convertido en nuevo propietario, el Ayuntamiento se limit¨® a dejar que aquel local hist¨®rico cayera en pedazos.
Sant Cugat ha cambiado mucho en los ¨²ltimos a?os. Cuando en 1991 se abrieron los t¨²neles de Vallvidrera, los barceloneses y las inmobiliarias descubrieron el potencial de la poblaci¨®n vallesana y Sant Cugat se ha convertido en la capital mundial de las casas apareadas y en una ciudad de imparable crecimiento. De los 20.000 habitantes de 1970 se ha pasado a los m¨¢s de 60.000 de ahora, y el horizonte sigue marcado por un bosque de gr¨²as.
El Auditori de Sant Cugat, inaugurado en oto?o de 1993, ejerce de s¨ªmbolo de los nuevos tiempos. Si en los setenta se llevaba el Casal de La Floresta, m¨²sica alternativa, porros y buen rollo, ahora toca un auditorio concebido para presentar batalla cultural a Barcelona, con producciones propias y un presupuesto de 1,2 millones de euros anuales. Si en los setenta se necesitaba ¨²nicamente un grupo de vecinos con ganas de marcha para montar una plataforma cultural, ahora se parte de una inversi¨®n de 18 millones de euros para un aparatoso centro cultural que consta de auditorio, cuatro salas de cine, biblioteca y conservatorio de m¨²sica. La programaci¨®n puede ser interesante, pero la diferencia de criterios es brutal. Lo alternativo frente a lo colosal, lo popular frente a lo dirigido. En las escaleras del auditorio, ajenos a este contraste forjado en 20 a?os de cambios, skaters adolescentes encuentran una excelente plataforma para ejercitar sus saltos al vac¨ªo.
Perdido definitivamente el ambiente de pueblo, Sant Cugat se esfuerza por mantener una identidad cada vez m¨¢s dif¨ªcil. Es cierto que a¨²n quedan referencias como los restaurantes El Mes¨®n y Casablanca, o la librer¨ªa Paideia, pero tambi¨¦n lo es que los viejos comercios van cerrando para ceder el paso a las oficinas de inmobiliarias, a las franquicias de marcas multinacionales o a la americanada del centro comercial. Queda el monasterio, eso s¨ª, una joya cultural que acaba de cumplir 1.000 a?os y que lo ha celebrado con una reforma de la plaza. El Ayuntamiento ha lanzado las campanas al vuelo para celebrarlo, pero los descontentos han reaccionado contra las banderas oficiales que proclaman Gaudeamus! y L'any del mil.lenari con pintadas artesanales de Gastamus! y L'any del mil-lionari, en referencia a la descarada presi¨®n de las inmobiliarias y al aumento incesante de precios.
Mientras tanto, ajeno a la euforia municipal, el Casal de La Floresta sigue deterior¨¢ndose en su largo peregrinaje hacia la ruina y el olvido. Las ventanas tapiadas, las balaustradas rotas y la maleza y los gatos fam¨¦licos invadiendo la pista de baile. Son otros tiempos, sin duda, aunque hay quien se empe?a en ver en las pintadas que celebran L'any del mil.lionari un retorno al esp¨ªritu alternativo del viejo Casal de los a?os setenta, aquel en el que, 20 a?os atr¨¢s, triunfaba Gato P¨¦rez proclamando que 'de noche todos los gatos son pardos'.
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