"?VAMOS, VAMOS, A MOVER LAS MANOS!"
La madrugada de Lorca est¨¢ llena de sombras. Son los jornaleros ecuatorianos que van a trabajar al campo. Las mujeres se han levantado antes todav¨ªa para preparar la comida o dejar a los ni?os con otra mujer. EL PA?S comparti¨® su jornada bajo el pl¨¢stico asfixiante de los invernaderos murcianos
La calle est¨¢ llena de sombras. Sombras con paso cansino y un bulto a la espalda. Sombras que se detienen junto a otras sombras. 'Buenos d¨ªas', se saludan en la noche cerrada. Voces somnolientas y de acento suave, de braceros ecuatorianos. Hombres y mujeres que viajan de madrugada hacia el campo o el invernadero. Bajo el pl¨¢stico asfixiante aguardan toneladas de tomates y la cantinela de apremio. '?Vamos, vamos, a mover las manos!', grita el encargado. La periodista comparte su jornada en el agro murciano. A 7,48 euros la hora de sudor. Una suerte: hay quien ofrece menos. Y tras cobrar, pagar. El chulquero -as¨ª llaman al prestamista- reclama los 2.000 euros que adelant¨®, al 10% mensual, para financiar el viaje a Eldorado espa?ol.
'Cuando un hijo pide y no se tiene, a uno se le caen las l¨¢grimas. Por eso vengo', asegura Gloria
Nancy, superviviente de la tragedia de la furgoneta, se ha prometido que nunca volver¨¢ al campo
Son las cinco de cualquier madrugada en la ciudad de Lorca. Hora punta en la meca de la inmigraci¨®n ecuatoriana. El trasiego de autobuses y furgonetas est¨¢ en pleno auge. Junto a los supermercados o en la plaza del ?valo, principales puntos de enganche, se congregan en silencio decenas de personas. La mayor¨ªa llegaron de Ecuador y buena parte son mujeres. Tambi¨¦n hay magreb¨ªes, los espa?oles resultan una rareza. Llegan con la comida en el macuto, la gorra puesta y dos sue?os: el de la prosperidad... y el de verdad.
El capazo en la mano distingue a quienes partir¨¢n a recoger fruta. Mar¨ªa Viri se lo ha olvidado en casa, donde duermen sus cinco hijas al cuidado 'de la due?a'. Pero ya se apa?ar¨¢, conf¨ªa apresurada al subir al autob¨²s. Bety aguarda el suyo. Mientras, se promete que regresar¨¢ cuanto antes. Quiz¨¢s en Ecuador logre dormir m¨¢s de las dos horas que suele descansar desde que lleg¨®, hace un a?o. All¨ª era costurera. Aqu¨ª, jornalera. Hoy le ha tocado madrug¨®n extra para preparar el almuerzo que tomar¨¢ en la finca: en su piso compartido hay turnos para la cocina. 'Voy a trabajar siete horas. Me pagan a 700 pesetas (4,21 euros) cada una, pero yo tengo que pagar 1.000 (6 euros) por el transporte', explica esta soltera de 29 a?os. Volver¨¢ a medianoche, tras varias horas de autob¨²s.
'Cuando el trabajo est¨¢ a m¨¢s de cinco kil¨®metros, las empresas deben pagar el viaje. El convenio fija en 779 pesetas la hora (4,68 euros). Yo pago 790 (4,75)', asegura el due?o de una firma de trabajo temporal. El hombre, que pide anonimato, supervisa la partida de sus 200 jornaleros puestos a disposici¨®n. 'Por desgracia, se contrata a mucha gente ilegalmente', reconoce. Los inmigrantes sin papeles tambi¨¦n necesitan trabajar. A cualquier precio.
Bety lo sabe bien. Viaj¨® obligada 'por la necesidad y la falta que ten¨ªa en Ecuador'. Por esa raz¨®n, Mar¨ªa del Carmen Criollo pasar¨¢ el d¨ªa agachada entre las lechugas. Antes ama de casa, ahora espera el autob¨²s sentada en un bordillo junto a su marido. Viajan hasta Guadix, a 180 kil¨®metros de distancia. Lorca se ha convertido en el epicentro que distribuye mano de obra diaria en un radio de unos doscientos kil¨®metros, sobre todo en verano, cuando escasea el trabajo cerca.
'Lo m¨¢s triste es estar lejos de la familia', dice Mar¨ªa del Carmen. Volver¨¢ tambi¨¦n de noche, pero ahora piensa en su beb¨¦, al cuidado de una hermana en Ecuador. All¨ª la crisis y la dolarizaci¨®n han expulsado a unas 200.000 personas hacia Espa?a en pos de una vida mejor. Un ¨¦xodo r¨¢pido que comenz¨® desde 1998 con dos destinos principales: el trabajo dom¨¦stico y el campo. Sus protagonistas tienen entre 25 y 35 a?os de media.
A la luz de otra farola aguarda Mariana. Hace un rato dej¨® a su beb¨¦ en casa de otra compatriota a cambio de 180 euros al mes, comida aparte. La guarder¨ªa es un lujo inviable: carece de horario compatible con el materno. Esta veintea?era espera su transporte. Con ella viajar¨¢n otras 40 personas, incluida la periodista.
-Buenos d¨ªas, saluda el encargado en la noche cerrada.
Es un ecuatoriano joven, reci¨¦n perfumado y con camiseta de moda. Pasan de las 5.30 cuando llega el autob¨²s a?oso. Los jornaleros ocupan sus puestos habituales. La decena de magreb¨ªes se diluye entre los latinos: media docena de colombianos y la mayor¨ªa, de Ecuador. S¨®lo tres espa?oles a bordo, ch¨®fer incluido.
Traqueteo hacia Totana, destino final en Mazarr¨®n. M¨¢s de 50 kil¨®metros sin derecho a cabezada: la m¨²sica salsa atruena por los altavoces, pero nadie canta. Al alba, el autob¨²s alcanza su destino: una interminable tanda de invernaderos cerca del mar. Cada bracero toma el pesado carro que empujar¨¢ durante horas con tres o cuatro cajas. El encargado distribuye a cada pe¨®n en un r¨ªo, una hilera de unos 50 metros de tomateras bajo el pl¨¢stico. Todos quedan apostados a la entrada. Respirando el aire fresco que pronto faltar¨¢: el trabajo comienza a las siete en punto.
-?Alimonados!, vocea el capataz.
O sea, dejar los tomates verdes y arrancar los dem¨¢s, 'con rabito siempre que sea posible'. Quien quiera trabajar con guantes para protegerse -del plaguicida, por ejemplo- debe llevarlos de casa. Muchos optan por los de goma, los m¨¢s baratos, aunque las manos se reblandecen con el sudor.
Tomate a tomate, caja a caja, 18 kilos en cada una. La ma?ana avanza. Alguien entona una canci¨®n rom¨¢ntica. Dura poco. Como las conversaciones. Son breves, un desahogo para seguir trabajando. M¨¢s fuerte suena el ruido de las manos sobre las matas de dos metros de altura.
A las 10.00, diez minutos para almorzar. Ni uno m¨¢s. Termos y tarteras en acci¨®n. El calor es ya insoportable. Y a¨²n quedan tres horas de asfixia. La cantinela del encargado siempre al fondo: '?Vamos, vamos, a mover las manos!'.
-Estuve en la lechuga, y es peor -comenta Mariana desde su r¨ªo.
Corre mucho sudor antes de ali?ar una ensalada. A las 13.10 acaba la faena: hoy es corta. Quien quiera bebida fr¨ªa debe echar unas monedas en la m¨¢quina, pero se atasca. Un marroqu¨ª reclama la botella caliente de la periodista. La vac¨ªa en la suya, a¨²n con hielo. Tras agitarla, trasvasa nuevamente el agua y la devuelve helada. Solidaridad de pe¨®n mientras el encargado firma las horas. En esta empresa de trabajo temporal se cobra por quincenas. Es una de las ETT que copan buena parte de la contrataci¨®n de jornaleros. Son un sector en auge en una tierra que tiempo atr¨¢s se desangr¨® con la emigraci¨®n. Y es que en Murcia el trasvase de agua ha hecho milagros y levantado mansiones. La pr¨®spera agricultura es bander¨ªn de enganche: en Lorca la poblaci¨®n censada ha aumentado un 15% en la ¨²ltima d¨¦cada. Medio punto m¨¢s que la media regional, ya entre las m¨¢s altas de Espa?a.
Con todo, los n¨²meros lorquinos enga?an. La ciudad tiene 80.023 empadronados, el 13% extranjeros. Predominan los ecuatorianos (6.840), que han frenado la llegada de magreb¨ªes (2.150 de Marruecos y 163 argelinos), seg¨²n el concejal de Servicios Sociales, el socialista Leoncio Collado. 'Como m¨ªnimo, hay un 30% m¨¢s de inmigrantes que los censados', reconoce el edil. En C¨¢ritas aquilatan: 'La mayor¨ªa est¨¢n sin empadronar. El a?o pasado atendimos a 14.215 inmigrantes. El grupo mayor fue el de mujeres ecuatorianas, m¨¢s de 6.000'. Pero s¨®lo hay 2.647 empadronadas.
Gloria Gima a¨²n no ha logrado registrarse. Y s¨®lo ha conseguido trabajar dos d¨ªas desde que hace un mes lleg¨® como turista desde un arrabal de Quito. All¨¢ ha dejado un hijo. Aqu¨ª ha descubierto que trae otro dentro. 'Angustia ver que pasan los d¨ªas y no hay trabajo', dice. Para los ilegales como ella suele ser m¨¢s dif¨ªcil. Pero no imposible. Aguarda en uno de los puntos de cita -casi siempre cerca de la v¨ªa f¨¦rrea- donde los patronos eligen al alba qui¨¦n ganar¨¢ jornal.
'Cuando un hijo pide y no se tiene, a uno se le caen las l¨¢grimas. Por eso vengo', dice Gloria, de 24 a?os. Por eso ella y su marido han pedido 3.000 euros al chulquero, que cobra 'el 10% mensual' en Ecuador por financiar el viaje. Y de momento no ganan ni para vivir, ni para pagar los 90 euros de cada cama. '?Van a dar papeles?', pregunta.
'La mayor¨ªa de los inmigrantes ya los tienen, pero cerca del 30% a¨²n carece de ellos', asegura la responsable de migraciones de CC OO en Murcia, Juana Costa. El c¨®nsul honorario de Ecuador en esa comunidad, Juan Bastidas, estima que en la regi¨®n hay 45.000 ecuatorianos y que s¨®lo 20.000 disponen de permiso de trabajo. 'Creo que ellos no vienen a ser felices, sino a sufrir menos', reflexiona.
En Lorca escaseaban los papeles en regla cuando lleg¨® la tragedia. El 3 de enero de 2001, 12 ecuatorianos murieron arrollados por el tren en un paso a nivel. Viajaban hacinados en una furgoneta para ir a recoger br¨¦col. Dos pasajeros sobrevivieron. De todos, s¨®lo tres hab¨ªan pedido regularizar su situaci¨®n. Aquel d¨ªa fue 'el peor' en la vida de Nelio Le¨®n Vergara. Era el conductor. Hoy trabaja de encargado, a¨²n con la documentaci¨®n -y la sentencia- pendiente. 'El accidente perjudic¨® a los sin papeles. Durante meses nadie los quer¨ªa contratar', recuerda. Las movilizaciones forzaron a las autoridades a abrir la mano.
Agustina Ocampo da fe. Despu¨¦s de la tragedia pas¨® seis meses escondida junto a su esposo en una finca. 'El patr¨®n se port¨® muy bien. Nos cedi¨® la casa gratis y a mi marido le mantuvo el trabajo', recuerda. Ya con la documentaci¨®n en regla, labora en un invernadero donde no le pagan las horas extra: todas 'a 4,68'. 'Tampoco nos dejan salir del pl¨¢stico. Tengo que trabajar r¨¢pido, porque hay mucha gente con papeles, y si no das, te vas'. 'Se aguanta lo que sea por volver y hacerse una casa', remacha Enid Cano, ex comerciante.
'A veces es peor tener papeles, porque hay que pagar 11.000 pesetas al mes de Seguridad Social aunque no se trabaje', reflexiona Magdalena Tocto. 'En el servicio dom¨¦stico a¨²n pagar¨ªa m¨¢s y cobrar¨ªa menos', a?ade. Pero hay quien prefiere esa opci¨®n, sobre todo si cae en una gran ciudad. Esta mujer de 31 a?os ha dejado el almac¨¦n hortofrut¨ªcola por la larga jornada: 'Ten¨ªa un contrato de 40 horas y hac¨ªa 80'. Recuerda que en Ecuador o¨ªa maravillas de Espa?a, pero no ha logrado encontrarlas. Eldorado no brilla.
Nube ha hecho el camino inverso: prefiere la sombra del almac¨¦n, aunque la jornada sea extensa. Hace un a?o esta secretaria empez¨® cortando lechugas a destajo -'me robaban tres pesetas por cada una, cobr¨¦ cinco en lugar de las ocho que me ofrecieron'-. Con aquellas 220.000 pesetas mensuales (1.322 euros) sald¨® deudas. Ahora intenta ahorrar para volver cuanto antes. Tendr¨¢ a sus hijos en Ecuador, 'porque aqu¨ª los cuidan mal'.
Jesusa lleva al suyo en brazos a la iglesia de San Mateo. A la Virgen del Cisne, tra¨ªda desde Ecuador, le pide que le permita 'pasar bien aqu¨ª y que no falte el trabajo por lo menos para comer'. En las preces no a?ade la deuda, a¨²n de 600 euros.
Ya es s¨¢bado por la tarde y las penas se alivian. Estela ha plantado su barbacoa en la cancha deportiva donde se re¨²ne la colonia ecuatoriana. Viste de cocinera: uniforme blanco impoluto coronado por una gorra. A su lado, varias mujeres venden cerveza. Algunos hombres la consumen -las borracheras son la cr¨ªtica m¨¢s frecuente de los lorquinos a los ecuatorianos-. Otros juegan al ecuavoley, voleibol de red muy alta y tres por equipo.
Carne asada con guarnici¨®n. '?Desea probar un pedacito?', ofrece Estela. Los fines de semana cambia el campo por los platos ecuatorianos. Los vende a tres euros. Gana un dinero extra, a ver si los tres chicos siguen estudiando y evitan ser braceros.
?se es el sue?o de Nancy P. V., la otra superviviente de la tragedia de la furgoneta. El d¨ªa negro ten¨ªa 13 a?os e iba a trabajar a destajo para ayudar a su familia: su madre, con una pierna rota, llevaba meses sin jornal. La familia hab¨ªa pedido 4.000 euros para el viaje de sus dos hijas. 'Yo quiero seguir estudiando, pero a¨²n estoy muy confundida. Me gustar¨ªa ser secretaria', dice Nancy. 'Y yo, m¨¦dico', tercia su hermana peque?a, Vanessa. La mayor se siente de prestado en Espa?a. A¨²n le duele la rodilla y no puede correr, el deporte que m¨¢s le gustaba. 'Se pone mala cada vez que ve el tren o tiene que cruzar las v¨ªas', asegura su madre, Rosamada Valseca. En Lorca, atravesada por los ra¨ªles, siguen sin suprimirse los 28 pasos a nivel. 'Nunca ir¨¦ al campo', se promete la quincena?era.
S¨¢bado noche. De nuevo al autob¨²s. ?ste es gratis y lleva a la discoteca. Canela Fina, a 15 kil¨®metros de Lorca, programa a Jazm¨ªn, la reina de la tecnocumbia. Aqu¨ª no hay jornaleros. S¨®lo bailarines. Bailar, beber, olvidar. Esta madrugada de lunes, sombras de nuevo. El autob¨²s rueda hacia el tajo.
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