El estado de las libertades
Se llenan la boca los pol¨ªticos con la palabra libertad y no se les cae la cara de verg¨¹enza, aunque el no tener verg¨¹enza suele ser uno de los requisitos fundamentales para convertirse en edil, subsecretario, ministro o jefazo por el estilo. Se?ores de las corbatas grises, queridos mu?ecotes de cera parlanchines, no ensucien la palabra libertad con sus hocicos mientras en este pa¨ªs las parejas homosexuales tengan prohibido casarse y adoptar hijos, los enfermos terminales carezcan del derecho a decidir sobre el final de su sufrimiento y cualquier ciudadano pueda terminar entre rejas por plantar unas semillas de marihuana, mientras otros cultivan tabaco o beben el fruto de la vid hasta reventar impunemente.
No, no me mal interpreten: no soy homosexual, ni yonqui, ni suicida; y no se trata de animar a nadie a acostarse con gente de su mismo sexo, a esnifar hero¨ªna o a inyectarse ars¨¦nico en la vena, sino de reclamar en¨¦rgicamente el derecho de cada cual a hacer lo que considere oportuno con su vida, siempre que no perjudique con ello a su vecino. Casi nadie se atreve ya a negar que la homosexualidad es una mera cuesti¨®n de preferencias er¨®ticas, pero negamos a una significativa parte de la poblaci¨®n el derecho al matrimonio y a la paternidad. Hay personas -repito, personas- en los hospitales suspirando por que alguien les ayude a liberarse de su cuerpo, cuando su cuerpo ya no es m¨¢s que un amasijo de dolor sin esperanza. Y en cuanto al tema de las drogas, los argumentos racionales a favor de la despenalizaci¨®n son tantos y tan contundentes que da verg¨¹enza tener que repetirlos; pero vaya usted con argumentos a los inquisidores, que ellos le responder¨¢n con el l¨¢tigo.
Acaba de comercializarse un dispositivo mediante el cual los padres podr¨¢n detectar si sus hijos se han fumado un canuto s¨®lo con arrimarlo a una de sus prendas reci¨¦n usadas. Y yo me pregunto si junto al invento no regalar¨¢n un uniforme de la Gestapo y un cilicio. Se dirige uno a un festival de m¨²sica pop y la guardia civil, apostada a lo largo de la carretera en cuesti¨®n como si esperara ver aparecer al ej¨¦rcito de An¨ªbal, lo para tres veces para registrarle el coche, porque ser joven y gustar de la m¨²sica parece que resulta sospechoso.
Espero no equivocarme -porque mal le ir¨ªa al mundo si me equivoco- cuando afirmo que, dentro de alg¨²n tiempo, los historiadores estudiar¨¢n nuestro sistema de libertades con parecido estupor al que nos asalta hoy cuando repasamos el ordenamiento penal del Breviario de Alarico, o cuando echamos un vistazo al cat¨¢logo de imputaciones por el que la inquisici¨®n quemaba a las brujas. Y es que nos creemos muy modernos, y probablemente lo somos, pero entonces habr¨¢ que admitir que en nuestra modernidad cabe a¨²n una buena porci¨®n de atropellos a la libertad individual. S¨ª, la libertad individual: ?saben ustedes lo que es eso, se?ores pol¨ªticos?, se trata de una norma de convivencia que, basada en la tolerancia y la buena educaci¨®n, permite a cualquiera hacer lo contrario de lo que piensa el que manda sin pagar por ello porque, entre otras cosas, nadie debiera mandar sobre nadie, sino m¨¢s bien encargarse de salvaguardar los derechos de todos. Queridos charlatanes electos: ?se han enterado ustedes de que todos vamos a morir, probablemente minados por una dolorosa enfermedad?, ?no les parece suficiente cabronada? Mientras tanto, hagan el favor de facilitar que cada cual haga lo que desee con su vida o no vuelvan a pronunciar la palabra libertad.
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