El arte de los aeropuertos
La entidad p¨²blica AENA, organismo encargado de gestionar la red de aeropuertos civiles y la navegaci¨®n a¨¦rea en Espa?a, posee una nutrida colecci¨®n de arte contempor¨¢neo, formada en su mayor¨ªa por obras preferentemente de gran formato que se reparten por las diversas y grandes instalaciones de los aeropuertos. Una parte de esa colecci¨®n puede verse actualmente en la sala Kubo del Kursaal donostiarra.
En el espacio principal de la sala se han instalado las piezas m¨¢s grandes. El primer impacto es sumamente atractivo y sugerente. Luego, cuando la atenci¨®n se torna pormenorizada, unas obras destacan sobre otras. Por encima de todas se alza la de Luis Gordillo, titulada, con su iron¨ªa habitual, Corona de espina-cas, fechada en 1996. En ella se ense?orea el juego de espacios superpuestos y la reticulaci¨®n multiforme de huecos y contrahuecos, luces y sombras en perpetuo ritornello, trazado todo bajo la simult¨¢nea dial¨¦ctica de hacer convivir la inventiva m¨¢s libre con el m¨¢ximo ordenamiento de esa libertad azarosa.
La obra expuesta de Miquel Barcel¨® est¨¢ en la l¨ªnea personal de su arte. El tenebrismo, putrefacci¨®n y detritus mat¨¦rico mostrado crean una sensaci¨®n de atracci¨®n y repudio al mismo tiempo. Como ocurre casi siempre, las obras de Barcel¨® jam¨¢s nos dejan indiferentes.
Pese a su primera apariencia, las obras de Soledad Sevilla y Jos¨¦ Mar¨ªa Sicilia est¨¢n envueltas por una graf¨ªa engatusadora. En la primera se teje con diminutos rizos una fronda vertical lloriqueante, y en la segunda un sinf¨ªn de tampones, con poca sustancia en su interior, corretean al buen tunt¨²n por los cinco paneles de que consta la obra.
Con una enorme obra de t¨¦cnica mixta sobre tabla (de tres metros de alto por once de largo), Lucio Mu?oz quita y pone maderas con trazos de oscuro desgarro, seg¨²n ha sido norma en su trayectoria art¨ªstica. La excepci¨®n reside en la zona superior del mural, que insufla claridades a modo de lontananza bonancible como fondo.
Pocas veces una escultura de gran tama?o y volumen, tal la de Fernando Botero, lleva impl¨ªcita una valoraci¨®n art¨ªstica tan peque?a. Se trata de un prescindente y puro bibelot, un gigantismo insignificante.
La Tauromaquia de Juan Barjola rezuma demasiada dependencia de las obras que Picasso realiz¨® en 1934 en torno a las corridas de toros. En cuanto a la pieza grande de Joan Pon? resulta demasiado forzada, ya que el mundo del catal¨¢n (1927-1984) siempre se ha movido sobre peque?os formatos. En ellos su magicismo on¨ªrico tiene un sentido especial, lo que no ocurre si fuera llevado -como en la ocasi¨®n presente-, a las grandes dimensiones.
La pieza de Roberto Matta coleccionable se inscribe dentro de su voraginado mundo gestulizante, resuelta con acreditada solvencia.
En el ¨¢mbito donde se muestran las obras m¨¢s peque?as hay algunas piezas muy buenas. Destacamos el formidable ¨®leo de Palazuelo, con sus austeros ritmos perpendiculares y oblicuos, impregnados de sutiles resonancias musicales. Las dos obras que llevan la firma de Antoni T¨¤pies pueden considerarse entre lo bueno de su producci¨®n art¨ªstica. Hermos¨ªsima la escultura de Alberto S¨¢nchez en bronce policromado, por el armaz¨®n bien construido y los trazos sincopados, con el a?adido de los huecos llenos de po¨¦tica precisi¨®n. Contrasta esta escultura con el excesivo y f¨¢cil sinuoso esteticismo que aporta Chirino con la suya, y la que de manera un tanto veleidosa firma el pintor Rafael Canogar, la cual de tan impersonal pod¨ªa atribuirse a un sinn¨²mero de artistas.
Ese ¨¢mbito se completa con obras de Z¨®bel, Gerardo Rueda, ?scar Dom¨ªnguez y Momp¨®. Y en el espacio principal arriba aludido significamos que est¨¢n presentes cuatro artistas -Cristina Iglesias, Guinovart, Genov¨¦s y Broto- con una ¨²nica obra por cabeza.
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