GARDINER ENAMORA CON HAENDEL EN SAN SEBASTI?N
L'Allegro, il Penseroso e il Moderato lleg¨® anteayer a la Quincena Musical de San Sebasti¨¢n en una memorable interpretaci¨®n de la orquesta English Baroque Soloists y el coro Monteverdi.
En el aluvi¨®n de conciertos del verano hay d¨ªas en que el tiempo se detiene y 'viste de hermosura y luz no usada', como dec¨ªa fray Luis de Le¨®n a prop¨®sito del maestro Salinas. Gardiner consigui¨® anteayer esa paz del esp¨ªritu con una oda pastoral haendeliana compuesta en 1740, un poco despu¨¦s de Israel en Egipto y un poco antes de El Mes¨ªas. L'Allegro es excelente, participa del oratorio y, en cierta medida, de la ¨®pera, estando inspirada en poemas de John Milton arreglados por Charles Jennens.
Lo primero que le ocurre al privilegiado espectador que goza de una de estas veladas m¨¢gicas es sentirse embargado por una sensaci¨®n irresistible de plenitud. Es dif¨ªcil explicar convincentemente las m¨ªnimas razones de un sobrecogimiento similar. Con las limitaciones de la palabra uno se atreve a calificar lo que ha vivido como 'placer de dioses' o como 'sublime' o algo por el estilo. El concierto de Gardiner en San Sebasti¨¢n entra en esa extra?a categor¨ªa de la belleza indefinible. Y lo hace por la v¨ªa directa de la naturalidad. Nada de concesiones al espect¨¢culo, nada de gestos o enfatizaciones gratuitas. Gardiner respira la m¨²sica con la elegancia de la sencillez. La m¨²sica con ¨¦l es ¨²nicamente m¨²sica, y nada m¨¢s.
Los instrumentistas y los cantantes simultanean su protagonismo individual con un admirable quehacer colectivo. En uno y otro cometido est¨¢n admirables. Gardiner acent¨²a ligeramente alg¨²n pasaje, se recrea en la bell¨ªsima l¨ªnea mel¨®dica, se abandona al placer de la espontaneidad. Y todo suena fresco, afectivo, radiante.
No vale la pena destacar momentos concretos. Lo que prevalece es la sensaci¨®n de edificio sonoro construido sin fisuras, de homogeneidad c¨¢lida, de emoci¨®n contenida, de felicidad musical. Gardiner inaugur¨® en 2001 el Festival de Salzburgo con Jenufa. Lo que m¨¢s cautiv¨® entonces de su direcci¨®n fue el extraordinario equilibrio. La misma sensaci¨®n se tiene ahora ante su aproximaci¨®n a Haendel. El director ingl¨¦s genera una irresistible confianza. La confianza de la madurez, de la humildad, de las cosas bien hechas. Fue un concierto inolvidable.
A la misma hora se interpret¨® en Chillida-leku el Cuarteto para el fin de los tiempos, de Messiaen, con el clarinetista Jes¨²s Villa Rojo como solista.
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